16 jun. 2025

Conozca al ermitaño de Itacuá

Vive en una casa y capilla de 5 x 2 metros, en medio del bosque que rodea al Santuario de la Virgen de Itacuá, en Encarnación. Hace 27 años, el hermano Ladislao decidió aislarse del mundo, para consagrar su vida a Dios y a la naturaleza. Se considera “el único ermitaño del Paraguay”.

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El hermano Ladislao, junto al arzobispo de Asunción, Edmundo Valenzuela, y el obispo de Misiones, Mario Medina, en la entrada a su refugio en el bosque.

Por Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman

Los últimos rayos del sol bañaban de color dorado las aguas del río Paraná, cuando varios obispos de la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP) culminaron una breve visita al Santuario de la Virgen de Itacuá, un remanso de paz ubicado en una verde península, a 12 kilómetros del centro de Encarnación.

Fue entonces cuando vieron que un hombre menudo, con sandalias y un hábito de color morado, al estilo de los monjes medievales, emergía desde en medio de la vegetación de un bosque cercano y se aproximaba presuroso a saludarlos y a pedirles la bendición.

-¿Quién es ese hombre...? –preguntó uno de los visitantes, intrigado por su sorpresiva aparición.

-Es el hermano Ladislao, un ermitaño que vive solo en medio del monte desde hace muchos años, y que muy pocas veces mantiene contacto con la gente –informó Coral Martínez, funcionaria de la Secretaría de Turismo, quien ofició de guía a la comitiva episcopal.

La presencia del singular personaje atrajo la atención de varios de los prelados, entre ellos el arzobispo de Asunción, Edmundo Valenzuela; el obispo de Misiones, Mario Medina; el de Concepción, Miguel Ángel Cabello; el de Carapeguá, Joaquín Robledo y el del Vicariato Apostólico del Chaco, Gabriel Escobar, quienes pidieron a los demás integrantes y al chofer del ómnibus que los aguarden algunos minutos más, mientras junto a varios de los acompañantes que se sumaron a la expedición, se internaron por un estrecho sendero en medio del bosque.

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Un edén para estar “cerca de Dios”.

Varios carteles que indican “Ermitaño Róga” (la Casa del Ermitaño), y “prohibido pasar” coronan el estrecho pasadizo que se abre en medio de la alambrada que rodea a una reserva boscosa, a la entrada del Santuario.

Una estrecha picada conduce durante unos 30 metros hasta un claro en medio del monte, donde se erige una pequeña construcción de ladrillos y techo de chapas a dos aguas, que es a la vez como una capilla diminuta y dormitorio. La estructura es de un metro y medio de ancho por cuatro metros y medio de largo, incluyendo un pequeño baño en la parte posterior.

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“Esta es la ermita en donde yo vivo, rezo y medito todos los días. Le llamo Ermitaño Róga. Mi cama es un colchón. Me alimento de verduras y legumbres que cultivo en una huerta. Tengo un manantial con agua aquí cerca y a veces tengo la suerte de que la propia naturaleza me da regalos, como el de un árbol que se cayó con la tormenta y en su tronco encontré un panal con miel de abeja”, cuenta el hermano Ladislao.

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Su nombre completo es Ladislao Esteche, aunque casi nunca usa su apellido. Nacido en la ciudad de San Pedro del Paraná, cumplirá 72 años en mayo próximo. Hace 27 años que decidió recluirse del mundo, convirtiéndose en un ermitaño, para adoptar “una vida consagrada a Dios y a la naturaleza”.

“Empecé en 1987, con autorización del entonces obispo Jorge Livieres Banks. Al principio vivía en el Santuario, pero por la gran afluencia de visitantes, no podía tener toda la tranquilidad de que precisaba. Por eso hace 10 decidí construir esta ermita con la ayuda de unos hermanos y recluirme aquí, en la soledad del monte”, destaca.

La soledad, un bien preciado.

Los ermitaños, eremitas o anacoretas son modelos de vida religiosa consagrada, que son aceptados desde hace siglos por la Iglesia Católica, y que están protegidos y regulados por el Código de Derecho Canónico (artículo 603). Su modo de vida debe estar sujeto a la dependencia del obispo de la diócesis.

El hermano Ladislao se pasa toda la semana en soledad, pero los domingos abandona su emita para salir hasta el sector del Santuario, donde imparte catequesis a pedido del actual obispo emérito, monseñor Ignacio Gogorza. Dice que ahora tendrá que conversar con el nuevo obispo de Encarnación, Francisco Pistilli, para ver de qué manera prosigue su misión apostólica.

“La soledad no me pesa. Al contrario, me gratifica y me reconforta. Aquí estoy lejos de los males y de las miserias del mundo, aunque no dejo de preocuparme por los que sufren y rezo para que puedan solucionarse los muchos problemas. No tengo casi posesiones, vivo con un espíritu sencillo y mi instrumento es la oración”, explica.

El Santuario de la Virgen de Itacuá es un lugar histórico y religioso, además de ser un área verde de gran belleza, ubicado en una península rocosa que sobresale sobre el río Paraná, en las afueras de Encarnación, y que se ha vuelto un lugar de visita de fieles y turistas, como de peregrinación religiosa, principalmente el 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción.

La leyenda sostiene que la Virgen de Itacuá protege a las embarcaciones y sus tripulantes que navegan por el río Paraná, para no encallar contra las piedras de la región. Hablan de que una mujer vestida de blanco solía aparecer en lo alto del promontorio de Itacuá para guiarles con señas por los lugares de navegación segura.

Desde entonces, al pasar por el sitio, los barcos saludan con toques de sirena a la virgen protectora. Por ello, el Santuario erigido en la región tiene la forma de un barco, y hay una imagen de la Virgen en una gruta de piedra, en la punta de la península, a donde acuden los peregrinos a brindar su devoción, muchos de ellos por vía náutica.

“Este es un largo muy bello, un jardín del Edén y a la vez es un sitio milagroso. Por eso lo elegí para hacerme ermitaño”, dice el hermano Ladislao, al despedir a los visitantes, tras recibir la felicitación de los obispos paraguayos.

Dice que no conoce que exista otro con vida consagrada similar en ninguna región del país. “Probablemente soy el único ermitaño del Paraguay. Les envío a todos muchas bendiciones, y que celebren una linda Navidad y tengan un próspero Año Nuevo en sus hogares. Estaré rezando por todos”, dice, saludando con un abrazo final, antes de volver a internarse en la espesura de su bosque.

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