El crecimiento del empleo en Paraguay está marcado por la precarización laboral y la persistente brecha que define importantes desventajas para campesinos, mujeres y jóvenes. Un ejemplo es la creación de 146.000 nuevos puestos de trabajo que, si bien contribuyó a reducir la tasa de desempleo, los empleos que se generaron fueron de baja calidad, tal como se dio históricamente si se analiza el subempleo o la informalidad.
En el último año el subempleo creció en alrededor para más de 33.000 personas, eso significa que una parte importante de quienes trabajan, lo hacen, pero menos tiempo del que dispone, en otras palabras, está “changueando” en lo que encuentra.
Otra forma de analizar es la informalidad. El último periodo disponible en las estadísticas oficiales es 2023-2024. Entre ambos años, la informalidad creció tanto en porcentaje pasando de 62,1% a 62,5% como en valores absolutos, ya que la cantidad de personas en dicha situación creció en alrededor de 50.000 personas quedando en total más de 1.500.000 en esta condición.
Por otro lado, los promedios esconden importantes desigualdades. En el caso de la informalidad, el promedio nacional del 62,5% sube al 71,2% en jóvenes de 20 a 24 años y a 78,4 en mujeres campesinas. Uno de los niveles más altos de informalidad se verifica en el sector de la construcción, siendo uno de los más dinámicos de la economía, en el que el 85% de sus trabajadores es informal.
El enfoque territorial es indispensable para comprender a cabalidad la situación del trabajo remunerado. Los datos señalan que el empleo formal crece en las ciudades y sigue rezagado en zonas rurales. Las áreas urbanas, particularmente el área metropolitana de Asunción y Ciudad del Este, concentran la inversión, la industria, los servicios y, por ende, los empleos asalariados con contrato y seguridad social.
Estos resultados generan desequilibrios y conflictividad. Además de eso, impulsa migraciones internas hacia las ciudades, ejerciendo presión sobre los servicios urbanos y engrosando el sector informal en los cinturones metropolitanos. La solución a este problema suele ser expulsar hacia otro distrito a esos trabajadores informales como limpiavidrios o cuidacoches.
Por otro lado, condena a una parte significativa de la población rural a ciclos de pobreza y vulnerabilidad, con ingresos irregulares y sin acceso a sistemas de pensiones o salud pública contributivos. La concentración de la formalidad en los centros urbanos no solo refleja una desigualdad en el desarrollo, sino que también la reproduce, limitando las oportunidades y el capital humano en vastas regiones del país.
Las dinámicas antes descritas –precariedad y desigualdad territorial– impactan de manera diferenciada sobre hombres y mujeres. Los datos de precariedad laboral empeoran en las mujeres rurales.
Los desafíos para Paraguay trascienden la mera creación de empleo. Se requiere una política laboral activa que priorice la calidad sobre la cantidad, fomentando la formalización y la protección social. Es urgente diseñar estrategias de desarrollo territorial que lleven oportunidades de empleo digno más allá de las metrópolis. Es indispensable implementar políticas con enfoque de género que aborden la división sexual del trabajo, fomenten la corresponsabilidad en los cuidados y promuevan la inserción laboral plena y en igualdad de condiciones de las mujeres. Una atención especial requiere la juventud, que lleva el peso de un bono demográfico que se está desperdiciando. Solo así podremos festejar el aumento del empleo.