02 may. 2024

Nega-sionismo

En 1969, dos años después de la Guerra de los Seis Días y del avance de Israel sobre Gaza y Cisjordania, la primera ministra israelí, Golda Meir, repitió una frase que desde 1948 se convirtió en oficiosa para el recién creado Estado de Israel: “No existen los palestinos”.

Practicaba un hasta hoy extendido negacionismo de la vida misma de la población autóctona sobre la que se erigió Israel: de que hayan existido siquiera.

Sin embargo, este negacionismo de tinte tan prístinamente xenófobo (mientras se ejerce la violencia sobre, precisamente, eso que no existe) no tiene como consecuencia la condena moral , sobre todo en el ámbito euro-norteamericano y en su radio de influencia geopolítico. Como sí, por el contrario, tiene saludable y necesario consenso la condena del negacionismo del Holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial. Ambos negacionismos, no obstante, son posturas antihistóricas, míticas, conservadoras y racistas. En el caso del negacionismo palestino que practica el sionismo, también colonialistas. Por otra parte, a raíz de que el concepto de imperialismo no puede aplicarse a países que no son potencias globales, sobre todo en el terreno militar, no se puede hablar de un “imperialismo israelí”. A propósito de esto, y de una relectura necesaria y urgente del concepto de imperialismo a la luz de los acontecimientos geopolíticos de los últimos tiempos, recomiendo el libro del economista Claudio Katz recientemente publicado, La crisis del sistema imperial.

No resulta inoportuno que este año se haya estrenado una película anglo-norteamericana con dirección israelí que retrata a Golda Meir, glorificándola. Es decir, de la propagandista mundial de la inexistencia de los palestinos, de la ocupación militar de Gaza y Cisjordania, de la colonización “preventiva” más allá de los límites de la Partición impuesta en 1948: donde, obviamente, sí hay palestinos; quienes están allí desde hace siglos, a pesar de la diáspora a que han sido sometidos en el XX, como los judíos lo han sido durante milenios.

Golda narra los veintiún días críticos durante el ataque combinado de Egipto y Siria en el Sinaí y los Altos del Golán, que Israel había anexionado en 1967: la llamada Guerra de Yom Kipur (comenzada en el día más sagrado del judaísmo), conflicto al que ahora hacen referencia los medios de comunicación y los analistas tras el ataque terrorista de Hamás, tan sorpresivo y mortífero como el de medio siglo atrás. Justamente, la narrativa de la película se centra en el protagonismo de Meir ante dicha sorpresa. Si, como sucedió realmente, sus servicios secretos tenían conocimiento y advirtieron la agresión, ¿cuánta responsabilidad de Meir había en no repelerla preventivamente? Y más importante: ¿cuánta responsabilidad recaía en ella respecto a las casi tres mil bajas militares que dejó la guerra? La película, como la vida real luego de su interpelación oficial, exculpa a Meir de dichos asuntos, poniendo acento en su carácter de artífice del reconocimiento de Israel por parte de Egipto, el primer país árabe en hacerlo tras el conflicto de 1973.

La posición del primer ministro hoy, Benjamin Netanyahu, no dista mucho de la de Meir. Con el avance de sus poderes dictatoriales, resistido por una oposición cada vez más multitudinaria en las calles, Netanyahu juega a la masacre unánime ante el sonoro fracaso de sus servicios secretos que, a diferencia de hace medio siglo, parecen no haber advertido la posibilidad del ataque, por lo demás, absolutamente posible teniendo en cuenta la ritual presión sobre Gaza y Cisjordania. Como sucedió con Meir, Netanyahu deberá responder (al menos ante la opinión pública de su país), por la sorpresa y por las bajas israelíes mayoritariamente civiles. Es posible que sea también exculpado; pero, otra vez al igual que Meir, es casi seguro que su carrera política haya llegado a un punto de no retorno, es decir, al ocaso. A no ser que se le otorgue poder omnímodo. Lo que ¿interpelaría por fin? a EEUU y Europa sobre la naturaleza antidemocrática de Israel: algo que les importa un bledo cuando se trata de jugosas petromonarquías árabes.

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