03 oct. 2025

Abogados que no defienden, doctores que matan

“La gente no quiere leer, sino quiere haber leído”, parafrasea el célebre escritor Alejandro Dolina en una de sus cuantiosas y añejas audiencias ante un público que saborea su saber. Esta frase me trae a la mente la situación en la que nos encontramos con la educación en el Paraguay, no en el nivel inicial cuya tarea de análisis se las dejo al ministro, a los directores; en fin, a los profesores de la Educación Inicial.

En esta ocasión es bueno desentrañar algunas de las características más curiosas de cómo está la educación terciaria en el país. Este no pretende ser un ensayo general sobre toda la educación universitaria. Existen para eso, personas con acabado conocimiento y, además, a los que el Estado les paga para velar por la excelencia de esa educación que está en la escala más alta y no es obligatoria, la de la universidad.

Esta opinión apenas quiere ser una pincelada de quien acude, asombrado, a cómo se ha denigrado tanto la oferta como la demanda de ese mérito, ese título que muchos hemos soñado en alcanzar en su momento, pero cuyo valor hoy en día –por estar cada vez más mercantilizado– está muy venido a menos.

Podemos empezar diciendo que desde el punto de vista del acceso y la inclusión, está bien que la oferta de educación terciaria, por medio de la aparición de decenas de universidades haya proliferado. Hace 20 a 30 años solo dos se competían el monopolio de ofrecer esta educación.

No obstante, esta grandiosa oferta de acceso a la educación a edificios novísimos, salas de clase climatizadas, acceso fácil y ágil, ya que las universidades garaje casi con exclusividad se concentran en capital y el área metropolitana, no va acompañada de calidad. Incluso, de acuerdo con varias denuncias ante la Agencia de Acreditación de universidades y carreras, a lo largo de estos años, dejó entrever la falsa oferta de carreras cortas con salida laboral, como las de Criminología o Forense, muy al estilo CSI. Falsa en el sentido del mercado laboral puesto que estas carreras prácticamente están atadas a lo que el sistema policial necesite. Otro campo no tienen.

Pero esa realidad no se restringe a solo la suerte de las carreras estrambóticas. Ojalá fuera así, dado que muchos apelan a realizar inmersión en este tipo de conocimientos prácticamente por moda más que por convicción, según mi percepción.

Lo peligroso es cuando las universidades se convierten en vehículo para personas que solo quieren saciar su hambre de títulos en carreras más tradicionales, pero sin haber cursado o sin haber hecho el esfuerzo del raciocinio, como aquellos que para colgar un título en la pared, dicen haber leído, pero no lo han hecho y solo compraron el “conocimiento”. Es decir, pagaron sus cuotas, pero sin asistir a clases; pagaron su realización y defensa de tesis sin haber masticado ni haberse involucrado en el tema y luego obtuvieron la Licenciatura o el cascarón vacío del título de abogado.

Hay ejemplos en el Congreso. Están puestos en duda los títulos que fueron expedidos por las universidades Sudamericana y Leonardo Da Vinci, entre otras. La primera de ellas, otorgó el título de abogado al senador cartista, Hernán David Rivas. Rivas al ser una persona pública está expuesta al escrutinio, de hecho está investigado por presunto título falso. Sería caer en el simplismo en decir que Rivas da un mal ejemplo, cuando que el huevo fue puesto hace años y hay universidades vacías de conocimiento, pero con las cajas recaudadoras llenas que les obliga a lanzar “profesionales” al mercado, pero sin ninguna garantía de éxito.

Alguien en el Congreso dijo con una precisión que no es común a ese recinto, que la proliferación de universidades garaje podrían constituir “fábricas de negligencia”. Por eso, existen abogados delincuentes y no abogados defendiendo a delincuentes. Por esta razón tal vez proliferen los médicos, que yerran mortalmente una operación o diagnóstico y, también, por lo mismo se lancen al mercado tantos profesores que confunden más de lo que enseñan.

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