Como siempre, más allá del populismo, hay que apuntar a políticas racionales. ¿Será este el caso?
Por un lado, está el tema objetivo de si una tarea, con ejercicios de repetición o de investigaciones breves, ayuda significativamente o no, a quiénes y en qué circunstancias. No es lo mismo dar tareas a niños de escolarización de cuatro horas al día que darlas a los niños que tienen doble escolaridad, si es que la doble escolaridad está bien planteada, y no solo como relleno para cubrir una cantidad de horas que ayude al rating país para los préstamos internacionales. ¿Se entiende?
Acá debemos salir de la hipocresía y plantearnos este tema con la gravedad que requiere. Y, ojo, formalismo, burocracia, no son sinónimos de seriedad. Ni siquiera los famosos debates donde a veces solo se repiten clichés. La realidad es más intensa y dura que toda esta pantalla.
Los maestros son los grandes protagonistas descartados de las decisiones educativas que les competen y, en ese sentido, que la orden superior se convierta en criterio único es un retroceso. Cada maestro, en acuerdo prudente con la comunidad educativa de la institución, debe saber si es necesario o no dar tareas a sus alumnos, no el ministro como autoridad política y como jefe de la burocracia. Porque quiera reconocerlo o no, para la burocracia el niño es un nombre en una lista estadística, básicamente, mientras que para los padres y docentes es una persona cercana, cuyas necesidades debemos cubrir y cuyas capacidades queremos ayudar a potenciar.
Fíjense, ahora los maestros deben dar desayuno, almuerzo, revisar las libretas de vacunación, encargarse de la salud bucal de sus alumnos, realizar papeleos inmensos, estar expuestos al escrutinio permanente del sistema, y además dar clases de calidad y llegar con los alumnos a metas educativas que repercuten en su legajo. Están presionados y al mismo tiempo se les quita libertad de cátedra.
Esto es un verdadero cambio de paradigma que apunta a un estatismo intervencionista que, a la vez, requiere una burocracia pesada y un sistema de control que no alienta la libertad responsable, la cual es necesaria para la educación liberadora y no dependiente. ¿Lo llegamos a visualizar? ¿Nos interesa? Es una cuestión clave que incluso los gremios de docentes no lo están tratando en su justa medida.
Sin una comunidad educativa activa, presente, no se darán cambios significativos. Ni siquiera los padres están del todo despiertos, porque también la estructura familiar está cambiando mucho y los niños viven en medio de toda esta vorágine de situaciones cognitivas, afectivas, sociales, espirituales que deben ser tenidas en cuenta en todos sus factores.
Desde mi punto de vista, las tareas generan hábito de estudio y los ejercicios de apoyo son necesarios, no así la presión excesiva para niños que ya tienen la suerte de tener padres que les puedan pagar el deporte y el arte que el ministro sueña que son accesibles para muchos, por lo visto, y no es cierto.
Sinceramente, me decepciona como pedagoga este tipo de medidas generalistas y ese ceder espacios sociales al poder de turno. En todo caso, si va a decidir algo tan concreto para todo el sistema, debe ser a la par de cumplir su rol organizativo y de promoción del bien común a full, es decir, trabajando a fondo con las comunidades educativas, que son las que democratizan el sistema y empujan de verdad el crecimiento exponencial de la calidad educativa. No olvidemos que la responsabilidad educativa recae en la sociedad, sobre todo en la familia, no en la burocracia estatal. Si cedemos nuestro rol en la comunidad, no nos quejemos de las imposiciones arbitrarias.