En esta grave situación, según el artículo 75 de la Constitución todos debemos asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponde, ya que la educación es responsabilidad de la sociedad y en particular “recae en la familia, el Municipio y el Estado”.
Por responsabilidad ciudadana y como profesional de la educación ofrezco mi opinión a los padres de familia, a los intendentes y a las autoridades correspondientes del Estado, sobre dos causas eficientes de la crisis de nuestra educación (no son las únicas) que requieren urgentísima reparación. Si no se las corrige, el sistema educativo nacional seguirá produciendo resultados frustrados y frustrantes.
La primera causa es el grave error profesional sólidamente instalado y generalizado de confundir los conceptos y procesos de educación y enseñanza. Enseñar no es educar. La enseñanza es solamente una estrategia de la educación, necesaria, pero de ninguna manera suficiente.
Enseñar es transferir conocimientos. Educar es ayudar al hijo/a o educando a desarrollar sus cuatro dimensiones esenciales que lo constituyen ser humano, persona, que son: sus dimensiones biológico-corporal, psicológica, social y espiritual, lo cual supone “educere”, sacar a flote, desarrollar lo que el educando tiene en sí potencialmente, solo en germen: conciencia, inteligencia, voluntad, etc., con sus capacidades, competencias, habilidades, destrezas.
Tan infiltrada está la confusión de la educación reduciéndola a nivel de enseñanza, que los mismos profesionales de la educación han optado por llamarse docentes (del latín docere, que significa enseñar), reduciendo y rebajando su profesionalidad de educadores, excelsa e incomparable, a la responsabilidad de solo una estrategia de la educación.
Lamentablemente esta confusión está tan extendida que los gremios de educadores han decidido rebajar y reducir su categoría profesional a simple nivel de gremios docentes, en vez de educadores profesionales. Y, peor todavía, las instituciones de nivel superior, responsables de la formación y capacitación profesional, incurren en la misma confusión y error al llamarse Institutos de Formación Docente (IFD).
Y en coherencia con esta confusión, los currículos, planes y programas de los niveles escolares están diseñados para enseñar y no para educar, es decir, son currículos con las características propias de los currículos de los años cuarenta del siglo pasado, cuando los Ministerios, que hoy se llaman de Educación, entonces se llamaban “de Enseñanza”.
La segunda causa del pésimo estado de nuestra educación nacional es el sistema de evaluación permisivo. Esto significa que las profesoras y profesores de las instituciones educativas del Estado reciben la consigna de sus superiores de no aplazar o suspender a ninguno de sus alumnos, todos deben aprobar y pasar al grado o curso siguiente.
Esta política, nada pedagógica, se pretende justificar porque evita frustraciones y depresiones en los estudiantes y frena la alta deserción del sistema educativo.
En las instituciones privadas la motivación es económica: retener alumnos para no perder cuotas de ingreso. Lo que equivale a dar títulos a cambio de cuotas mensuales.