23 jun. 2025

La trampa de Tucídides y la creciente rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China

La relación entre las dos superpotencias ha ido deteriorándose a medida que China ha continuado su acelerado progreso económico y militar, pasando de la cooperación, a la coexistencia, y hoy a la rivalidad estratégica y puede eventualmente terminar en un conflicto entre ambas.

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Jorge Daniel Codas Thompson

Analista de política internacional

En su libro Destined for War: Can America and China Escape Thucydides´Trap?, Graham Allison describe los peligros de la transición de poder entre una potencia dominante y una potencia ascendente. Allison cita al padre de las relaciones internacionales, Tucídides, un general de Atenas que describió las guerras del Peloponeso entre Esparta, la potencia dominante, y Atenas, la potencia en ascenso. Tucídides, quien fue testigo de parte de la guerra, afirma que fue el auge de Atenas y el miedo que esta infundió en Esparta lo que hizo inevitable la guerra. Allison, quien denominó a este evento la “trampa de Tucídides” estudió dieciséis transiciones de poder en la historia, encontrando que doce ocurrieron por medio de una guerra (la más brutal, según Allison, la Primera Guerra Mundial por la rivalidad entre Gran Bretaña y Alemania) y solo cuatro fueron pacíficas, incluyendo la transición entre el Reino Unido y Estados Unidos hace aproximadamente un siglo. En el resto del libro, Allison analiza la actual rivalidad creciente entre Estados Unidos y China y la posibilidad de que ambos países caigan en la trampa de Tucídides y vayan a la guerra, planteando sugerencias para asegurarse que la guerra sea evitable.

Ciertamente, la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China presenta características similares a las de Esparta y Atenas. En particular, la seguridad, sobre todo respecto al Oeste del Océano Pacífico ha sido una variable estructural importante que afecta las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y China en la creciente competencia bilateral.

La competición en materia militar y de seguridad, de hecho, lleva décadas en las relaciones entre Estados Unidos y China, pero su dinámica en las mismas ha ido incorporando nuevos temas y exacerbando diferencias ya existentes. Las principales áreas de rivalidad abarcan las tensiones en el Mar del Este de China y de China Meridional, así como la creciente modernización militar del Ejército Popular de Liberación (nombre oficial de las fuerzas armadas de China Popular), el sistema de alianzas de Estados Unidos en la región, la no proliferación nuclear y las diferencias respecto a Taiwán.

De estos temas, tres forman parte de los llamados intereses centrales de China: Las disputas marítimas y Taiwán. El concepto del Partido Comunista de China respecto a los intereses centrales (en inglés, “core interests”) se refiere a aquellas áreas que el Partido Comunista de China considera no negociables. El resultado es un creciente dilema de seguridad entre ambas superpotencias. El concepto de dilema de seguridad, desarrollado en 1950 por John Herz, establece que, en una relación entre potencias, cuando una de ellas aumenta su capacidad militar con el objetivo de aumentar su seguridad, la otra interpreta esto como un acto con intención ofensiva, provocando que esta también aumente sus gastos militares para equipararlos con los de la primera potencia. Esta, a su vez, interpreta este rearme como una acción con intención ofensiva y decide aumentar aún más su proceso de rearme, creándose un círculo vicioso. En la competición estratégica entre ambas superpotencias, esta dinámica puede provocar la trampa de Tucídides.

Como manifiesta Medeiros (2019), en tiempos pasados Estados Unidos y China supieron encontrar formas de gestionar sus divergencias mediante una combinación de cambios en su conducta estratégica, la modificación de demandas y expectativas o, en muchos casos, la tolerancia a las divergencias con la expectativa de que las mismas desaparecieran o se morigeraran. En ciertos casos, la presencia de desafíos comunes a la seguridad de ambos provocaron que las diferencias se superaran. Estas estrategias conjuntas crearon un espacio para la cooperación en cuestiones de seguridad tradicionales y no tradicionales. Ante la desaparición de dichos espacios, el presidente chino, Xi Jinping, pidió anteayer a su par estadounidense, Donald Trump, cautela para manejar las cuestiones relativas al estatus y seguridad de Taiwán.

