El videoarte fue realizado a principios del 2000 y es fruto de otros proyectos fílmicos de Dubosc, como otros tres filmes documentales que abordan aspectos actuales en esta tierra condenada. Despegándose de la propaganda, algo poco común en el arte y el cine político, el simple encuadre cotidiano de un paseante enseña en toda magnitud la destrucción y el terror pasado y presente de la región.
El paisaje atroz de una calle rota y repleta de escombros cobra sentido hasta que, de repente, una silueta fantasmagórica va cobrando forma humana al acercarse al tiro visual de la cámara fija. La economía formal de esta pieza pareciera emular un tema bélico desde un plano secuencia sin cortes; el director concibe emitir estas imágenes desde tres monitores, a fin de lograr que el errante aparezca en diferentes momentos de su travesía peripatética.
Nada más lejos ni tan increíblemente cerca: El video resume en poco más de un minuto, la degradación de lo que es un ser humano, rodeado de ruinas, con nubes de polvo, reberberando en un vacío silencio. El hombre cruza el encuadre de la escena, curioso ante la cámara que lo filma sin él saberlo, que “roba” su imagen hasta que realiza el contacto con la máquina de imágenes.
Ha pasado un año desde que montamos la videoinstalación del artista francés Dominique Dubosc sobre Palestina junto a los cineastas Carlos Molina y Juan Franco Maida. Este poema audiovisual permanece en la memoria de quienes la vimos en agosto de 2024 en las salas de K / Espacio de Arte y Naturaleza; una obra que desde sus tres monitores o canales despliega una escena urbana y apocalíptica.
De una fuerza poética conmovedora y política, al mismo tiempo, sin decir una palabra (o sin nada que decir, valga la aclaración) las imágenes hablan solas, con elocuencia y poder, enseñando capas diferentes, como solo la auténtica poesía puede hacerlo.
Más que una obra de arte políticamente comprometida, este video y las películas de Dominique Dubosc rodeando a Palestina son ante todo una declaración de amor, en imágenes, dirigida a su pueblo que durante setenta años vive (y muere) en condiciones inenarrables, a la vista de todos.
Paraguay y Palestina, dos lugares en el mundo para Dubosc
Dominique Dubosc llega al Paraguay en 1967 para trabajar en la carrera de Antropología de la Universidad Católica; fruto de su estadía entre nosotros son dos cortometrajes documentales fundamentales: Kuarahy Ohecha y Manojhara, que junto a Los días de nuestra muerte (su película acerca de los mineros de estaño en Bolivia) conforman una trilogía sudamericana. De vuelta a Francia en 1970, se dedica por un tiempo a las luchas obreras, filmando desde el interior las huelgas históricas de esos años.
En 1988, comienza una serie de ensayos autobiográficos, al mismo tiempo, que filma a importantes cineastas o fotógrafos como Jean Rouch, Jonas Mekas o Duane Michals. A finales del 2000 se traslada a Palestina, donde permanece durante toda la segunda Intifada, realizando dos largometrajes, así como más de cuarenta cortos y piezas artísticas. En el sitio web del cineasta www.dominiquedubosc.com, por cierto, muy completo y actualizado, pueden visionarse casi todas sus películas de forma gratuita.
Volviendo al tema que nos ocupa, la videoinstalación Una ilusión óptica, nos comenta Dubosc que al observar su breve toma realizada en la ciudad de Khan Younis, la segunda zona urbana más grande de la Franja de Gaza, se da cuenta que (...)“este hombre que parece llevar, por un instante, pijamas de un campo de concentración nazi (ya sea casualidad o un error de fotogramas de mi cámara DV); por tanto me pareció pertinente llamarla Una ilusión óptica, al pensar irónicamente en las personas (y en particular en los dirigentes políticos) que no ven nada”.
El hombre viste, efectivamente, unas ropas raídas, que por alguna aberración técnica o lumínica hacen que su vestuario presente rayas. La forma rengueante de caminar y su mirada confirman algún grado de deficiencia motriz y mental, a tono con el paisaje devastado. Esta obra dura apenas un minuto, el trayecto que toma al hombre dirigirse a la cámara; al comprobar que no se trata de un arma apoyada en un trípode, sino de una máquina de imágenes, pareciera aprobar su registro por parte del director como testigo de una guerra larga, demasiada larga.
La única diferencia es que lo que vemos en esta obra de arte sucede en tiempo real, y no en la Europa de 1945: es Khan Yunis, Gaza, y hoy es 2025. El arte de los seres humanos del tercer milenio también puede decir “Nunca más”, este lema nacido justamente de las lecciones del Holocausto y de otros genocidios.