08 nov. 2025

Ciudad del Este, o el último resquicio para la utopía democrática

En tiempos de transformaciones culturales y de convicciones débiles en los que la política se confunde con el espectáculo y el poder se disfraza de consenso, Ciudad del Este emerge como un escenario clave de resistencia ciudadana.

Miguel Prieto

Ciudad del Este encarna una pregunta crucial para el futuro político del país: ¿Es posible (y más que posible, necesario) seguir imaginando otra política posible?

Archivo ÚH

Por Cristian Andino
Filósofo y docente

Lo que está en disputa en Ciudad del Este, en la elección municipal del próximo domingo –más allá de nombres o consignas– es un símbolo transcendental: la posibilidad cierta de construir aún un espacio para la utopía dentro de un orden que tiende, cada vez más, a la hegemonía total.

Hegemonía y homogeneización del poder

El partido de gobierno, matriz del poder político paraguayo durante más de siete décadas, parece haber alcanzado una etapa superior de dominación: la hegemonía como forma cultural. Ya no necesita imponer su poder por la fuerza; lo ejerce desde la normalidad de lo cotidiano, desde la aceptación resignada de ese fatalismo crónico de que “así nomás son las cosas” en esta comarca.
Lo que alguna vez fue un partido político, se ha vuelto hoy –como advirtiera Gramsci–, una estructura moral e intelectual que modela la vida nacional, una “visión del mundo” que se impone incluso a quienes la cuestionan.
En ese contexto, la elección municipal de Ciudad del Este no se trata de un simple trámite electoral por ver quién terminará el periodo iniciado en el 2019 por Miguel Prieto –e interrumpido tras su arrolladora destitución–, sino que representa un enorme espejo en el que puede verse reflejado el país entero. Lo que está en juego allí no es solo la Administración municipal de la ciudad fronteriza más importante del Paraguay, sino la posibilidad de mantener viva una fisura dentro del mismo sistema político nacional: un resquicio de pluralismo, una grieta por la que pueda infiltrarse de nuevo el virus de la utopía, donde la ciudadanía todavía pueda ejercer su libertad de elegir, más allá de prebendas y clientelismos.

Utopía y democracia

Frente a la maquinaria del poder hegemónico, el movimiento Yo Creo –hoy partido político–, heredero del proyecto iniciado por Prieto, encarna una forma de resistencia cívica. No se trata solo de una organización política, sino de una apuesta por una ética pública diferente, expresada en tres premisas fundamentales: participación ciudadana, transparencia en la gestión y mecanismos de control. En un escenario donde la política ha sido colonizada por el cálculo y el clientelismo, ese gesto –por pequeño que parezca– lo vuelve profundamente utópico.
La utopía aquí no puede entenderse como un sueño ingenuo, sino, por el contrario, se trata de creer y de crear un espacio ético y político de posibilidad concreta y real para la transformación social. Porque, como sugería Ernst Bloch, “solo desde la esperanza se puede transformar la realidad”. Ciudad del Este se convierte, entonces, en un laboratorio donde se ensaya la persistencia del deseo democrático frente al desencanto desmovilizador.

La mutación cultural del poder

Vivimos tiempos de nuevos odios a la democracia. Una época en la que la cultura del poder ya no se impone desde arriba, sino desde la saturación de sentidos. La hegemonía contemporánea se alimenta del espectáculo, del simulacro de participación, de la confusión entre gestión y salvación. En ese marco, las elecciones se convierten en rituales que legitiman un orden preexistente, donde la ciudadanía participa cada vez menos, sin posibilidad cierta de decidir.
Ciudad del Este, con su vitalidad cívica y su memoria de resistencia ante un pasado autoritario del que aún no logra desprenderse del todo, se convierte así en una anomalía salvaje –por decirlo con Negri–, en una potencia colectiva de resistencia ante la lógica de un poder hegemónico.
Allí persiste y resiste una sociedad civil que no ha sido completamente absorbida por la maquinaria partidaria. Movimientos vecinales, asociaciones estudiantiles, redes de comerciantes y colectivos ciudadanos mantienen viva una cultura democrática que, aunque frágil, se niega a desaparecer.
En este contexto, es claro que la disputa no es solo político-electoral, sino, por sobre todo, ética. El dilema central que atraviesa esta contienda es si el país continuará transitando hacia una hegemonía total, donde la democracia se reduzca absolutamente a formalidades vacías, o si todavía existe la posibilidad de una política sustentada en la responsabilidad y el bien común.

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La utopía aquí no puede entenderse como un sueño ingenuo, sino se trata de creer y de crear un espacio ético y político de posibilidad concreta y real para la transformación social.

Foto: Facebook Miguel Prieto.

Si es posible pensar a la democracia no solo como una forma de gobierno, sino como práctica del imaginario colectivo –como advirtiera Castoriadis–, entonces se vuelve clave pensar la capacidad que dispone una sociedad para cuestionar sus propias instituciones. En ese sentido, Ciudad del Este encarna una pregunta crucial para el futuro político del país: ¿es posible (y más que posible, necesario) seguir imaginando otra política posible?
En esta línea, los resultados de las elecciones del domingo serán más que solo fríos datos electorales. Por el contrario, marcarán el pulso del futuro político del país a corto y mediano plazo y nos dejará un mensaje claro: la prevalencia de la maquinaria del poder o la apertura hacia otras formas políticas más transparentes, participativas y democráticas.
En última instancia, como todo acto político significativo, lo que ocurra en Ciudad del Este trascenderá la geografía nacional. Hoy, la contienda es el fiel reflejo de un país en disputa entre el fatalismo y la esperanza, entre la restauración del orden o la posibilidad cierta de lo nuevo. Precisamente, es allí donde parece extinguirse la política donde puede renacer la utopía. Porque incluso en los márgenes –y quizá solo desde los márgenes– la democracia todavía puede reinventarse.

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