16 jul. 2025

La ola de chespis

Después de despedir el plan del Gobierno Chau Chespi para dar lugar al plan Sumar, no se vio prácticamente ningún cambio ni mejorías a nivel social. Al contrario, la cantidad de adictos al crack es desbordante. Esto se siente en las calles, incluso en los hogares. Están en todas partes.

Da tanta impotencia ver a personas que apreciamos caer en la dependencia de la droga. Incluso, a no conocidos, porque soy testigo de cuán rápido consume física y mentalmente.

Al crack también lo llaman chespi, y de ahí que los consumidores de esta sustancia son conocidos despectivamente como chespis o chespiritos. No sé en qué momento exactamente pasó de una denominación a otra, pero sí puedo asegurar que a simple vista las secuelas son devastadoras.

¿Sabían que su efecto dura alrededor de 20 minutos? Esto está en YouTube en un video de la Senad al respecto, que –por cierto– tampoco trabaja en una política que pueda frenar este problema.

La cuestión es que el consumidor, tan pronto le pasa el efecto, busca la manera de conseguir enseguida otra dosis. Esto pasa porque el crack es altamente adictivo. Por eso que se llevan artículos pequeños, plantas o cualquier fruto de árbol que les pueda redituar una pequeña suma para comprar más y en forma rápida.

Claro, no todo lo que se llevan es minúsculo. Les sirve cualquier objeto de valor. Son capaces de dejar sin puerta o portón una casa si la plata les hace falta. No ponderan nada, principalmente, cuando están bajo los efectos de la droga.

Es una adicción que carcome el cuerpo con rapidez. He visto mujeres y hombres jóvenes en mi barrio llegar a un estado totalmente raquítico en muy poco tiempo. Quizás en cuestión de dos o tres meses –si no es menos–, y que a pesar de su condición, vayan en busca aún de aquella droga que ya es lo único que los hace sobrevivir.

Por otro lado, es altamente nocivo para el cerebro. Porque conforme a cómo se van deteriorando físicamente, el consumo continuo les va cambiando la actitud al punto de no llegar a reconocer a conocidos o confundirlos.

Me consta, porque no hace mucho tiempo me crucé en la calle con Fabián, un joven de mi barrio muy querido por los vecinos. Su nombre no es real: lo uso así para evitar exponerlo. Él me recordó aquella vez en cuanto me vio, pero cuando entablamos conversación, habló de sinsentidos y al despedirse me pidió dinero. Busqué y se lo di.

No reuní coraje para negarle y le advertí que no usara en nada malo. Pero ¡qué me va a escuchar! A esto me refería cuando decía que causa impotencia, porque a quién se puede culpar de que una persona absolutamente inofensiva y noble se pierda así. ¿Cuántos otros Fabianes habrá en todo el país? No hay cifras, no hay ningún censo, no hay registros.

El crack es el residuo de la cocaína. Es la parte que ya no sirve y que puede tener restos de gasoil o nafta, ácido sulfúrico, permanganato de potasio, cal y kerosén, que se utilizó durante el procesamiento de la droga. ¿Cómo no va a ser tóxica para la salud? ¡Es letal! Lleva a la muerte.

Vi caer en lo mismo a un vecino, padre de familia, que es limpiavidrios, que ahora depende totalmente de la sustancia. Antes era muy educado y ahora se volvió agresivo. Ocurrió lo propio con otro muchacho de mi época de la escolar básica y su hermano, que son de una familia relativamente acomodada.

En cuestiones de chespis no hay diferencia de clase social y cada vez van tomando más rincones del Paraguay, incluso aquellos lugares impensados, en el interior del país o en el Chaco. Nada ni nadie está frenando esta ola, que ya está descontrolada.

No quiero solamente expresar mi sentimiento de pena, sino hacer además un llamado a las autoridades, que no son capaces de frenar el problema. Es insuficiente solo cortar la circulación del crack o llevar presos a los distribuidores.

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