Hoy, la situación está evolucionando en una dirección tendiente a un mayor grado de antagonismo. Con la agudización de las diferencias pasadas, el surgimiento de nuevas áreas de desacuerdo y la crecientes dudas de ambas partes sobre las intenciones a largo plazo de la otra, la relación de seguridad entre Estados Unidos y China es ahora una cada vez más compleja combinación de un conjunto creciente de intereses divergentes y un dilema de seguridad que se agudiza progresivamente. Medeiros plantea que esto se debe en parte a la expansión de las capacidades de China y en parte a su mayor predisposición a utilizarlas, si bien aún en lo que se conoce como zona debajo del umbral de conflicto. La rivalidad de seguridad resultante es una función tanto de los comportamientos de cada actor como de las percepciones de la otra potencia al respecto. Las percepciones son un componente particularmente importante de la ecuación, ya que la creciente incertidumbre agudiza estos intereses de seguridad divergentes, en línea con lo planteado por Allison respecto a la trampa de Tucídides. La modernización militar de China ha avanzado a pasos agigantados desde mediados y finales de la década de 1990, pero para Estados Unidos, no se trata solo de que la brecha general en capacidades relativas se haya reducido. También se debe a que la modernización militar de China ha avanzado considerablemente en la erosión de las ventajas militares tradicionales de Estados Unidos en Asia, y se enfoca en limitar la capacidad de proyección de poder de EEUU en el Pacífico Occidental.

La creciente tensión entre Estados Unidos y China conlleva consecuencias potencialmente mucho más graves que las que provocó la guerra entre Esparta y Atenas. Esparta triunfó en el conflicto, pero ambas ciudades-estado quedaron devastadas. Sin embargo, las consecuencias afectaron mayormente al conjunto de ciudades-estado de Grecia, no al mundo entero. Una guerra entre Estados Unidos y China tendría consecuencias potencialmente devastadoras para el mundo. En su libro International Systems in World History (2010), Barry Buzan y Richard Little plantean que, en la era moderna, hay tres diferencias fundamentales con las eras antigua y clásica respecto a los procesos político-militares.

En primer lugar, existe hoy la capacidad de expansión a escala global gracias a las capacidades de interacción física. De tal modo, ambas superpotencias tienen hoy una capacidad de proyección de su poder impensada incluso hace pocas décadas, exacerbando las tensiones bilaterales al verse compitiendo por espacios geopolíticos como el Pacífico Occidental. En segundo lugar, la aceleración de la innovación tecnológica en sistemas de armas genera una correspondiente aceleración en la lucha por la hegemonía de las dos superpotencias. Finalmente, Buzan y Little plantean que el miedo a la guerra propiamente (por el efecto potencialmente devastador que tendría hoy en día) es mayor al miedo a la otra potencia, sirviendo de variable estabilizadora del sistema, a diferencia de las otras dos. Los puntos planteados por Buzan y Little son evidentes en la puja por la hegemonía entre los gigantes asiático y norteamericano. La Marina de Guerra del Ejército Popular de Liberación es ya la mayor del mundo por número de navíos (aunque no por tonelaje, debido a los once portaviones de la Marina de Guerra de los Estados Unidos). China está construyendo su cuarto portaaviones, utilizando las mismas tecnologías que posee su rival estadounidense y, si bien aún está en proceso de transición para ser una Marina de Aguas Azules (es decir, capaz de proyectar poder a nivel global), sí tiene crecientes capacidades para operar a nivel del mar del Sur de China y el Mar del Este de China. Asimismo, la sustancial y creciente inversión de China en tecnologías de uso dual civil-militar, como la robótica, los chips y semiconductores, así como la inteligencia artificial están provocando un cierre progresivo de la brecha militar con los Estados Unidos, agravando de tal modo la belicosidad entre ambos actores estatales. Además, China ostenta otras ventajas estratégicas relacionadas, sobre todo el producir más del 80% de los minerales críticos y tierras raras, que son minerales escasos y vitales para la manufactura de productos de alta tecnología, incluyendo los más avanzados sistemas de armas que le confiere incentivos para acelerar su propia innovación tecnológica y, eventualmente, negárselas a potenciales adversarios, como sucedió recientemente en el contexto de la incipiente nueva guerra comercial entre Estados Unidos y China.

A pesar de los crecientes elementos de rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China, Allison plantea que la guerra no es inevitable. Factores claves para gestionar la transición de poder entre potencias incluyen el rol de los líderes en mantener el diálogo estratégico y el conflicto bajo control y la mesura respecto al uso de armas nucleares por el concepto de Destrucción Mutua Asegurada (MAD, por sus siglas en inglés), así como el incremento de la interdependencia económica. Alerta además sobre el riesgo de que la construcción de alianzas militares rigidicen la conducta de los actores principales, provocando así un conflicto de proporciones sin precedentes entre dos superpotencias. Sin embargo, como plantea Allison, una de las variables fundamentales para prevenir una guerra es la conducta prudente y constructiva de los líderes nacionales. En ellos, en última instancia, recaerá la responsabilidad de evitar una nueva y devastadora trampa de Tucídides.

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