01 sept. 2024

Vulgares

La falta de ideas, pero fundamentalmente de vergüenza, ha inundado por completo el quehacer político local que no hay frenos a los exabruptos y vulgaridades con las que pretenden muchos distraernos de las cosas importantes. Las mismas, que no pueden ser tratadas por muchos de estos que llegaron a caballo, de castigar el sistema, y para consolidarlo en su decadencia, otros.

Estamos viviendo el nivel más bajo que hemos visto a pocos meses de cumplir la democracia los mismos años de la dictadura. La crisis de los 35 está entre nosotros. Si la militancia colorada fue el final de aquello, las vulgaridades democráticas pueden acabar con lo poco que queda de la democracia.

Las acusaciones han sido dignas de personajes zafios interesados en masturbarse públicamente para mostrar de forma impúdica que no les alcanza el grado o título de intendente municipal o legislador. Como si fuera poco, el Ejecutivo nos enrostra un incremento en los salarios de ellos porque vienen con salario no reajustado desde hace años. No espera ni que le pidan. Se adelanta a ellos y solicita incrementarles 5 millones mensuales para que continúen con el espectáculo degradado similar al acting de Payo Cubas defecando en la oficina de un juez. Cualquier cosa puede pasar cuando los diques de la decencia se han roto y donde el pueblo asiste incapaz de castigar estos actos degradantes en cualquier sociedad decente. Si no es el mayordomo de Chaqueñito, privilegiado con un salario en la función pública que ventila los acosos homosexuales del legislador, es el intendente Nenecho –cada vez más parecido en su acepción en guaraní– el que carga contra sus críticos mentando las partes pudendas de su pareja. Esta, descolocada ante su visión de “Dios, patria y familia”, busca equilibrar los agravios, mientras se le caen los platos de la realidad en el acto de equilibrio fallido. El abogado trucho, el ladrón de tierras públicas, trato apu’a y otros aportan lo suyo mientras Peña trata de vender en Washington la imagen de un país serio que merece la inversión mundial sana. Para el director del Washington Post y dueño de Amazon le habrá sido tan divertido compartir la mesa como lo habrá sido para Giscard D’ Estaing hacerlo con el emperador Bokassa o Idi Amin Dadá en París. Más todavía cuando luego de escuchar la venta de una institucionalidad seria y rigurosa de una República se enterara de que Peña corrió presuroso a dar cuentas de su viaje al “significativamente corrupto”, amigo de Hezbollah y articulador del crimen organizado. Todo muy mal. Todo decadente y vulgar, mientras los jóvenes que creyeron en sus títulos eran apaleados por las fuerzas policiales justo frente a su residencia presidencial.

Esta imagen de un país decadente no atrae más que desprecio. No somos serios ni pretendemos serlo. Nos agrada tanto la inmundicia que nos hemos acostumbrado a ella. Esta ópera bufa lleva por título: La decadencia democrática del Paraguay, y tiene tantos actores que se codean y dan zancadillas para ocupar un lugar en el escenario. Han superado todo prejuicio. No les importa tocar la lira como Nerón, mientras se incendia Roma. Y lo peor es que van a por más.

La vulgaridad es tan grande que parece pergeñada desde algún poder oculto como afirman los conspiranoicos cuando en realidad nada más que eso se puede esperar de sus protagonistas. Zafios, vulgares, zancadiles, chabacanos, rústicos, zamacucos, patanes, cafres, zotes, cazurros y degradados están escribiendo el guion de la decadencia de la democracia, a la que quizás con algo de suerte le espere su 2 y 3 de febrero, porque esto no puede seguir así. Este espectáculo tiene que acabar antes que él acabe con nosotros.

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A continuación, una columna de opinión del hoy director de Última Hora, Arnaldo Alegre, publicada el lunes 2 de agosto de 2004, el día siguiente al incendio del Ycuá Bolaños en el que fallecieron 400 personas en el barrio Trinidad de Asunción.