16 jun. 2025

Héroes cotidianos

“No siempre podemos hacer grandes cosas, pero sí podemos hacer pequeñas cosas con gran amor”, decía la Madre Teresa de Calcuta. Y a juzgar por los hechos, esta frase pintada en una de las paredes de la plazoleta Sargento Gauto, de Asunción, tiene mucho de verdad.

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Por: Fátima Schulz Vallejos

Fotos: Fernando Franceschelli

En los últimos meses, la plazoleta ubicada en una esquina ha tenido notorios cambios. Una coqueta casilla pintada de forma llamativa y decorada con flores, un arenal con juegos infantiles, áreas verdes y bancos conforman el escenario donde alrededor de 50 personas disfrutan diariamente de un plato gratuito de comida caliente. Y esto es gracias a la iniciativa de doña Nina y don Mito Stewart, un matrimonio que instaló el Kiosko Solidario en ese lugar.

La historia comienza con un sueño que tenía doña Nina, de dar de comer a personas de escasos recursos, como los recicladores que frecuentan la zona y aquellas que llegan al barrio para dejar a sus enfermos en los diferentes hospitales de los alrededores. “Yo nunca sueño nada, pero ella sueña mucho”, cuenta entre risas su marido, don Guillermo Mito Stewart. Pero los sueños no deben quedarse guardados bajo la almohada, por lo que esa idea empezó a tomar forma cuando cumplieron 50 años de casados y, en vez de regalos para ellos, pidieron cosas para el kiosko. Visicooler, cocina, heladera, microondas... Así fueron llegando los elementos que más pronto que tarde serían las herramientas necesarias para instalar un pequeño lugar que permite brindar alimentos a personas que no tienen esa posibilidad todos los días.

Cadena solidaria


“No tire la comida, comparta con el que tiene hambre”, reza el pasacalle que da la bienvenida a los visitantes y comensales del Kiosko Solidario. A este espacio se acercan diariamente entre 40 y 50 personas para desayunar o disfrutar de un plato de comida caliente a la hora del almuerzo.

Madres con sus hijos, niños, adultos mayores, recicladores... Son diversos tipos de personas las que llegan al lugar para ser atendidos por doña Lili, como todos la conocen. Esta mujer viuda, madre de tres hijos, antes se dedicaba al reciclaje de residuos, hasta que doña Nina la contrató para atender todos los días el kiosko, percibiendo un salario que forma parte del presupuesto de los Stewart. Cuando la contrataron, también lograron que trasladaran a sus hijos de escuela para que pudieran estar cerca de su madre. Ella asegura que su vida cambió y que se siente bien con la gente que recibe. “Ellos son personas como yo. Yo mejor que nadie les entiendo y ellos me entienden a mí", se apura a decir mientras prepara la comida que más tarde servirá a sus visitantes.

La conversación no puede continuar porque, en ese momento, un vehículo estaciona al costado del kiosko, baja la ventanilla y hace entrega de una gran bolsa, cuyo contenido son potes de comida que enseguida doña Lili se encarga de revisar. Pocos minutos después, otro auto se acerca con una bolsa más grande, que al parecer lleva ropas que luego serán debidamente distribuidas en el perchero solidario. Así transcurre cada día en este sitio al que acuden personas de escasos recursos en busca de un abrigo o un plato de comida.

“La gente estaciona y deja su aporte, en ropa o en comida. No recibimos dinero en efectivo, pero sí donaciones que sirvan para ayudar a otras personas”, aclara doña Nina sobre el proyecto que comenzó hace casi un año y medio y diariamente cuenta con la solidaridad de mucha gente que está al pendiente, dispuesta a darles una mano.

Pero el kiosko, que ocupa un rincón de la plazoleta, no es el único atractivo. También hay un arenero donde se instaló un parque para diversión de los más pequeños. En otro sector se encargaron de hacer un comedor, con una mesa larga y banquitos, que muchas veces también son utilizados por los comensales.

Si bien la iniciativa tiene poco más de un año, la historia de ofrecer comida viene de antes, cuando el timbre de la casa de los Stewart no dejaba de sonar debido a la gente que se acercaba pidiendo ayuda. “En casa había una regla: no dar dinero, pero así tampoco nunca dejar de brindar comida al que pedía. Aunque sea huevo frito se le tenía que dar”, narra don Guillermo Stewart.

Fue así que el proyecto fue creciendo hasta convertirse en lo que es hoy. “Hace poco vino una señora, se presentó y dijo que festejó su cumpleaños y que pidió que todos le regalaran dinero, porque no le hacía falta nada. Juntó casi dos millones y medio y nos trajo para el kiosko. Le dijimos que no recibimos efectivo y nos pidió el listado de necesidades y fue a comprar todo por ese valor”, cuentan como anécdota.

