03 dic. 2024

Complicidades

Han pasado dos años del asesinato de Pecci. Los colombianos han hecho la tarea, pero nosotros no. No queremos develar quién estuvo detrás, a pesar de los cinco millones de dólares de recompensa que EEUU ha puesto como estímulo. Uno de los sospechosos está detenido y el otro no puede salir del país pero ni ahí. “Ni Mandrake lo podría”, dijo suelto de cuerpo el fiscal general Rolón, mientras su antecesora lloraba y abrazaba a la viuda en la repatriación del cuerpo del asesinado. Pocas veces se ha visto una cobardía tan abierta como la que muestran sus ex compañeros de Fiscalía que envían un mensaje demoledor a todo un país. Si tienen miedo o son cómplices del asesinato de uno de los suyos, ¿que les importará el resto?
Los hilos se mueven más desde afuera que adentro. Aquí no quieren saber quién mandó matar a Pecci y con esa actitud refuerzan la sospecha que la orden vino desde muy arriba. Ni al sospechoso y detenido Insfrán osan investigarlo. Lo detuvieron los brasileños y fue noticia solo por haber comprado complicidades en una prisión militar a poco de su ingreso. Lo tienen servido, pero no avanzan porque no quieren. Es entendible la frustración de la familia Pecci en el escrito dado a conocer en la semana. En un intento de provocar el interés de la Fiscalía, dicen que el abogado colombiano de la familia muestra más interés que sus ex compañeros. Aquí nada pasa ni quieren que pase. La Embajada americana y la colombiana se muestran en una photo oportunity con la viuda de Pecci para enviar el mensaje que ellos siguen con el caso y que van a demostrar la complicidad de los locales.

El ex general de la Policía colombiana habló de magnicidio cuando ocurrió el hecho y la manera rápida como reaccionaron ellos. El mandato vino del propio presidente Duque. Los nuestros no hicieron nada. No nos importó que un compatriota fuera asesinado y que estuviéramos obligados a saber quién lo mató, total la vida en Paraguay parece no valer nada. La cobardía moral es la peor de las cobardías y los fiscales nuestros lo exhiben de forma abierta y desembozada. Tiritan de miedo y exudan complicidad.

Ni los ruegos de la familia los conmueven ni la abierta intromisión de países extranjeros hacen mella en una Justicia paraguaya absolutamente entregada al crimen organizado. Han capitulado ante él y no les importa que el mal haya triunfado –hasta ahora– sobre el bien. La trazabilidad del dinero pagado es una línea de investigación, así como la complicidad de las instituciones públicas locales. Ellos, los de afuera, nos dirán la verdad que a nosotros nos tiembla el solo hecho de investigarla.

La historia de los pueblos es todo lo opuesto. Personas valientes como Adem Jashari, líder kosovar asesinado por los serbios en 1998 junto a toda su familia de 46 miembros es un ejemplo dramático de la valentía. Hoy su nombre está en todas partes en la reciente República de Kosovo. Su nombre lleva el aeropuerto internacional, calles, avenidas, instituciones y varios monumentos que se erigen en su recuerdo. Solo hizo lo que debía. A los ex compañeros de Pecci, que tiemblan de miedo, solo esperan ponerse los lentes negros, simular que les importa, facturar y jubilarse. Nada de rebeldía y menos de patriotismo. Están entregados, alquilados o comprados que ni la muerte los perturba.

El asesinato de Pecci es una cruel metáfora del Paraguay que vivimos, lleno de temores, cobardías y complicidades con el mal. Dos años después del asesinato en Barú no demostramos el mínimo interés en saber quién mandó matar a uno de los nuestros. El temor de confirmar que la orden vino de arriba los paraliza y, en consecuencia, llena de miedos al país todo que es en realidad el objetivo del crimen organizado.

Mientras con bombos y platillos se celebra un mayor margen operativo para el robo de recursos públicos en Itaipú, la muerte violenta de Pecci se mezcla en la irresponsabilidad de hacer creer que ni Mandrake podrá con el caso. Un verdadero desastre y una gran pena.

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