Carlos Alberto Di Franco
Periodista. difranco@ise.org.br
El sonido de la libertad llegó al Brasil. Rodeado de polémica, sello de la cultura de la polarización y la cancelación asfixiante, el largometraje de la productora Angel Studios es un éxito indiscutible. La película protagonizada por Jim Caviezel, actor de La Pasión de Cristo, ya ha superado los 200 millones de dólares recaudados a escala mundial, una fortuna si se sabe que su producción costó apenas 14 millones de dólares.
La película cuenta la historia real de Tim Ballard, un ex agente del FBI que investiga una red de pedófilos y el criminal y cruel tráfico internacional de niños con fines de comercio sexual.
La película provoca emoción e indignación. Quizás falte la presencia de actores de primer nivel: Un Anthony Hopkins, por ejemplo, sería definitivo. Pero realmente vale la pena verla. Señala una herida monstruosa que también está muy presente en nuestro país.
La película dice que la pedofilia, solo en los últimos cinco años ha crecido más de un 5.000%. Un flagelo moral y humano de proporciones aterradoras. Y todo comienza en el mercado de la pornografía infantil que vive en los oscuros sótanos de la Internet profunda.
Si la película provoca –en los medios, las escuelas, los gobiernos y las familias– una reflexión seria sobre las consecuencias de la pornografía, ya habrá jugado un papel histórico.
La pornografía es un negocio poderoso y devastador. Provoca dependencia, trastoca la afectividad, desestabiliza a la familia y deja una pesada carga en el ámbito de la salud mental. Pero la más grave, con diferencia, es la estrategia de “mistificación” del material pornográfico. Se ha eliminado el sello prohibido. Al contenido pornográfico se le dio un toque de ligereza, algo sexy y divertido. En la práctica, sin embargo, la pornografía tiene las garras de la adicción y las consecuencias sicológicas, afectivas y sociales de la dependencia más cruel. Es un veneno. Lanza al usuario a un oscuro abismo.
En la era de internet, la pornografía ha invadido las computadoras ha hecho implosionar relaciones y ha esposado a muchas personas. La pornografía produce una imagen cínica del amor y transmite una visión de la sexualidad como puro dominio del otro.
¿Qué sucede en el cerebro del consumidor? La repugnancia inicial hacia los contenidos pornográficos, resultado de filtros morales naturales, da paso a la habituación. El usuario exige una dosis cada vez mayor y más “sofisticada” para obtener los mismos resultados. Es la espiral de la dependencia. Adicción pura y descontrolada. Y de ahí surgen terribles patologías sociales: Violencia, abuso sexual, pedofilia.
Los frecuentes informes sobre pedofilia en internet demuestran que la red se está convirtiendo en el principal medio de captación y explotación sexual de niños. A pesar de estar prohibidas por la legislación, constantemente aparecen en internet imágenes de niños en escenas de sexo.
Los delincuentes ponen a disposición del público archivos con fotografías pornográficas. Una vez localizadas, comienzan a circular entre los usuarios de la red e incluso en lugares que podrían considerarse públicos. La creciente presencia de pornografía infantil ha conmocionado a la sociedad.
El problema, independientemente de la justa indignación de la opinión pública, no es una solución fácil. De hecho, implica numerosas dificultades de carácter político y operativo. Un mundo que no es capaz de establecer una política unitaria en la lucha contra las drogas difícilmente podrá diseñar una plataforma común en la guerra contra la pornografía.
Sin embargo, se pueden y se deben adoptar algunas medidas. La Policía Federal ha realizado un trabajo excelente, responsable y competente. La frecuente identificación y arresto de depredadores en internet es alentadora. Los responsables de difundir pornografía infantil, racismo, publicidad de drogas u otros delitos deben ser castigados rigurosamente. Informar es un deber. Después de todo, la red global no puede transformarse en un instrumento de patología y crimen.
Pero la raíz del problema, independientemente de la irritación que pueda despertar en ciertas falanges políticamente correctas, está en la ola de bajeza y vulgaridad que se ha apoderado del ambiente nacional. Hoy, todos los días, en la televisión, en las vallas publicitarias, en los mensajes publicitarios, el sexo ha sido elevado a la categoría de producto de primera necesidad.
Actualmente, gracias al impacto de internet, cualquier niño sabe más sobre sexo, violencia y aberraciones que cualquier adulto de un pasado no tan remoto. No hace falta ser sicólogo para poder predecir las distorsiones afectivas, psíquicas y emocionales de esta perversa iniciación temprana.
Con el apoyo de sus propias madres, fascinadas por la perspectiva de un buen salario, innumerables niños son condenados prematuramente a una vida “adulta” y sórdida. Promovidos a modelos y privados de la infancia, se comportan, visten, consumen y hablan como adultos. La inocencia infantil está siendo desterrada sin piedad. Por tanto, la multiplicación de descubrimientos de redes de pedofilia no debería sorprender a nadie. Estas son, de hecho, las consecuencias penales de la escalada de erotización infantil promovida por algunos sectores del negocio del entretenimiento.
Ha llegado el momento de la familia para el diálogo, la formación y el liderazgo responsable.