Mientras no se contemple un gran pacto social entre las visiones polarizadas ni se bajen los decibeles de enfrentamiento atroz y estéril entre sectores que solo buscan aniquilar al adversario de turno, la cruda realidad que atraviesan miles de connacionales que no pueden llegar a fin de mes se consolidará sin más, y seguirá siendo atávica.
En tanto la clase dirigente (en cualquier estamento) viva alejada de la problemática cotidiana, aquella que golpea sin contemplaciones al ciudadano común y los privilegios continúen sonriendo a la élite de siempre, la sociedad acumulará desazón, pero también resquemores que en un futuro incierto se plasmarían en eclosión, porque nada es eterno y la bronca social tiende a rumiar su angustia.
No es cuestión de proseguir un sendero en el que la batería de descalificativos vaya puliéndose para hacer más daño al que piensa distinto, sino de encontrar un punto de equilibrio entre las fuerzas, para catapultar la condición de entorno democrático que debe envolver a toda construcción a futuro.
La oleada que acompaña en los últimos tiempos a algunos centros de poder, que aspiran a imponer un pensamiento único, basado en la obediencia ciega, en parámetros dictatoriales y en modelos masificadores y populistas, aniquila paulatinamente la participación de sectores que merecen ser escuchados y de voces disidentes.
Todo se construye en homenaje al mercado, a las eventuales inversiones del capital transnacional (que casi nunca llegan) y a una supuesta libertad, que resulta todo lo contrario a la realidad contemplada, al verse cercenados muchos derechos ya adquiridos y al atizar el fuego de la polarización, donde el todos contra todos favorece solamente a la clase que ya logró treparse a la cúspide en el manejo de los recursos públicos, y dispone discrecionalmente para engrosar sus cuentas personales.
En tanto, los servicios para la población van deteriorándose, escasea el presupuesto y sobrevuela un mensaje que no quiere ser expresado muy crudamente, pero que subyace en el pensamiento de los burócratas posmodernos: Hay que sobrevivir como se pueda; mientras los flashes y las imágenes registran risas de oreja a oreja cuando se estrecha la mano de tecnócratas internacionales, altos referentes de organismos o magnates que visualizan en qué mercado emergente destinar sus capitales, con el menor riesgo posible.
El divorcio entre el compromiso natural que debe tener el servidor público de cualquier país y su real conducta cuando se le dibuja el signo característico del $ en cada ojo, se retroalimenta en la acumulativa desigualdad e inequidad de cada sociedad latinoamericana (el fenómeno no es privativo de esta región, lo admitimos), al saber que la acumulación de riqueza se direcciona hacia las mismas familias acaudaladas de siempre.
Y en este juego atroz también ganan terreno los dimes y diretes, las acusaciones de toda índole y la defensa de impresentables que, en países como Paraguay, son premiados con mejores cargos tras un festival inapelable de testimonios y documentaciones que avalan su participación en actos de corrupción impúdica.
Para resguardarse en búnkeres insondables, esa clase naturalmente conservadora se aferra a ideologías coyunturales y trazan redes de poder en alianza con sectores afines del mundo, y que de boca hacia afuera defienden a Dios, la patria y la familia; pero en sus actos dejan mucho que desear y solo se les nombra en amplios titulares cuando se destapan ollas con millonarias cifras malversadas. Allí es donde la polarización y la división social son estrategias ideales para perpetuarse en su zona de confort.
Al debilitarse el contrapeso adecuado, solo resta apreciar por ahora el encono y el tiroteo fraticida, pero sin un rumbo que lleve a la sociedad a encontrar puntos de equilibrio, al no perfilarse un verdadero pacto social.