22 jul. 2025

Calvario: “Mamá, abrime, demasiado frío ya tengo, demasiada hambre”

Tener un hijo usuario de estupefacientes arrastra a los padres a historias desgarradoras, a errores y aciertos en el sombrío y sinuoso camino que les toca transitar para levantarlo una vez más.

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Veneno. Mano dura no debe ser aplicada a los usuarios de estupefacientes.

Foto: Archivo ÚH.

Ambos ya están jubilados; sin embargo, sobrellevar el flagelo que se adueñó de la vida de su hijo es una titánica tarea de resistencia que no tiene fecha de descanso, pero que se festeja, un día a la vez, cuando se encuentra sin consumo.

Todo inició cuando Roberto (nombre ficticio), a sus 14 años, comenzó a probar los cigarrillos, entre sus supuestos amigos, quienes lo iban a tachar de “señorita” si no tanteaba, explica su padre (también omitimos su nombre verdadero y lo llamaremos Gerardo).

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“Enseguida probó la marihuana y para cuando nos enteramos, él ya estaba metido con cualquier cosa que ni sabíamos que habría consumido”, recuerda Gerardo, quien afirma que no se dieron cuenta enseguida, por más de que lo vigilaban a la salida del colegio.

Rápidamente, Roberto ya había probado cocaína y otras sustancias porque a la par que aparecen nuevas drogas, él probaba todas para comprobar sus efectos.

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“Ahí empezamos a poner mano dura, pero fue tarde. Es como un veneno para ellos, es totalmente lo contrario, trataba de atajarle a la fuerza en mi error de no saber qué hacer”, reconoce ahora.

“Llegué a pagar los G. 10 mil para que no se vaya, para que fume en casa. Fue mi equivocación porque buscamos de todo, incluso eso”
Milagros, madre

Milagros, la madre (nombre ficticio), por su parte, menciona que la primera internación de Roberto sucedió entre los 19 y 20 años a su propio pedido, ya que se sentía mal.

“Le llevamos a Calle’i, de ahí salió muy bien, aunque no completó el tiempo requerido, que suele ser de seis meses a un año; nos convenció de que ya estaba bien, ‘pagan de valde’, nos decía. Mientras la doctora se enojaba con nosotros porque no le apretamos”, recuerda.

Mienten

Milagros asegura que los usuarios “son mentirosos y manipuladores”, pero en esa época, con la poca experiencia, no se percataron que su hijo ya tenía esa práctica. Afirma que la internación lo dejó muy bien, trabajaba, ganaba dinero, pero que, evidentemente, no había dejado la sustancia.

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Tras cinco años, Roberto volvió a estar mal. Esta vez fue el crac que lo llevó a pique, ya que no comía, no dormía, adelgazó y confundía las cosas.

“Llegué a pagar los G. 10 mil para que no se vaya, para que fume en casa, fue mi equivocación, porque buscamos de todo, incluso eso, después dejamos de darle y salía de vuelta y comenzaba a robarnos a nosotros mismos”, dice.

“Ahí empezamos a poner mano dura, pero fue tarde para eso, es como un veneno para ellos, es totalmente lo contrario, trataba de atajarle a la fuerza en mi error de no saber qué hacer”
Gerardo

Desde aquí, las internaciones se repetían porque se recuperaba y en dos o tres años volvía a caer; incluso, la pareja tuvo que acudir a los grupos de ayuda para tener más conocimiento y saber cómo ayudar al hijo.

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“Llegamos a un punto que tuvimos que largarle y se fue a la calle. Fue la parte más triste de nuestra vida, porque él tenía hambre y ya le encontraba en mi portón, tenía frío y ya le encontraba en mi portón y él decía ‘mamá, abrimena, demasiado frío tengo, demasiada hambre tengo, mamá’, no soportamos eso y le dejamos pasar a bañarse, comer algo y dormir”, relata la mamá.

Malos tratos

La familia también pasó por malos momentos en varios centros de rehabilitación, como en el de Saltos del Guairá, donde al día trece que Roberto quedó internado, se escapó con un compañero, a quien lo llevó a su casa.

“Nos contaron que les tratan como animales, al punto de que justo estaba cocinando puchero de garrón para mis perros y el compañero de mi hijo me dijo, ‘no, yo voy a comer ese tío, porque lo que allá nos cocinan es una porquería y ahora, por ejemplo, muero de hambre y veo ese que le vas a dar a tu perro, yo voy a comer’, me dijo”, recuerda Gerardo.

“Está luchando muchísimo, con él es un día a la vez, va a la Iglesia porque le gusta y es el lugar donde llora y grita, lastimosamente no está en la religión Católica el lugar para ellos”
Milagros

Milagros, por su parte, menciona que en el Centro Nacional de Adicciones también lo internaron.

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“Cuando fue día de visita, a los 15 días que ingresó, fuimos a verle y le encontramos totalmente abobado, dopadísimo, muy descuidado, con los ojos sucios. Lo que había contado hace un tiempo un usuario fue verdad, que se orinaban y se cagaban uno encima de otro era cierto, lo comprobé al ver a mi hijo en la misma situación”, manifiesta la madre, que además declara que fue tanto lo dicho por aquel usuario a quien “trataron de loco y también me tocó ver todo eso”.

Sin vuelta

Hace un año atrás, papá y mamá decidieron dejarlo libre, le abrieron las puertas de la casa, con la advertencia de ya no retornar; sin embargo, ambos sufrieron mucho más ese momento, incluso Gerardo tuvo un pre infarto raíz de ello.

Su esposa cuenta que él mismo se pasaba el tiempo buscando a su hijo por la calle para darle un pedazo de pan, mientras que este llegaba de madrugada para robar los sillones, plantas, herramientas y todo lo que encontraba en el patio de su propia casa.

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“Se internó de vuelta, ahora, sí, le costó, está luchando muchísimo. Con él es un día a la vez, va a la iglesia porque le gusta y es el lugar donde llora y grita. Lastimosamente, no está en la religión Católica el lugar para ellos”, lamenta.

Ya con alegría, refiere que en este momento, con 35 años, Roberto tiene novia, está acompañado por alguien que le entiende, “hizo una persona de vuelta de mi hijo”, dice trabaja de vuelta, incluso asiste a la universidad, también está practicando kick boxing.

La misma, finalmente, comprende que el amor de la familia es fundamental en el proceso de recuperación.

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Falencia. La familia recordó momentos desagradables vividos en el Centro.

Gentileza

Camas en Cenptra son insuficientes

El Centro Nacional de Adicciones, conocido como Cenptra, cuenta con 45 camas que no abastecen para la demanda de tantos pacientes en espera.

Estas camas están distribuidas en tres unidades de desintoxicación destinadas a 15 adultos, 15 jóvenes y 15 para adolescentes.

La alta demanda habla de una lista de espera, con más de 60 personas aguardando por un lugar.

Quienes desean ingresar a tratamiento deben esperar como mínimo tres meses.

La espera excesiva hace que los dependientes químicos se mantengan en abstinencia por un breve lapso, pero luego vuelven a recaer.

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