Hoy se cumplen tres años de la asunción Mario Abdo Benítez (ANR) al poder. Es poco tiempo cuando se hace mucho, y mucho tiempo cuando se hace poco y mal.
Desde el inicio de su gestión, Abdo Benítez tuvo problemas en el ejercicio del poder. Cuando apenas llegaba a su primer año de gobierno, estuvo al borde del juicio político por el acta secreta de Itaipú. Desde el 2019, Horacio Cartes, a cuyo candidato había derrotado sonoramente, se convirtió en el árbitro de su gobierno maniatándolo y debilitando su imagen. No hay nada peor para un presidente que ser la sombra del poder de otro.
La naturaleza sumó su furia con sequías, incendios e inundaciones para demostrar la fragilidad del país en todos los órdenes en materia de infraestructura. Y como si fuera poco, le tocó la peor pandemia de la historia que generó una crisis global sin precedentes, explotando por los aires el precario sistema de salud que apenas contaba con 270 camas de terapia intensiva. Hoy ha mejorado sustancialmente la cantidad de UTI (750), pero el Covid-19 no tuvo piedad. Ya se llevó hasta ahora más de 15.000 vidas, la carga más pesada que carga su Gobierno y que lo marcará para siempre con letra escarlata.
Él lo sabe. Por eso el viernes, en tono casi lastimero, con resignación y afectado profundamente por una tragedia familiar, admitió el difícil momento. “Ustedes no saben lo que es ser presidente de la República en un tiempo donde uno por día recibe informe de cantidad de fallecidos. Para mí no son números, son nombres, apellidos y una familia de luto que está sobre nuestros hombros, sobre mi hombro. Más de 15.000 paraguayos y paraguayas”.
GOBIERNO. Mario Abdo está pagando el incumplimiento de sus promesas y su incapacidad para poner frenos a la corrupción y a la inacción, que generan graves consecuencias en el país. Cuando asumió hace tres años dijo que no sería juez de nada “pero si en mi gobierno alguien tiene una inconducta seré el primero en colaborar con la Justicia. No seré un presidente complaciente con las inconductas”, prometió. Sin embargo, día a día los actos de corrupción golpean a su gobierno y hasta ahora no se anima a echar a nadie. Al contrario, los protege hasta el final y recién cuando la presión política y mediática son insostenibles, los “deja ir”. Pasó en Salud, con los insumos chinos, pasa en el MOPC, donde cada día se denuncian sobrefacturaciones y puentes de oro, pero nada hace siquiera para cuestionar a su ministro preferido, Arnoldo Wiens.
Cuando en marzo pasado se desató la crisis por las movilizaciones populares por la falta de medicamentos, se vio obligado a entregar las cabezas de los ministros Eduardo Petta (MEC), Juan Ernesto Villamayor (jefe de Gabinete) y Nilda Romero (Mujer) para evitar su caída. Todos tenían severos cuestionamientos en su gestión. No los cambió por eso, sino para salvarse a sí mismo. Y ese es su problema más grave: su falta de iniciativa para destituir cuando debe hacerlo. Protege las inconductas y la corrupción.
Su debilidad no solo es por su pérdida de soberanía ante Honor Colorado, sino por faltas de acciones más decididas. Es como si él mismo quisiera que se acabe cuanto antes su mandato. Se lo ve aislado, resignado y eso se refleja en su gestión y la de su Gabinete. Es una administración avejentada y desteñida, sin horizontes. Lo peor, se acaba el tiempo para ejecutar los grandes planes. Y dos años son muchos si la marcha será en punto muerto.
LA JUSTICIA. En contrapartida, la vilipendiada Justicia dio una bocanada de oxígeno a la esperanza al condenar a 7 años de prisión a uno de los mayores corruptos y corruptores de la política y el Poder Judicial: Óscar González Daher y su hijo cómplice, Óscar, concejal de Luque que va por la reelección. Hay mucho camino aún para que el proceso se consolide y vaya a la cárcel, pero la decisión de los jueces Yolanda Portillo, Yolanda Morel y Jesús Riera dio un paso trascendental a la Justicia para salir del cautiverio y sometimiento al poder político. Ojalá sea un punto de inflexión para que el Poder Judicial recupere su devaluada autoridad y no sea necesaria la presencia de ningún funcionario de la Embajada de EEUU para lograr fallos condenatorios con personajes emblemáticos del robo y la usurpación.
Así como la Justicia dio ese paso a pesar de las presiones, Mario Abdo necesita dar señales más claras y tomar acciones más decididas en estos dos últimos años de gestión.
Eso, si quiere escribir algo de historia y no quedar como uno más del montón: un presidente asociado a la corrupción, a la protección de las élites que se aprovechan del país, debilitado, sin autoridad ni capacidad de patear tableros. Y como si fuera poco, devorado por una pandemia que acumula cada día miles de muertos.
Pero para ello, debe abandonar las mieles de reinado sin compromiso mientras otros gobiernan y toman decisiones en su nombre.