No hay otra palabra que pueda definir el cambio de 180 grados que se produjo en la misma mayoría de la Cámara de Diputados, luego de que cinco días antes decidieran conceder un nuevo aguinaldo a sus funcionarios, ahora no solo que revieron radicalmente su postura, sino que fueron contra todos los empleados del Estado.
¿Una revelación o acaso una comprensión del sentido real de las cosas? ¿El temor a una reacción más vigorosa de la gente? ¿O quizá un acto más de sinvergüencería que podría cambiarse mañana con una nueva matriz salarial que incluya todo lo que se había corregido?
Es imposible saberlo con este Congreso. Si hay algo que los vuelve tremendamente poco confiables a los legisladores es la imprevisibilidad de sus actos. Son capaces de todo y, por lo tanto, ni de la epifanía podemos estar seguros.
No ha habido una sola explicación racional del asalto perpetrado, nadie dijo que estaba mal, que se equivocaron, que escucharon la vigorosa reacción de la gente. Nada. Así como asaltaron al sentido común, así retornaron a colocar lo robado.
Los temidos sindicatos públicos quedaron paralizados, el ministro de Hacienda absolutamente descolocado. Ninguno renunció a su cargo luego de afirmar que si no se les paga bien todos dejarán su bien remunerado y poco controlado empleo.
El sindicato de la ANDE no cortó la energía eléctrica, los de la Essap tampoco... resultó finalmente que la revelación más importante es que no eran tan peligrosos y duros como vendían la imagen hacia el exterior. Que los derechos adquiridos no eran tan pétreos ni inmutables.
La vida sigue igual. Los diputados creen haberle castigado al Ejecutivo, este al Congreso y los únicos decepcionados y tristes, los bien pagados funcionarios públicos.
El ruido del escrache social aún se siente en el fondo y nadie puede estar seguro en un cargo público en estos tiempos de apertura, empoderamiento y transparencia.
La desinfección comienza a aparecer de manera más constante y permanente. Nadie está a salvo y nada tampoco.
El salario es lo más evidente, pero hay muchas otras cosas públicas que desde la ley de transparencia y acceso a la información pública han pasado a ser parte del patrimonio de la sociedad que sostiene con sus impuestos a sus mandatarios o sirvientes.
Corcovearán un tiempo, esconderán otro, pero no lo podrán hacer nunca más por todo el tiempo que desean. Vivimos un cambio de era y los políticos siguen sin darse cuenta del mismo.