09 dic. 2025

Urge trabajar por una sociedad justa y que respete la dignidad

Los paraguayos, tanto quienes viven en el país como aquellos en el exterior, enfrentan situaciones preocupantes. Muchas de estas circunstancias están relacionadas con la sobrevivencia: Acceso a la salud, trabajo digno y seguridad. Una ola de intolerancia y amenazas acechan a nuestros compatriotas fuera del país, mientras que en el territorio nacional se perciben signos de agotamiento en una sociedad marcada, sobre todo, por la desigualdad. Es urgente un mayor compromiso de las autoridades para brindar una verdadera calidad de vida al pueblo.

Frente a las diversas situaciones que estamos atravesando como sociedad llega oportuna la reflexión de los pastores de la Iglesia Católica para recomendar y para advertir también, que no podemos –como sociedad– seguir viviendo en la indiferencia ante tantas situaciones injustas, que degradan la dignidad de las personas y, al mismo tiempo, hacer notar a las autoridades, a los funcionarios y a la clase política, que deben enderezar el rumbo y priorizar la mirada hacia las problemáticas de las personas más necesitadas.

Cada vez que un paraguayo o una paraguaya debe vender rifas para costear un tratamiento de salud, cada vez que en un barrio se organiza una pollada para recaudar dinero para comprar medicamentos para un enfermo de cáncer, se eleva un gran signo de advertencia sobre un Estado paraguayo que está fallando a sus ciudadanos.

Los gobernantes asumen los cargos para los cuales se postulan con el compromiso de administrar los recursos del Estado en beneficio de la población, de modo que, cuando crecen las necesidades y los problemas sociales, en vez de ser resueltos, se siguen acumulando significa que aquellos que fueron elegidos para gobernar no están haciendo bien su trabajo.

Durante la solemnidad de Corpus Christi, celebrada en Asunción con una misa y procesión eucarística, el cardenal Adalberto Martínez, arzobispo de Asunción, había expresado una fuerte crítica a la desigualdad e indiferencia en el país. En la ocasión, el arzobispo destacó que la eucaristía es secuela de caridad y solidaridad y que quien se nutre del pan de Cristo no puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan diario.

“Es un problema cada vez más grave. Nuestro país produce suficiente alimento y los exporta para el mundo, pero cientos de paraguayos pasan hambre”, afirmó el cardenal.

Mencionó, asimismo, el prelado el hecho de que actualmente en el Paraguay hay hambre de pan, pero también hambre de vida digna, de techo, de más educación y salud. Hay hambre de ser familia, de reconciliación, de respeto, de seguridad, de paz. Tampoco olvidó los reclamos de justicia de nuestros compatriotas indígenas y de paraguayos que viven en graves situaciones de vulnerabilidad, que padecen desalojos de su propia tierra, causadas por poderosos “don dinero, don mbareteses y don jagarrapases”, acotó. Frente a esto, el cardenal invitó a los cristianos, que tienen cargos de responsabilidad política, a comprometerse por el orden justo de la sociedad y del Estado para impulsar políticas públicas y que a nadie le falta techo, tierra y trabajo.

Otra de las preocupaciones de los pastores de la Iglesia expresada de manera repetida en sus mensajes y homilías tiene que ver con la alarmante coyuntura del masivo consumo de drogas.

Recientemente, el obispo de Caacupé, monseñor Ricardo Valenzuela, había hecho un llamado a la sociedad y al Estado para el rescate y recuperación de los jóvenes que caen en las adicciones, en todo el país. Refiriendo que las adicciones son un grave problema para la sociedad. “Este flagelo va destruyendo la paz y la tranquilidad de nuestra sociedad paraguaya. Estamos viendo el estrago que está haciendo y nos da mucha pena. Démosles una oportunidad, rescatémosle y tratemos que traten de vivir lo mejor posible”, reflexionó el obispo de Caacupé.

Las autoridades, por otra parte, no deben ignorar la situación de miles de compatriotas que viven lejos de su tierra, y que en estas semanas están siendo objeto de persecución por su calidad de migrantes. Para ello, debe movilizar a la diplomacia y asegurar que estos estén seguros, con sus derechos y dignidad respetados.

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