Desde el Paraguay del siglo XIX hasta la actualidad, podemos observar cómo fue evolucionando la significación de los cumpleaños de figuras como el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, Carlos Antonio López, Francisco Solano López, el dictador Alfredo Stroessner y el ex presidente Horacio Cartes.
Aunque la imagen popular de Francia es la de un gobernante austero que evitaba fiestas, las fuentes históricas muestran que su natalicio sí se conmemoraba públicamente. El 6 de enero llegó a festejarse con actos cívicos en distintas localidades del país, consolidándose como una suerte de festividad estatal en honor al Karai Guasu (Gran Señor) Francia.
En una ocasión, los vecinos de Asunción organizaron un homenaje extraordinario; adquirieron unas lujosas espuelas de plata para obsequiárselas al dictador en una audiencia solemne. Francia, coherente con su discurso de frugalidad, agradeció el gesto, pero rechazó el regalo, argumentando que ese tipo de ofrendas eran una “costumbre española” que imponía sacrificios injustos al pueblo.
En estas visitas protocolares se mezclaban lealtad política y reverencia personal. Hay registros de que en 1825, durante la salutación de rigor, un ciudadano (don Jacinto Ruiz) aprovechó para pedir al dictador la restauración de la popular fiesta de San Baltasar –una celebración tradicional de epifanía que Francia había prohibido tras una conspiración– como tributo festivo en honor a su cumpleaños. Francia rechazó la petición, aduciendo que esas fiestas propiciaban desórdenes y que no podía tolerar excesos aun en el marco de su propio festejo. Esta anécdota ilustra cómo el dictador combinaba el culto a su persona con un estricto control moral y político del orden público.
Sin embargo, en otras ocasiones, Francia sí permitió –o incluso impulsó– celebraciones más vistosas por su natalicio, sobre todo cuando servían a fines políticos. Un informe diplomático brasileño relata que el 6 de enero de 1828, Francia celebró su cumpleaños de manera excepcional: Mandó encender grandes hogueras e iluminar la fachada de su residencia con cientos de velas, repartió limosnas a los pobres y, vestido de gala, asistió con su círculo cercano a las danzas populares organizadas en la plaza.
Tales festejos reforzaban la figura de Francia como Padre de la Patria y referente máximo de la lealtad ciudadana, a la vez que servían para legitimar su poder absoluto por medio de la demostración de un apoyo público (ya fuese voluntario o cuidadosamente orquestado).
Carlos Antonio López, presidente de Paraguay de 1844 a 1862, continuó y profundizó la tradición de celebrar el cumpleaños del jefe de Estado como acto público de exaltación patriótica y personal. El 4 de noviembre (San Carlos de Borromeo), natalicio de López, fue durante su gobierno una fecha marcada por ceremonias oficiales, eventos culturales y manifestaciones de adhesión que combinaban la pompa estatal con la participación popular.
Al igual que con Francia, en Asunción el día iniciaba con actos protocolarios solemnes. Era habitual un tedeum o misa de acción de gracias por la vida del presidente, seguida de recepciones en Palacio, donde funcionarios, militares y ciudadanos ilustres presentaban sus respetos al mandatario. Se estableció el besamanos, como ritual heredado de la Colonia: desde temprano, filas de personas acudían a saludar al presidente en persona, gesto de lealtad que Carlos Antonio López fomentaba para afianzar su autoridad paternalista. Estas audiencias podían incluir discursos laudatorios, a los cuales el presidente respondía enfatizando la unidad nacional y los logros de su gobierno. La prensa de la época, especialmente el periódico oficial El Semanario, reflejaba tales eventos con lenguaje encomiástico, elogiando las virtudes y la “dicha” que significaba para la Patria contar con el liderazgo de don Carlos.
El discurso político en torno al 4 de noviembre remarcaba la figura de López como “padre y primer magistrado” de la República. En esas ocasiones, se subrayaban sus aportes: La modernización del país, la apertura económica y la defensa de la soberanía.
Francisco Solano López (Mariscal Presidente 1862-1870) llevó las celebraciones de sus cumpleaños a expresiones extremas de culto personal. La figura de López, en lugar de humana, era exaltada como la de un ser predestinado, protector del pueblo, defensor de la fe y de la patria, digno de veneración popular, propio de una apoteosis.
Su natalicio (24 de julio) y el aniversario de su ascensión a la presidencia (16 de octubre) eran a menudo superados en esplendor a las conmemoraciones de sucesos patrios, marcados por festividades y “regocijos públicos” de carácter oficial y obligatorio.
El cumpleaños de Francisco Solano López se convirtió en una especie de “Fiesta Nacional de San López”. Incluso en los templos, los sermones llegaban a compararlo con figuras bíblicas o patriarcales. Este culto fue reforzado por la prensa oficial, la cual difundía panegíricos y descripciones idealizadas del presidente, llamándolo “el salvador del Paraguay”, “el ungido del Señor” o “el enviado de Dios para destruir a los enemigos”.
Estas festividades podían extenderse por “tres o cuatro meses, con cortos intervalos”, durante los cuales diversas clases sociales organizaban suntuosos bailes, serenatas y banquetes con gran lujo y abundancia de bebidas finas y hasta la ascensión de dos globos aerostáticos. Los más espléndidos eran los ofrecidos por el comercio asunceno, empleados civiles, jefes militares y navales, y artesanos del Arsenal, en los salones del Club Nacional, que alcanzaban niveles “imperiales”, con dosel carmesí y sillón elevado para el presidente. Tres “hermosísimos arcos de triunfo” se construyeron en la calle principal, y un inmenso salón de madera en la plaza del gobierno. La serie terminaba con una serenata en carruajes que recorría Asunción hasta la madrugada, bajo bengalas y un castillo de fuegos artificiales en la plaza central. Las clases sociales en la campaña también se unían con alegría a la celebración, aclamándolo como el “Padre de la Patria”.
