18 may. 2025

Fe

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Creer sin ver es la definición más fácil de un complejo mecanismo que los seres humanos ponemos en factores religiosos que nos permiten comprender y avanzar en la vida. Los paraguayos somos católicos, pero no evangelizados. Aquí, donde las manifestaciones religiosas son numerosas y las procesiones inacabadas, pero la vida del bautizado dista mucho de lo que se espera de uno que abrazó la fe adulta. Somos muy corruptos, pero no nos molesta desde el punto de vista moral. Siempre tenemos a alguien cercano que hace la tarea de proveer para la familia y el grupo y con eso alcanza las indulgencias sociales. El corrupto es funcional al sistema y el carecer de uno en el entorno puede hacer más pesada la cruz del día a día. Aparece cuando faltan camas y médicos en los hospitales o cuando las carencias provocadas por la misma corrupción requieren de alguien que abra las puertas y permita zafar las contingencias. Somos un país de doble vida. Despreciamos en apariencia al corrupto, pero terminamos por elegirlo a un cargo público con todo lo malo que eso supone.

El nuevo Papa que es hoy entronizado frente a los políticos y la grey viene precedido de una más que interesante trayectoria. Es un monje agustino, con orígenes españoles, franceses, italianos, negros y con un par de décadas de misionar en el pobre norte peruano. Ahí donde la cultura Chan-Chan que antecedió a los incas deslumbra por su grandiosidad desconocida para muchos que viajan solo al Machu Picchu, pero nunca al norte donde las ciudades de Trujillo y Chiclayo sintetizan América Latina con la tumba del señor de Sipán, el arroz con pato y la pobreza de su tierra yerma que se extiende a lo largo del camino. Ahí misionó León XIV y como nadie conoce la pobreza, la injusticia y las necesidades de una Iglesia de 1.400 millones de fieles. La que crece en Asia por ejemplo en países como Corea y Filipinas donde recibieron al anterior Pontífice con una multitud de casi 5 millones de fieles. La mayor cantidad jamás contada en un viaje papal. Prevost es un americano de Chicago que deberá administrar un Vaticano con serios problemas financieros y con abusos y delitos como la pedofilia que no le son desconocidos en su pasado de obispo en el Perú. Tiene una pequeña, pero poderosa congregación por detrás creada en honor de un santo africano, San Agustín, que llevó una vida licenciosa para transformarse después en un gran teólogo con su magnifica obra: “La ciudad de Dios”. El mismo que vio la caída del Imperio romano y que ahora el nuevo Papa podría estar siendo observador y protagonista del declive del imperio de los EEUU. Ninguno como él para entender la complejidad de los cambios en su país natal y el impacto sobre la sociedad global.

Afirmó estar muy preocupado por la inteligencia artificial que dejará sin empleo a millones en el mundo. Solo en un país sin cualificación laboral como el Paraguay se calcula en casi un millón en los próximos tres años. Con un mundo más cerrado para la inmigración las cosas pueden volverse explosivas para los gobiernos locales. No habrá más posibilidad de descomprimir las necesidades con salidas hacia la Argentina y tampoco atención médica en sus hospitales. El Gobierno deberá prepararse para el retorno de miles con las típicas consecuencias de estos movimientos migratorios en masa. Francisco ya lo vio venir y fue a su encuentro en Lampedusa, León XIV también gravitará sobre el tema y enfrentará la visión cerrada de líderes mundiales como Trump.

Robert Prevost como dicen sus hermanos ya parecía Papa desde los 6 años. En el corto tiempo de su pontificado pareciera ser verdad. Su rostro, sus palabras, sus movimientos demuestran a alguien que ha sido preparado para el ejercicio de un cargo donde la fe y la responsabilidad son altamente demandantes. Peña va a su encuentro en El Vaticano y quizás a su vuelta se anime a ser presidente porque la fe finalmente es creer sin ver.

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