No voy a decir que el cumpleaños de 15 de la hija de la diputada colorada y cartista Rocío Abed y Justo Zacarías, director paraguayo de Itaipú, fue valle. Esa es una desgraciada y clasista etiqueta que deberíamos evitar. En este caso, lo que se critica no es el gusto o la estética, sino la obscena ostentación de la pareja de servidores públicos.
La celebración tuvo lugar en un exclusivo hotel, con grupos musicales conocidos, vinos caros y recuerdito a las amiguitas, maquillaje de una marca medio exclusiva.
Después de ver el derroche se entiende por qué la diputada colorada y cartista está tan convencida de que vivimos en un país maravilloso, donde la gente sale a gastar en latte de vainilla y cheesecake.
“Eso es lo que hace una sociedad que está viva”, había dicho. Y hablando de vivos, entre los asistentes se vio al ex presidente Horacio Cartes y a diversas autoridades nacionales. Claramente, el archienemigo Miguel Prieto no fue invitado, lo cual habla bien de Prieto.
Estos dos, Abed y Zacarías, no se merecen nuestra burla, lo que merecen es que la gente deje de votar por el partido que los tiene en esos puestos de tanta responsabilidad, y que les regala esos privilegios. La diputada gana G. 37.900.000, en dieta y gastos de representación; el director de Itaipú, G. 154.518.455.
DICTADURA. La calle, en estos tiempos, sigue siendo de la Policía. Ustedes son jóvenes y desinformados, pero hubo un tiempo en que Paraguay vivió bajo una sangrienta dictadura. En ese país, había un ministro de Educación que, para justificar una tremenda represión policial a una manifestación, dijo una vez: “La calle es de la Policía”. La frase quedó para el bronce, y Carlos Ortiz Ramírez pasó a la historia... de la peor manera.
“El pasado es prólogo”, escribió Shakespeare. Y resulta que, hace unos días, durante la peregrinación de la Conferencia de Religiosas y Religiosos del Paraguay (Conferpar), uno de los participantes, el sacerdote jesuita Alberto Luna, tuvo un déjà vu.
Los religiosos habían reflexionado sobre la realidad del país, así que, durante la peregrinación llevaban carteles alusivos. El del pa’i Luna decía: “¡Reforma del transporte público ya!”. Todo iba bien hasta que apareció la Policía y, como no les gustó el cartel, lo amenazaron con detenerlo. Después incluso dijeron que era un infiltrado (¿!!?) y hasta el presidente –en una rara ocasión en que estaba en el país– opinó que “no hubo ni represión, agresión ni maltrato”. Que alguien le diga a Peña que se nota un poco de democracia en su dictadura.
GENOCIDIO. Desesperadamente se está pidiendo una urgente pausa humanitaria para Gaza, en un lugar en el que no debería haber ninguna crisis humanitaria, si Israel no hubiera ocupado y después desplazado a los palestinos desde hace décadas, y si ahorita mismo no estuviera matando de hambre a una población que parece olvidada de la mano de todos los dioses.
Lo que está pasando es tan impresionante que ya no quedan palabras, todas las categorías ya no son suficientes para nombrar tanta maldad, tanto odio y desprecio por la vida. Genocidio, exterminio, limpieza étnica, crímenes de guerra...
La tragedia de Gaza pesará por siempre en la conciencia del mundo y quedará como el capítulo más desgraciado de la humanidad: cuando fallaron todos los organismos, todas las cortes internacionales, todos los congresos y gobiernos; y cuando la Declaración de los Derechos Humanos quedó, finalmente, sepultada bajo inútiles comunicados. Mucho deeply concerned, pero nadie hace nada para evitar que continúe, sin pausa, la masacre de bebés, niños, adultos mayores y enfermos en Gaza, mientras el pueblo palestino es exterminado y el horror se transmite en directo.
Es el genocidio de este siglo, y ahora supongo que tendremos que esperar un rato más para parafrasear a Teodoro Adorno cuando escribió: “Después de Auschwitz, escribir poesía es un acto de barbarie”.