08 nov. 2025

El país por construir

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No es apacible ni vacío de incertidumbre el tiempo que vivimos. Se habla del fin de las ideologías. Pero precisamente ahora más que nunca se emplea la fuerza destructora contra las diferencias. El sistema neolibeal no acepta alternativa. En particular, si la alteridad representa los ideales progresistas. Y entonces, solo se quiere imponer, especialmente en Occidente, una sola ideología: La del capitalismo unidireccional, el de la concentración y de la alienación.

Ya la modernidad había avanzado hacia el Estado de bienestar con las luchas por la justicia social y los derechos civiles. Y al punto tal de la justificación argumentativa de que nadie debe “quedar atrás” de la evolución y la prosperidad. Pues el desarrollo sostenible solo es factible con la erradicación de la pobreza y la desigualdad.

Es cuando surge el postmodernismo con el pensamiento débil. Y oponiendo la teoría de la “deconstrucción” al de la “construcción”. Sostiene que la constanse (la continuidad del pasado) de la historia es una realidad no diferible que persevera en pemanecer. Por lo que la deconstrucción supone un punto de inflexión en el proceso histórico, para interpretar y releer el contexto, la situación o la época que se vive. Ello, para preterir su curso.

Tras esta distinción conceptual, la tarea que nos incumbe como sociedad es la de “construcción”. Más aún, cuando mucho nos falta para instituir realmente la modernidad. Sobre todo porque configura el señalado reto que enfrentamos, cual es la de construir una nueva sociedad. Vale decir, desde la perspectiva gramsciana, “para sustituir un sistema que se resiste a morir pero que debe desaparecer”.

LA REALIDAD SOCIAL POR SUPERAR

¿Construir qué sociedad? La nuestra no es todavía una sociedad, en estricto sentido. No hay una red de cohesión social que vincula y une a todos los habitantes. Hay sí una fragmentación social muy grande: Entre ricos y pobres, entre los que concentran el capital financiero y los desposeídos, entre los de cuantiosos ingresos y los que tienen un mísero salario. Pero también entre los que culminaron la universidad y los analfabetos o semianalfabetos, entre los de cultura académica y los de la cultura popular, etc.

Asimismo, está la apropiación del Estado. Desde hace tiempo el Estado se ha convertido en aparato de coerción no solo de las fuerzas conservadoras y reaccionarias, sino a la vez de reproducción de la clase dominante.

Esta segmentación disolvente se debe superar. Eso se reitera en las investigaciones sociales.

Los contrastes de profunda asimetría y sin tejidos de unión explican que no hay sociedad. ¿Bastará superarlos para que exista? No. Pues para lograr un proceso de societalización habrá que erradicarlos. Incluso los estratos residuales.

El país está desfasado. Además de anclarse en una estructura injusta, es anacrónico. Subvive fuera de la civilización de nuestro tiempo. Es entonces cuando el “cómo” construir un país se convierte en la cuestión histórica por dilucidar. Y una vez elaborada la lectura del proyecto de nueva sociedad, proceder a su construcción.

¿Cuál es modelo de sociedad contemporánea al que tenemos que acceder? Tres tipologías lo postergan en la extemporaneidad, y una serie de amenazas, si debemos atenernos a la distinción de Edgar Morin. Los dos primeros se refieren a su distancia de la sociedad del conocimiento, de la complejidad y de la sociedad de la innovación. El tercero, lo aleja de la sociedad de la equidad, colaborativa y solidaria, obra fundamental de la democracia social. Mientras que las amenazas aluden a las incertidumbres del presente: La brecha que se ensancha y divide a “los países desarrollados de los países aún por desarrollarse”, agravando la pobreza de estos últimos; la confrontación de las culturas fundamentalistas, cuyas explosiones golpean a nuestros pueblos; el ciberespacio que universaliza la entretención alienante y la violencia, y la crónica y el relato como formas de interpretar superficialmente los problemas de la vida, en desmedro del pensamiento racional y los valores de la ética.

Por otra parte, la primacía del mercado y la especulación, en vez de una sociedad y una mundialización humanistas, nos expone a una codicia sin límites que debilitará todavía más nuestra economía.

LA TRANSFORMACIÓN ESTRUCTURAL

¿Qué hacer frente a estos desafíos? Es la respuesta que nos inquiere. La que interpela a nuestra inteligencia para que definamos la intencionalidad que traza el camino por donde debemos ir. Por donde debemos dar los pasos mediante la práctica, que tiene que efectuarse en la acción eficiente.

