A la Cámara de Diputados cada vez le cabe más el mote de Cámara de la Vergüenza, aunque esta expresión parece reiterativa. Su descaro no solo se limita a las rabonerías y acuerdos políticos para salvar a sus correligionarios salpicados por la corrupción.
El pasado miércoles, en sesión extra —porque una vez más dejaron sin cuórum la ordinaria— los diputados aprobaron una resolución por la cual se les permite decidir si quieren participar de las sesiones de forma virtual.
Cualquier persona, que no sepa de los antecedentes de los miembros de este cuerpo legislativo, podría tomar esta medida como una manera de proteger la salud del funcionariado ante la llegada de la cuarta ola del Covid-19, pero una vez más nos quieren tomar del pelo.
Casualmente, el regreso de las sesiones virtuales para los ya privilegiados diputados se da a pocos meses de las internas partidarias. Es decir, los integrantes de la Cámara Baja podrán faltar a su lugar y votar por internet, mientras por la tarde o noche, se lo verá posar en algún acto proselitista frente a una multitud.
Según la lógica de los diputados colorados y liberales que votaron por el regreso de las sesiones virtuales, ellos están expuestos al Covid-19 solo dentro del recinto del Congreso Nacional y no así, cuando tienen contacto con los hurreros que los acompañan a los actos proselitistas.
La clase política nos ha dado una nueva muestra de que es su interés particular o partidario el que prima por encima de los intereses de la ciudadanía. Mientras ellos pueden trabajar desde sus casas, camionetas o estancias, que el trabajador de sueldo mínimo, o menos, seguirá viajando como en una lata de sardinas para llegar a su puesto de trabajo.
El de la “clase común” tendrá que exponerse todos los días al Covid-19 para obtener un mísero salario, mientras aquellos que ganan millones podrán elegir cuándo ir o no a trabajar. Claro, con el millonario seguro médico que la gente les paga de sus impuestos, no creo que los pasillos del colapsado Instituto de Previsión Social (IPS) sean su preocupación.
El cambio reglamentario aprobado por la Cámara de Diputados ni siquiera tiene un dictamen del Ministerio de Salud y se da en un contexto en el que las medidas sanitarias por el Covid-19, como el uso obligatorio de tapabocas, ya no está vigente.
Sin duda, el Covid-19 se ha convertido en la peor tragedia del país en tiempos de paz por la cantidad de familias que han quedado enlutadas. Pero en Paraguay nuestro mayor enemigo sigue siendo nuestra clase política no renovada y un claro ejemplo son los diputados.
El propio diputado colorado Pedro Alliana, quien ocupó la presidencia de la Cámara Baja hasta el pasado 30 de junio, dejó expuestas en su informe de gestión las cifras que denotan que los peores trabajadores del país (si es que les cabe lo de trabajador) son los poco honorables diputados.
La Cámara de Diputados sesionó 64 veces en el último año. De estas sesiones, 23 fueron ordinarias y 41 extraordinarias, en su mayoría, por la falta de cuórum, las llegadas tardías y las rabonas.
Es sumamente necesario que con miras a las próximas elecciones generales, la ciudadanía comprenda que el verdadero Gobierno está en el Congreso Nacional. Mientras los mismos grupos políticos corruptos sean quienes tomen las decisiones, cualquier intención de reforma en favor de la población terminará ajustándose a los intereses personales, empresariales o corporativos.
Durante los últimos años, la Cámara Baja fue el cementerio de varios proyectos que pudieron significar importantes avances hacia la transparencia o constituirse en herramientas para la tan anhelada equidad tributaria.
Como ciudadanos tenemos la responsabilidad de poner fin a la clase política privilegiada que no nos representa y busca tomarnos el pelo con resoluciones solapadas como medidas sanitarias, pero que a ellos les permitirán acudir tranquilamente a las reuniones con sus hurreros.