Domingo|30|NOVIEMBRE|2008- estelaruizdiaz@uhora.com.py
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Que la Policía sea corrupta, no es noticia nueva. Que la mafia de los ladrones de automóviles tenga el apoyo policial; que los grandes robos y los pequeños robos domiciliarios tengan el guiño policial, o que estén involucrados en los secuestros, tampoco.
Es la “maldita policía”, apelando a aquella frase con que la prensa argentina bautizó a la institución de la era Eduardo Duhalde por tener todos los vicios y escasísimas virtudes.
Y se pueden seguir enumerando otros entuertos que convierten a la institución policial en uno de los organismos menos confiables de la sociedad. Qué contradicción, cuando su misión primera es la seguridad ciudadana.
El tema viene a colación a raíz del destape de la putrefacta olla de la corrupción y que provocó la caída del comandante Federico Acuña arrastrando consigo a otros 38 comisarios.
Según los informes, robaban de todas las maneras. Se habla de una malversación de G. 20 mil millones. Se sabe que los uniformes estaban siendo “confeccionados” en una lencería. O que la adquisición de alimentos por el importe de G. 1.031 millones, la hacía un local que se dedica a la venta de cebollas y ajos en el mercado de Abasto. Y ni qué hablar de los fondos para el combustible. O que 3.000 policías custodien a políticos y magistrados, mientras la gente sufre cada día un asalto domiciliario.
La lista es larga.
El ministro del Interior, Rafael Filizzola, hizo lo que ningún ministro se animó a hacer. Ordenar la investigación de los “fatos”, meter mano en el negocio de algunos popes de la cúpula policial.
Y hasta la Comandancia fue el fiscal Arnaldo Giuzzio encabezando un histórico allanamiento. Aún faltan muchos documentos por analizar. Así que el hedor que asquea hoy será mucho peor.
LA CULPA ES DE OTRO. Todos los años, cuando se estudia el Presupuesto General de la Nación, los grandes debates se centran en los fondos que se asignarán a salud, educación y seguridad. Y el tema recurrente es que la Policía no cumple a cabalidad su función por culpa de los recortes presupuestarios. Que son insuficientes, etc., etc.
Con los datos que conocemos hoy, la triste realidad nos muestra que gran parte de esos fondos fueron a parar a los bolsillos de una rosca mafiosa que involucra al alto mando policial y tal vez a cuanto ministro colorado pasó por la institución. Con este esquema, jamás será suficiente lo que asigna el Congreso.
Por eso es atendible la histeria de Rogelio Benítez, hoy el más locuaz de los senadores nicanoristas, quien pegó el grito al cielo cuando se destapó la olla en la Policía con la consecuente barrida. Él fue ministro del Interior , cargo que luego asumió su suegro Libio Florentín como corolario de una patética monarquía criolla que tuvo su fin el 20 de abril. Habló de manoseo a la institución, que la dignidad fue atacada y que tales decisiones desalentaban a la Policía.
Casi en todo pifió Rogelio.
El manoseo no es de Filizzola, sino de los ladrones vestidos de policías que robaban a sus propios camaradas su ropa y alimento.
La dignidad no fue atacada. Los policías que robaban a los policías son indignos de vestir el uniforme.
En lo que pifió Rogelio fue al afirmar que el destape desaliente al cuadro policial. Cuando ese suboficial sepa que sus propios jefes eran sus ladrones y cuando el uniforme, las balas y la carne empiecen a llegar a las comisarías, tendrán el aliciente para realizar su labor como exige la ley.
Es atendible la histeria de Rogelio. Quizá tenga que ver con lo que cantarán los papeles a medida que se llegue al fondo de la olla. Quizás él no sea responsable (eso lo dirá la Fiscalía), pero con seguridad la rosca que manejó el presupuesto policial es responsabilidad de cuanto ministro y comandante estuvo al frente de la Policía estos últimos 5 años.
Por eso, el Partido Colorado es el gran aliado que tienen hoy los responsables de las instituciones que están bajo la lupa. Con su voto en ambas cámaras hará todo lo posible para trabar la investigación. Así lo hicieron para evitar que el Ministerio del Interior maneje los fondos policiales.
Veremos cómo lo hace el nuevo comandante Viviano Machado, un mediático comisario que siempre tiene respuestas para todo. Veremos si ejecuta con transparencia y equidad cada guaraní que se asigna a la institución.
Del manejo transparente dependerá en gran medida el éxito de la lucha contra la inseguridad.
El descubrimiento de los grandes hechos de corrupción obliga a repensar el rol del Estado en cuanto al control del uso de sus fondos. Más allá de la Contraloría, debe plantearse un sistema de seguimiento de la ejecución presupuestaria para evitar los grandes robos del dinero público. Porque a la larga cuando se descubre el tema, no sirve de mucho si los responsables no van a la cárcel y no devuelven lo robado.