Como puede observarse, la hipótesis de la validez de la “construcción” es irrebasable históricamente al equipararse con la teoría de la verdad como proposición intersubjetiva de la ciencia y de la filosofía, según Karl-Otto Apel.

Sobre las premisas precedentes, abordemos la pragmática del construir. ¿Qué? Una sociedad nueva que tiene que demoler el régimen anacrónico. Lo hará a través de una política de Estado tendiente a erradicar la fragmentación social y las desigualdades. Y con el propósito de erigir un orden social libre y justo, pluralista y participativo, solidario y humanista.

¿Cómo? Llevando a cabo las transformaciones estructurales que afecten la concentración de la propiedad, de la riqueza y del capital simbólico (cultura dominante, sistema jurídico al servicio del dinero y de los poderes fácticos, educación privilegiada en base a los estratos económicamente superiores).

El correlato de la liberación de estas transformaciones será, por tanto, la erradicación de la pobreza, la distribución equitativa de la propiedad según los criterios de necesidad, producción, justicia social y utilidad pública, y el acceso generalizado a un nivel social que asegure calidad de vida y libertad para todos. Que asegure básicamente un hábitat que, en el campo y en la ciudad, permita un ambiente de bienestar y de respeto al ecosistema. Al mismo tiempo, que promueva una rápida y horizontal modernización, industrializando, creciendo exponencialmente nuestra economía, y creando urbes con asombrosas arquitecturas e ingenierías. Todo ello, con creciente y sostenida prosperidad para todos.

Mas la experiencia de los países que hoy ocupan los primeros lugares en el ranking de desarrollo humano enseña la primacía en la universalización y calidad de la educación. Educación ontológica, científica y tecnológica, para aprender a vivir, pensar y producir obras de arte, pero también para la convivencia ciudadana y una solidaridad posnacional, capaz de avanzar hacia la integración y la cooperación internacional.

Estamos, en definitiva, frente al desafío de la sociedad del conocimiento y de la innovación. Para enfrentarlo, la escuela tiene que ser un lugar de aprendizaje del conocimiento y de la experiencia: Técnica, científica, de la inferencia lógica y de la imaginación creadora. Y la universidad, debe pasar a ser el centro de la investigación y de la producción científica, de la metodología analítica y del pensamiento crítico. Pero, del mismo modo, de la extensión social que se conecta con la empresa, con los actores culturales y, sobre todo, con los sectores vulnerables de la sociedad, a través de programas no asistencialistas, sino de cogestión –camino hacia la autogestión– emancipadora.

Pero ¿cómo construimos la sociedad de la equidad? Algunos teóricos, como Eisenstand y Chatelet, sostienen que debe ser de arriba hacia abajo. Por obra de gobiernos ilustrados y justos, en fin de la meritocracia. Otros, como, Alain Badiou, Enrique Dussel y Thomas Piketty, desde la sociedad, con ciudadanos mejor formados en sus convicciones jurídicas, morales y políticas. Así será capaz de reinventar periódicamente un Gobierno que, en forma subsidiaria, establezca las reglas y las acciones que le permita (a la sociedad) lograr su bienestar, crecimiento y autodeterminación.

En nuestro caso, pensamos en una estrategia interactiva. Y no solamente para la equidad, sino también para un porvenir más seguro y previsible. Nos conmina a constituir un Gobierno que en sus tres poderes del Estado, sus gobernadores y autoridades comunales, reformulen en sus actos, por imperativo de la degradante realidad, la frase: Vivo para edificar una patria digna y admirable. Con inteligencia, honestidad y eficiencia. Sin corrupción y venal impunidad.

Pues nos urge construir una sociedad más capacitada, empeñosa y fraterna. En todos sus niveles, pero dispuesta a coproducir con el Estado y promover los cambios estructurales y axiológicos que el país necesita. La miseria es consecuencia de la desposesión. Es producto de no tener tierra, casa, trabajo y educación. ¿Hay que esperar que un Gobierno progresista trate de que el país responda a estas demandas? Cuando la sociedad es tan retrógrada, los cambios avanzan sobre violentas, pero inútiles resistencias a las ideologías descolonizantes y liberadoras.

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