06 nov. 2025

Juventud pluriempleo

En Paraguay y en buena parte del mundo, trabajar ya no garantiza vivir. En 2025, el salario mínimo se reajustó un 3,6%, equivalente a G. 100.739, quedando en G. 2.899.048.
La cifra puede parecer técnica, pero en la práctica significa algo muy simple: la mayoría de los jóvenes trabajadores no llega a fin de mes.

El ajuste se basa en la variación interanual del Índice de Precios al Consumidor (IPC) general, una fórmula que mide la inflación promedio, pero que ignora la realidad cotidiana. Comer, alquilar, moverse y vestirse cuesta cada vez más, mientras los ingresos apenas se mueven. El costo de vida subió cerca del 50% entre 2020 y 2025, pero el salario mínimo aumentó solo un 39%. En otras palabras, los reajustes no alcanzan ni para recuperar lo perdido.

Si el salario se calculara tomando como referencia el IPC de alimentos —que refleja mejor lo que la gente realmente consume—, el mínimo debería rondar los G. 3.500.000. Pero eso no pasa. Hace mucho ya que el salario mínimo se convirtió en el techo salarial de gran parte de la población, y no en el piso que debía garantizar dignidad. El resultado: otro trabajo.

Precariedad. Muchos jóvenes han encontrado en el pluriempleo —dos o tres trabajos, a veces más— una salida de emergencia.

Según los informes globales de la OIT, la precariedad laboral juvenil se mantiene alta: el desempleo ronda el 12,6% y más de la mitad de los jóvenes de América Latina trabajan en la informalidad. Las plataformas digitales, los empleos freelance y el trabajo por encargo abren oportunidades, pero también multiplican la inseguridad.

La llamada “economía flexible” promete libertad, pero lo que ofrece en realidad son jornadas infinitas, sin seguro médico, sin vacaciones, sin certezas.

La generación Z trabaja desde su casa, desde un café o desde el celular, pero sigue atrapada en la lógica del “si no trabajás más, no comés” o peor son “sus propios jefes”, pero no hay una patronal a quien exigir derechos laborales.

Muchos jóvenes se reparten entre un empleo formal, proyectos freelance y changas digitales para completar un ingreso que apenas cubre lo básico.

En este contexto, hablar de “emprendedurismo juvenil” suena a eufemismo para maquillar la crisis.

No se trata de falta de ganas, sino de un sistema que exige multiplicarse para sobrevivir. Los jóvenes de hoy no acumulan trabajos por ambición, sino por necesidad.

Mientras tanto, el Estado sigue atado a una fórmula de reajuste que no contempla la realidad social.

En comparación regional, Paraguay tiene uno de los aumentos más bajos de 2025: México y El Salvador subieron más del 12%, Colombia un 9,5% y Uruguay un 6%. Aquí, apenas un 3,6%.

El costo humano. El país presume estabilidad económica, pero esa estabilidad tiene un costo humano. Los informes hablan de crecimiento moderado mientras la gente vive endeudada, agotada y sin tiempo libre.

El trabajo, que alguna vez fue símbolo de progreso, hoy se volvió sinónimo de desgaste.

Mientras tanto, el Estado reajusta los salarios mirando el IPC general, una cifra que no siente el hambre ni el cansancio de quienes sostienen el país. Capaz que el verdadero indicador de bienestar no sea la inflación ni el PIB, sino el número de jóvenes que necesitan tres trabajos para vivir una sola vida.

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