25 nov. 2025

La buena vida y la poca vergüenza

En cualquier lugar del mundo la gente aspira a vivir bien, la diferencia radica quizás en qué supone vivir bien para cada sociedad. Un padrón universal es el dinero, pero no en todas las sociedades ese padrón es el único ni el más relevante. Lamentablemente, sí lo es en países pobres en donde tener dinero hace la distinción entre una buena o una mala educación, o entre poder combatir un cáncer o que la enfermedad sea una sentencia de muerte.

Ese es el Paraguay del siglo XXI. Mucho o poco dinero implica tener la oportunidad de vivir bien o estar casi condenado a una vida de privaciones, incertidumbre y desesperanza. Donde hay garantías de educación, cobertura de salud y empleos de calidad, la riqueza no es tan definitoria. Incluso algunos intangibles como el prestigio o la fama, o factores medioambientales (los espacios verdes, el contacto con la naturaleza, la calidad del agua y del aire) y sociales (la vida de barrio, los espacios públicos) pueden tener un peso mayor en la construcción de una buena vida, del grado de felicidad, que la cuestión monetaria.

No es nuestro caso. Aquí no existen esas garantías. No tener buenos ingresos implica en el Paraguay estar expuesto a una deplorable educación, un sistema de salud degradante, un transporte público humillante y el riesgo permanente de ser víctima de la rapiña del batallón de zombis que recorren las calles hurtando lo que puedan para comprar su siguiente dosis. El sesenta por ciento de quienes trabajan lo hacen en la informalidad, con ingresos iguales o menores a un salario mínimo, sin seguro de salud ni posibilidad de jubilación y bajo la amenaza constante de quedar desocupado.

Con este escenario, la única aspiración para la mayoría de la población es por lógica ganar más dinero. El dinero hace toda la diferencia. Y aquí viene lo más preocupante: ¿Cuál es la forma más exitosa de ganar dinero en el Paraguay? ¿Qué actividad genera mayor estabilidad, seguridad y la posibilidad de hacer fortuna?

Por supuesto, la política. Ninguna otra actividad ha generado tantos nuevos ricos. No hay poblado, por más pequeño y ruinoso que sea que no haya visto cómo un intendente, un concejal, un diputado o un gobernador haya pasado de reparar zapatos, vender helado o animar una kermés a ser propietario de estancias, mansiones y una flota de vehículos. La política, además, se ha convertido en el camino casi obligado para llegar al único espacio laboral de estabilidad asegurada y con altas posibilidades de ascenso, según el nivel de obsecuencia y zalamería que el interesado esté dispuesto a alcanzar: la función pública.

Y esto se refleja en casos concretos. El último de una fila interminable de vergonzosos vástagos del modelo son los sobrinos de la senadora liberocartista Noelia Cabrera, dos párvulos de 19 y 25 años que entraron sin concursar a la comisión presidida por la tía y se convirtieron en tiempo récord en funcionarios permanentes, con salarios de entre ocho y trece millones de guaraníes. El detalle es que los pillines ni siquiera iban al Congreso. En realidad, hacían oficina en el estudio jurídico del novio de la senadora.

Por supuesto que este es apenas un caso más, pero es un ejemplo del aspiracional que la clase política en general –y el Partido Colorado en particular– ha construido a lo largo de los años. Si para tener calidad de vida lo primero y urgente en Paraguay es tener dinero, ¿por qué un joven estudiaría una carrera o buscaría tener una gran idea comercial si dos mozalbetes sin la menor formación consiguen salarios que duplican el rubro de un médico y triplican el ingreso de cualquier microempresario, y esto sin correr el menor riesgo y con altas posibilidades de vagabundear la mayor parte del tiempo?

Podríamos albergar alguna esperanza de cambio si el presidente de turno combatiera estas prácticas; pero, por el contrario, tanto Santiago Peña como su mentor, Horacio Cartes, han reivindicado el modelo. La consecuencia lógica son los miles de nuevos afiliados del partido, una legión de jóvenes que también quieren ganar más dinero y entendieron que la fórmula es colgarse del presupuesto público. Y algunos lo conseguirán, mientras los votantes sigan eligiendo a sus verdugos.

Más contenido de esta sección