Son casi las 18:00 de una tarde de otoño y su cuerpo delgado, curtido por el sol, descansa como si estuviera en una cama. Las personas ignoran su presencia, otros cruzan la vereda o simplemente “fingen demencia” sobre la presencia del adolescente en situación de calle.
En otra cuadra, sobre la calle Herrera, otro adolescente está acostado en la vereda; no logro distinguir su edad. El aroma putrefacto de la basura, sumado al olor a orín y a heces impregna la cuadra. Pero a él pareciera no importarle. Está inmóvil, acostado entre basura, plásticos, desechos orgánicos y entre excrementos humanos.
Mientras, algunos se entregan a los brazos de Morfeo, otros caminan y piden una monedita a los pasajeros de la calle Herrera. “Hermanita, hermanita. Tené dos mil para mi comida”, es lo que se oye repetir una y otra vez, a un adolescente en estado de delgadez extrema. Viste unos jeans cortos desgastados y una remera, que en algún momento fue de color negro. Camina entre la gente rogando por monedas para “poder comer”, dice, pero se sabe que es para la ración diaria de dosis. Las personas solo mueven la cabeza para negarse al pedido. Otros solo lo ignoran.
Esta es la fotografía de una sociedad avasallada por las adicciones, cuya realidad latente se ve todos los días en las calles céntricas en cada ciudad, no solo Asunción. Las adicciones son un flagelo en la sociedad actual, cuyo impacto se observa superficialmente en las calles. Estimativamente, entre 80.000 y 90.000 niños, niñas, adolescentes y jóvenes de Asunción y Central son adictos a algún tipo de sustancias, según el Observatorio Paraguayo de Drogas.
A esta problemática, que se revela en cifras alarmantes, no se evidencia una acción estatal contundente y con impacto social. Entre ciudadanos se pasan la responsabilidad de la situación, pero los principales responsables de impulsar políticas públicas son las autoridades, que también hacen la vista gorda a la situación, que ya va teniendo un impacto en el aumento de la inseguridad. Se sabe que dejar las adicciones es una decisión personal, pero el aumento imparable también tiene una responsabilidad estatal, que está obligado a intensificar los programas de prevención.
El impacto de las adicciones no solamente es visual, por el copamiento de adictos en el centro de Asunción, sino que también tiene un impacto social de la situación de calle y vulnerabilidad en la que viven los adictos. Pareciera que son desechos de la sociedad y que solo hay que sentarse a esperar un final trágico.
El Centro Nacional de Prevención y Tratamiento de Adicciones (CENPTRA), del Ministerio de Salud Pública, es el único centro especializado del Estado asentado en la capital, que debe dar respuesta a la alta demanda. Tiene casos exitosos a lo largo de 27 años de experiencia, eso es indiscutible, pero hay que admitir que no abastece la acuciante demanda del tratamiento de las adicciones. En un país, que si no hay atención estatal, las Iglesias son las que palian este vacío.
Desde las instituciones del Estado, es imperante que avancen en nuevas acciones para dar respuesta al avance brutal de las adicciones en niños, adolescentes y jóvenes. Se deben reforzar las acciones de prevención y fortalecer los programas de asistencia y rehabilitación.
Es urgente y necesario proteger a los niños, niñas y adolescentes para evitar que se conviertan en desechos sociales. Pero parece que a los políticos actuales solo les interesa “estar mejor”.