La Navidad tiene un mensaje controversial: Dios asumió la condición humana, un cuerpo de hombre, para acompañar al hombre.
Es así que aquella escena del pesebre, cargada de precariedad y llena de contradicciones, es una provocación para la lógica contemporánea y, al mismo tiempo, un abanico de lecciones y preguntas para hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Aquí, algunas observaciones.
1. Fuera de control. Quizás no haya algo más propio de la mentalidad actual que la necesidad de tenerlo todo bajo control. Solo así quedamos tranquilos.
Sin embargo, la historia que encierra la Navidad propone algo distinto, un hombre y una mujer sencillos y abiertos a seguir un camino desconocido, aceptando el desafío de una promesa que escapaba totalmente de su control e imaginación, pero que al final los llenaría de gozo. Por alguna razón, vivencia o experiencia, se lanzaron a lo desconocido, confiados en un amor y una promesa más grandes que ellos mismos y sus proyectos. Y esto va contra la mentalidad. Hoy, para no dejar de tener el control, nos aferramos a la zona de confort, y dejándonos vencer por el miedo terminamos estancados, incapaces de avanzar.
2. Lo imposible. La historia del pesebre propone además algo aún más provocador: la apertura a lo imposible. Es decir, sugiere una razón capaz de asumir la categoría de la posibilidad, abierta al reto de aquello que supera sus propias medidas, pero que, en fondo, intuye que puede existir porque lo desea. Una apertura posible cuando hay una historia, una compañía humana, como la de José y María, una educación.
Es de suponer que aquellos que pudieron contemplar tan imponente evento no lo hicieron porque comprendieron perfectamente todo, sino porque dieron una oportunidad a lo “imposible”. En la historia no son pocos los casos en los que los avances, incluyendo en la ciencia, se dieron gracias a esta oportunidad concedida. De ahí su gran valor.
3. La atención. Aprender a mirar la realidad es otra “lección” que podríamos descubrir al contemplar o analizar este evento. De acuerdo a los relatos bíblicos, en la escena de Belén los que pudieron apreciar el misterioso hecho fueron aquellos que por su atención a lo real tuvieron la capacidad de identificar los signos y señales y llegar al sitio; eran pastores, eran magos de Oriente.
4. El presente. Y la Navidad, finalmente, es la invitación a una propuesta “en el presente”, en el lugar que a uno le toque estar y en la condición que sea. En efecto, según los relatos del Evangelio, aquellos pastores –los primeros en recibir la convocatoria– acudieron así como estaban, con la curiosidad de los sencillos, quizás sucios, cansados y hasta abatidos por las circunstancias de la jornada. Pero fueron así como eran, sin maquillajes, auténticos.
Más allá de las ideas o creencias que uno pueda tener, esta fiesta es la invitación a retomar las preguntas esenciales sobre la felicidad, la justicia, la verdad, propias de todo hombre. ¿Acaso es posible para el ser humano el amor sin límites que dice portar ese Niño envuelto en pañales? ¿Existe, acaso, un lugar en donde el deseo de justicia puede ser saciado?
Para evitar la fatiga o cuestionamientos incómodos quizás resulte más fácil afirmar que estamos ante una bella fábula, y punto, tomar luego el celular y olvidarlo todo.
Sin embargo, el ser humano, sea de la época que sea, nunca dejará de desear que algún día acontezca la Navidad o algo parecido a ella; un lugar donde la paz sea posible y la persona amada, abrazada y perdonada sin condiciones.
Como lo dijo Luigi Giussani, hoy camino a los altares, refiriéndose a este evento: “Nosotros sabemos cuánto buscan los hombres de nuestro tiempo, aun inconscientemente, un lugar en el que reposar y vivir unas relaciones en paz, es decir, a salvo de la mentira, de la violencia... La Navidad es la buena noticia de que este lugar existe, y no en el cielo de los sueños, sino en la tierra de una realidad carnal”. ¡Feliz Navidad!