05 ago. 2025

Crecen los muros al conocimiento y a la verdad

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Obra de Carlos Colombino

Juan Andrés Cardozo

Asistimos hoy a un tiempo en el que el pensar vuelve al exilio de la historia. El muro de los poderes refractarios al conocimiento se levanta por doquier. Ello, con la intención de desalojar las verdades de la tumultuosa vida de las sociedades. Y así impedir que la reflexión teórica y científica evidencie la realidad. A la realidad que refleja minuciosamente la verdad que deviene de esa relación objetiva que aprehende conceptualmente lo real. Esta elusión del conocer procede de una voluntad de dominación. Pues cuando menos el saber aleja a la ignorancia, más reina el engaño sobre las actitudes y pretensiones de los gobernantes.

¿Qué importancia tiene el conocimiento para la sociedad? ¿Y cuál es la incidencia de la verdad sobre la acción humana? Estas son las preguntas que la filosofía se formula hoy.

Aclaremos. El conocimiento no es solo el saber teórico sobre las cosas, los problemas sociales y el mundo. Es también sobre las formas en que vamos resolviendo, evolutivamente, las construcciones materiales y culturales exigidas por nuestra propia condición humana.

Por eso el pensar es necesario. Lo fue siempre e históricamente. Es que a través del pensar se constituye el conocimiento. Y se van abriendo el horizonte de las verdades. No fue por casualidad que descubrimos que sin la verdad seguiríamos viviendo encadenados en la caverna. Ni avanzar en el conocimiento de que las cadenas son las desdichas que padecemos cuando la libertad no es el la morada de la existencia humana. De la existencia humana toda. Y aclarar asimismo que sin la igualdad, real y universal, la libertad solo es un medio que sirve a una clase social dominante.

La proscripción del saber

Las ciencias de la historia y de la sociedad, cuyos métodos dialéctico y heurístico permiten distinguir, y aun superar, las contradicciones estructurales reproducidas por el sistema vigente, están opacadas en los relatos mediáticos que afloran en todas partes. He ahí la razón del porqué las tecnologías de la información y de la comunicación son hoy utilizadas por la mecánica de la manipulación. Mecánica verbal repitente de las ideologías conservadoras e incluso de un progresismo que usurpa y reniega de las izquierdas. En la Europa de nuestro tiempo solo cabalgan las opciones políticas del centro abrazado a la derecha. Y las propias academias dejan de acoger a los pensadores rebeldes. Así el conocimiento es una práctica, “una buena práctica”, que renuncia al espejo de las realidades sociales. Y se aplica “críticamente” a la visión del consumismo y del individualismo, o a la expresión del temor frente a la otra “mirada distante”, de la otredad racial y cultural, de la que nos hablaba Claude Lévi-Strauss.

Mientras en América Latina son cada vez más escasas las voces de la resistencia a la alienación. Impregnadas todavía por ese mestizaje de aculturación profética, su cuestionamiento del orden establecido no pasa de la crítica simbólica. Se limita al ideologismo neoliberal sin capacidad de avanzar hacia alternativas donde la ciencia, el conocimiento teórico y la tecnología se conjuguen en el proyecto histórico de liberación social. El saber aún no se eleva al episteme de ruptura de los metarrelatos por una veracidad en la cual sea posible una historia diferente. Cuando exponemos la necesidad de hacernos dueños de un discurso racional que termine con la tradición, se nos pone por delante el río insalvable del pasado. Sin embargo, esa prisión intelectual --impuesta por el poder pero también por las academias retractivas al pensamiento-- se anula para los logógrafos de la mera opinión. Y en un nexo que va de las cuestiones institucionales a la glorificación del mercado, tanto de la educación como del comercio.

La ética del conocimiento

El conocimiento es una apuesta incesante a las verdades verificables. Una hipótesis sobre la realidad social requiere enunciados, proposiciones y teorías que metodológicamente deben llegar a conclusiones verdaderas. Es decir, a fundamentos lógicos que coincidan con los procesos históricos. Ello es aún más importante en el ámbito de las ciencias sociales. Una estructura leída parcialmente no sirve. Y es acientífica. Si el análisis de una sociedad pretende explicar el sistema político sin su relación con la economía, incluso con la cultura, las instituciones y el derecho, difícilmente llegue a verdades falsables.

Pero más allá de esta exigencia metodológica está también el problema del conocimiento mismo. La veracidad emergente del conocimiento supone una responsabilidad de la ética del discurso. El cumplimiento de esta responsabilidad conmina a la lógica del propio conocimiento. Por ejemplo, una hermenéutica del Derecho Constitucional obliga imperativamente a la concordancia de los principios, de las normas con los textos explícitos y de los orígenes jurídicos e históricos. Fuera de estas exigencias noológicas o epistemológicas, no solamente se caería en un error voluntario e instrumental, sino también en una ignorancia. Y por más disfrazada que esté lingüísticamente esta ignorancia.

Si el conocimiento es la presencia concreta y material de las verdades, es igualmente por esta misma condición la socialidad comunicativa de una ética. Si se desea saber y se accede al conocimiento, a la verdad alcanzada y enunciada precede la ética y al mismo tiempo la acompaña hasta un nuevo paradigma. Así la revolución teórica es el fundamento de la revolución histórica.

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