Conforme transcurre la administración del Gobierno, se incrementan las acciones con ribetes de selectividad para beneficiar solo a sectores que ya vienen estando mejor, en detrimento de una mayoría que arrastra déficit en su calidad de vida, no consigue equiparar sus magras finanzas y no ve la anhelada luz al final de un túnel cada vez más oscuro.
Al notar el derrotero del Poder Ejecutivo, caemos en la cuenta de que se viene embanderando exageradamente con logros deportivos, que catapultan la buena imagen del país y se perfilan como potenciadores de eventuales inversiones nacionales y del exterior, tan necesarias para alcanzar el crecimiento y luego el desarrollo.
No se niega que la apuesta del Gobierno es lograr estadíos mejores y que se ha alcanzado el grado de inversión, colocando sus fichas en mejores posibilidades de endeudamiento con el fin de dinamizar obras de infraestructura; pero todo tiene su costo y si ese pasivo que crece no se traduce aún en cuestiones tangibles, lo que prevalece es el agujero que se agiganta y la bola de nieve que embarga el futuro de varias generaciones, porque parte de esos bonos colocados es para pagar intereses.
En paralelo, la reingeniería del anquilosado aparato estatal apenas muestra visos de reorientación, ya que se perpetúan los males en la administración pública: Licitaciones fraguadas, compras estatales amañadas e ingreso sin concurso de incondicionales a las nóminas de entes, que continúan esquilmando las arcas. De eso es difícil despegarse; la corrupción es sistémica y bien arraigada.
Los Juegos Panamericanos Junior Asunción 2025, el Mundial de Rally de Itapúa, la clasificación de la Selección Paraguaya al próximo Mundial y el auge que vive el deporte en general en el país sirven de piezas fundamentales para seguir alimentando emociones y esperanzas de un mejoramiento en el entramado social, producto de un mayor dinamismo en el empleo y el ingreso de la gente.
No obstante, la deuda interna se multiplica diariamente con necesidades insatisfechas de sectores que vienen reclamando hace tiempo un mejor desempeño y, como toda respuesta, reciben postergaciones o ninguneo, al no haber mayor organización de por medio para alzar la voz con el fin de alcanzar sus anhelos.
El caso más lamentable es la desintegración de una entidad que debe bregar por los derechos (ya casi inexistentes con el agobio y la invasión de los estándares occidentales) de los pueblos nativos. El Instituto Nacional del Indígena que, de hecho, casi nunca solucionó integralmente el drama de las poblaciones que ven mancillados su presente y futuro, vive sus horas de agonía en una fragmentación administrativa.
Al cerrarse la oficina en Asunción y descentralizar sus acciones en algunas localidades del país, cayó más bajo, porque con eso empeora su calidad de atención y se visualizan solo mayores inconvenientes, mientras su titular ya había admitido que poco y nada entendía de cuestiones indigenistas.
Ante esta falta de atención desde las máximas esferas del poder, y con las acciones del propio presidente de la República presentándose solo allí donde recibe los aplausos y se gestan la pompa y el boato, en eventos de élite cuyo derrame económico no llegaría más allá de ciertos límites, cabe señalar que es imperioso un viraje para palpar mejor la realidad de sectores hasta ahora olvidados, a los que podríamos agregar los horticultores y cañicultores, cuya productividad o cadena de valor sufren intensos deterioros; jubilados, cuyos recursos a futuro están cada vez más comprometidos; ni qué decir de quienes tienen ingresos inferiores al mínimo o los desocupados.
Al país le falta mayor dosis de realidad y cada vez menos ostentación en fotografías meramente triunfalistas. Al equilibrar los tantos, habrá más criterio para encontrar soluciones a los dramas sociales profundos.