La estrategia republicana requiere arrastrar a todos en sus internas, atribuyendo a cada paraguayo y paraguaya una presunta posición en el espectro colorado. De acuerdo con esta ficción propagandística, cualquier crítica a un gobierno o a los integrantes de una facción colorada coloca irremediablemente al detractor en las filas del movimiento contrario, aunque ni siquiera sea un afiliado colorado o cuando menos un activista político.
Este juego perverso alcanza niveles delirantes cuando la ANR cae en manos de liderazgos como los de Lino Oviedo u Horacio Cartes. Ambos estuvieron involucrados en acciones que van mucho más allá de la mera disputa partidaria. Oviedo fue acusado de un intento de golpe de Estado y luego de tener participación en el magnicidio del vicepresidente Luis María Argaña. En su caso, resulta imposible negar su condición de caudillo. Su poder se sustentó en una legión de seguidores que lo idolatraban. Solo la muerte acabó con su carrera.
El caso de Cartes es más complejo. Es probablemente el hombre más rico del país, aunque su fortuna se sustenta en un negocio gris, por decir lo menos. Dudo que genere lealtades emotivas. Su poder es el dinero y todo lo que puede comprar con él… en un país donde están en oferta senadores, diputados, jueces, fiscales, empresarios y periodistas. Cartes enfrenta; sin embargo, un problema hasta ahora insalvable. Ha sido declarado significativamente corrupto y sancionado económicamente por el gobierno de los Estadios Unidos, acusado de lavar dinero y tener vínculos con organizaciones criminales, un laberinto del que no puede salir por más plata que gaste.
Y este es el escenario en el que los colorados deben aplicar hoy su fórmula de siempre. Endilgarnos a todos quienes no formamos parte de su partido una participación forzada en su fingida interna. Así, cualquier referencia al culebrón de Cartes supone complicidad con el gobierno anterior (colorado). Y cualquier reclamo ante presuntos hechos de corrupción de esa administración saliente (colorada) se debe leer como complicidad con Cartes o con el gobierno actual (colorado).
Por supuesto que este juego tramposo en una falacia absoluta. Paraguay es mucho, mucho más que el partido colorado y que los problemas jurídicos y financieros de sus líderes de turno. El grueso de la población (que en su gran mayoría ni siquiera está afiliada al partido) espera soluciones a sus problemas reales. Por más que los operadores políticos y los sicarios mediáticos del tabacalero pretendan convertir el lamento ciudadano y las críticas de la prensa en parte del circo republicano, estos existen, son abrumadoramente reales y van agotando los niveles de paciencia social.
La catástrofe de la educación publica, los dramas diarios en la cobertura de la salud, la inseguridad, los cortes de agua y de luz, la prostitución abierta de la justicia y la parasitosis política que desangra las arcas del Estado son los verdaderos culebrones de la rutina paraguaya. Y han estado presentes en la crítica a cada una de las sucesivas administraciones republicanas que mal administran el país desde hace tres cuartos de siglo.
La ANR sigue consiguiendo tiempo merced a una aceitada maquinaria electoral que se alimenta del prebendarismo y el reparto de beneficios y a una oposición torpe y ególatra que no consigue unificar a ese electorado que no vota a los republicanos y que es mayoría desde hace más de una década. Mientras, la farsa republicana continúa, aunque no se la crean ni ellos