Nina rememora un hecho reciente. “Hace poco, cuando hubo una lluvia torrencial, doña Lili no pudo venir, entonces el kiosko permaneció cerrado, pero igual la gente fue a tocar el timbre de casa y a pedirme al menos leche para llevar. Vine a abrir el local para entregarles y apenas llegué, me vinieron 12 personas más. Yo no tenía nada para darles de comer, solamente galleta. Pero en eso viene llegando un señor de la zona con una cacerola de comida caliente, que alcanzó para alimentarles a todos. Vino de arriba. Es increíble cómo nunca falta comida”, resalta.

Historias como estas hay muchas para contar desde la apertura del kiosko. Y si bien al principio era a puro pulmón, hoy ya se sostiene solo, gracias a la solidaridad de la gente, revelan sus propulsores.

Doña Nina y don Mito son padres de cinco hijos y abuelos de 12 nietos. Cuando plantearon el proyecto, lo primero que escucharon de su familia y mucha otra gente fue: “Es una locura”. Pero para esta pareja no se trataba de una locura, sino de una noble causa para colaborar sin intención de recibir nada a cambio, como una manera de devolverle a la vida todo lo que les ha dado, quizás. “Nosotros nacimos en un hogar donde pudimos educarnos, tener una linda familia, nuestros hijos y nietos están sanos, con trabajo. Y más de una vez nos preguntamos qué mérito hicimos para que Dios nos quisiera tanto y nos diera esta felicidad. Mucha gente me dice que las personas como las que vienen a buscar comida no quieren superarse. Pero, ¿cómo se van a superar si nacieron en un lugar en el cual no pueden salir adelante ni educarse? Sin embargo, nosotros sí tuvimos otras posibilidades. Entonces sentimos que teníamos que agradecerle a Dios, y la forma que encontramos fue la de ayudar a esta gente. Y yo siento que ellos son agradecidos”, cuenta la impulsora del kiosko comunitario, ubicado en Venezuela y Sargento Gauto.

Juntos a la par: El proyecto solidario nació de un sueño que tenía doña Nina y al que don Mito se sumó, dispuesto a dar una mano a quien lo necesite.

Juntos a la par: El proyecto solidario nació de un sueño que tenía doña Nina y al que don Mito se sumó, dispuesto a dar una mano a quien lo necesite.


Ropero comunitario

“Si necesitas, llevá uno. Si te sobra, doná uno. Sumate al perchero solidario”, consigna el letrero ubicado junto al kiosko, en un espacio donde hay un perchero en el cual se disponen camisas, remeras, pantalones, sacos y otras prendas para quienes las necesiten.

“Una vez el perchero amaneció cargado de ropa, pregunté quién las trajo y quienes suelen venir me dijeron que se fueron a una iglesia y les dieron una bolsa llena de prendas de vestir, que ellos mismos trajeron y colgaron acá. Eso te da la pauta de que entre ellos también hay solidaridad”, destaca doña Nina.

En el Kiosko Solidario también se reciben ropas que la gente quiera donar, para que aquellos a quienes les hagan falta, puedan arroparse en días de bajas temperaturas. Las prendas se dejan a disposición de quien las necesite.

“Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Esa frase se le atribuye a Eduardo Galeano, aunque algunos la trasladan hasta el siglo XVIII para poner términos similares en boca de San Juan Bautista de La Salle, mientras que otros dicen que viene de un proverbio africano. Sea quien sea el autor, son palabras que resumen a los héroes que hoy luchan por un mundo mejor. Son muchos los que dicen que quieren salvar a la humanidad, pero, ¿por qué no empezamos con nuestro barrio?

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Necesidades urgentes

Actualmente, el Kiosko Solidario requiere con suma urgencia agua mineral, ante la falta de agua corriente. De momento tienen que mantenerse con baldes que acarrean desde otro sitio hasta allí. “El intendente envió una cuadrilla que hizo la instalación y la conexión, pero todavía no sale el agua”, cuenta don Mito. También explica que ya cuentan con el equipo de agua fría y caliente, pero que precisan de algún proveedor, de modo a ofrecer también este servicio a quienes acuden a ellos.

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Un halo de luz
Detrás de cada plato de comida hay muchas historias, algunas dramáticas. “Con esto, nosotros lo que queremos es tratar de encauzarlas”, añade don Mito. En el kiosko se sirve el desayuno desde las 7.30 hasta las 9.30, y el almuerzo, entre las 11.00 y las 13.00. Para quienes lo frecuentan, este lugar se convirtió en ese halo de esperanza que tanto necesitaban encontrar. Si te sobra comida o alguna ropa que ya no uses, podés llegar hasta allí y hacer tu donación (no se recibe efectivo, solo en especies y artículos para el funcionamiento del lugar) de 7.00 a 15.00, en avda. Venezuela y Sargento Gauto, o comunicarte al (0981) 488-999.
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