Las escuelas eran decoradas con retratos de López rodeados de flores, los niños recitaban poesías en su honor y las autoridades pronunciaban discursos que glorificaban su figura, presentándolo como el protector del Paraguay y el único capaz de guiar a la Patria hacia la victoria.
Gran parte de los gastos corría a cargo del Estado, pero también se recaudaban fondos a través de suscripciones para financiar eventos. Estas suscripciones se impulsaron más por el temor y la necesidad de congraciarse con el régimen que por una genuina devoción.
Durante la contienda, desarrolló en vida una fuerte imagen militarista y patriótica, aunque la devastadora guerra no limitó las celebraciones ostentosas, tras las victorias en Mato Grosso, la Estación Central del Ferrocarril y luego la nueva terminal se transformaron en escenarios de fiestas de casi dos meses con corridas de toros, bandas, bebidas y fuegos artificiales, y hasta el circo temporal levantado junto al hospital servía de sala de baile por la noche.
Cuando escaseaban damas para los saraos de los batallones, se las reclutaba por orden militar. Las corridas de toros compartían protagonismo con el juego de la sortija, las carreras de caballos, las riñas de gallos y espectáculos populares, como los kamba ra’anga, la cucaña (yvyra sýi), el gallo ciego o el toro kandil. Todo ello estaba acompañado por bandas y orquestas de infantería, caballería y artillería que recorrían las calles o animaban los salones con óperas, valses, polcas y cuadrillas.
Pero la verdadera exaltación de Francisco Solano López se consolidó después de su muerte, especialmente durante el siglo XX. Inicialmente, su figura fue controvertida –algunos lo culpaban de la hecatombe nacional–, pero con el tiempo se convirtió en héroe máximo de la nacionalidad paraguaya en la narrativa oficial. Su fecha de fallecimiento, el 1 de marzo, fue declarada Día de los Héroes, y su fecha de nacimiento, el 24 de julio actualmente se conmemora el Día del Ejército Paraguayo, coincidiendo con el natalicio del Mariscal López.
Durante la dictadura de Stroessner cooptó la memoria de los López para su propia propaganda. Stroessner promovió fuertemente el culto al Mariscal: Se enseñaba en escuelas una visión épica de Francisco Solano López como defensor de la patria, se realizaban desfiles, ofrendas florales y discursos patrióticos. Esta construcción deliberada de la figura de López –ahora desligada de cualquier crítica– sirvió para legitimar el nacionalismo autoritario.
Durante sus 35 años de dictadura, Stroessner consolidó una propaganda omnipresente alrededor de su figura, su ascenso al poder en 1954 se promocionó como el fin de la era de los golpes de Estado: Se jactaba que con él terminaba el desfile de presidentes efímeros que el país había tenido desde 1870 (44 mandatarios en 84 años), presentándose como el “gran pacificador” y garante de la estabilidad nacional tras décadas de caos político. Esta promesa de orden y progreso se convirtió en el eje narrativo de su culto personal.
El cumpleaños de Stroessner, el 3 de noviembre, se transformó en la “fecha feliz” por excelencia del stronismo. Cada año, llegada la 00:00, los 12x1 se hacían escuchar cual Navidad (costumbre abandonada apenas unos años atrás). El 3 era prácticamente día de asueto nacional –un feriado encubierto– y se vivía como una “fiesta patronal” que venía acompañada de su ritual invariable: largas filas de funcionarios públicos, militares, dirigentes partidarios y simpatizantes (llamados “hurreros”) acudiendo a felicitar personalmente al “Excelentísimo Señor Presidente”.
No había crítica pública posible: por el contrario, cualquier gesto mínimo durante el saludo (una sonrisa menos efusiva, un comentario fuera de tono) podía ser interpretado por los tembiguái (lacayos) del dictador y afectar la carrera del adulador poco entusiasta.
En la actualidad democrática del Paraguay, sorprende ver resurgir prácticas reminiscentes del stronismo en torno a la figura de Horacio Cartes. Que pese a ya no ocupar la presidencia, Cartes –quien sigue siendo un poderoso referente político y económico– ha adoptado en sus cumpleaños un estilo de celebración muy similar al de la “fecha feliz” de Stroessner, evidenciando la persistencia cultural del caudillismo.
Cada 5 de julio, día de su cumpleaños, la sede de la Asociación Nacional Republicana, Partido Colorado, se convierte en escenario de romería política: Cientos de correligionarios forman largas filas desde temprano para saludar a su “líder”.
Un factor clave que permite este tipo de culto personal en plena democracia es el control mediático que Horacio Cartes ha consolidado, al punto, que el actual presidente de la República, primero le rinde cuentas a él, antes que a la nación. A diferencia de Stroessner, que coaccionaba medios estatales o aliados, Cartes aprovechó su fortuna para adquirir directamente numerosos medios de comunicación. Esto recuerda “los tiempos de los López y de Stroessner”, cuando la voz oficial dominaba la información: en el siglo XIX mediante la prensa estatal controlada, y en la dictadura mediante la televisión única y la cadena radial obligatoria.