07 nov. 2025

La sociedad del gas pimienta

La calle (con el tráfico incluido) podría ser considerada como una especie de radiografía o instantánea que deja al descubierto realidades del comportamiento humano en una sociedad.

En la tan variada y dinámica interacción que ella cobija se reflejan variables que bien podrían servir como termómetro básico para conocer la temperatura de ciertos códigos de comportamiento de la gente; qué aire se está respirando entre los ciudadanos; qué perfiles están emergiendo entre jóvenes y adultos, etc.

Sin duda, se trata de una fotografía altamente primaria, algo así como los microclimas que exponen las redes sociales. Quien lo considera y asume como un indicador pleno de la realidad, se equivoca. Pero quien lo toma como totalmente irrelevante, también cae en el error. Hay algo que existe y está.

Esta semana un chofer de plataformas de la tercera edad relató cómo fue agredido con gas pimienta por otro automovilista tras un roce en la vía pública. El hombre tuvo una crisis respiratoria debido a la sustancia que recibió en el rostro.

El hecho, que podría considerarse irrelevante o uno más de entre tantos, refleja sin embargo el avance de una lógica cada vez más frecuente en diferentes ámbitos: el uso de la violencia (incluso desproporcionada) como mecanismo de respuesta ante los conflictos o imprevistos que molestan.

“Ya no hay empatía. La humanidad se va perdiendo”, señaló la mujer que intentó auxiliar al hombre de 63 años y no hallaba respuesta de los transeúntes; añadiendo así otro dato agravante: la indiferencia social ante la necesidad del semejante.

Y aunque parezca exagerado, el problema de la paz del mundo comienza en la forma en que reaccionamos en medio del caos o estrés del tráfico en la vía pública; tienen su conexión en la aplicación hasta inconsciente de la lógica de poder y violencia en la casa, con la esposa/o, los hijos, los vecinos, el limpiavidrios, etc. Es así. Es el mismo criterio que se expande casi invisiblemente y en la mayoría de las veces arropado con alguna justificación apropiada, que tranquiliza la conciencia.

Ante este escenario, en el que todos tenemos algún papel que interpretar, estamos llamados a tomar conciencia de que todos “respiramos” esa misma lógica de violencia y poder, y, por tanto, no estamos exentos de sus efectos. Muchos quizás hasta ya tengamos inoculados ese “virus” y solo faltaría un evento con condiciones favores para su manifestación.

“El poder, la fuerza y la violencia se han convertido en el criterio principal sobre el que se basan los modelos políticos, culturales y económicos, y tal vez, incluso religiosos de nuestro tiempo. Hemos escuchado repetidamente en estos últimos meses que hay que usar la fuerza y solo la fuerza puede imponer las elecciones correctas. Solo con la fuerza se puede imponer la paz. Desafortunadamente, la historia no parece haber enseñado mucho. Hemos visto en el pasado lo que produce la violencia y la fuerza”, denunciaba recientemente el cardenal Pizzaballa, en una carta a la Diócesis del Patriarcado Latino de Jerusalén, respecto al conflicto en Medio Oriente, dando claves respecto a esta realidad.

Es por ello que urge evitar la “normalización” de la violencia y la prepotencia en sus diversas manifestaciones, porque si no lo hacemos la realidad se encargará de cobrarnos con la misma moneda.

Es por ello que desde el ciudadano de la calle, pasando por los medios de comunicación y las organizaciones civiles, hasta llegar a las autoridades y referentes de todos los niveles, están llamados a construir y fortalecer la cultura del diálogo, el respeto y la paz. Es un desafío mayor en la sociedad polarizada actual. Y es que solo en la paz es posible desarrollarnos como seres y avanzar como sociedad. No se trata de callar injusticias ni permitirlas. Hablamos de dejar de lado el gas pimienta para ir por herramientas más afines a la racionalidad y el respeto a la dignidad de la persona.

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