Vivimos un momento histórico único. La revolución tecnológica y la expansión de la conectividad han reducido las fronteras al mínimo, ampliando el acceso a la información y al conocimiento de maneras nunca antes vistas.
Vivimos tiempos paradójicos. Nunca antes se había producido tanto contenido, pero al mismo tiempo, nunca había sido tan difícil distinguir la información fiable de las narrativas sesgadas. En medio del ruido ensordecedor de las redes sociales y la avalancha de opiniones a menudo superficiales, el periodismo necesita urgentemente redescubrir su misión original: Servir a la verdad, contribuir al bien común y respetar la inteligencia del lector.
La sociedad está agotada por el clima de activismo que ha contaminado la agenda pública. La opinión abunda; la información escasea.
Las noticias han sido absorbidas por las conjeturas. Los lectores se pierden entre afirmaciones categóricas, declaraciones de “expertos” ocasionales y una avalancha de columnismo militante. ¿El denominador común? Radicalización y politización. Una distorsión que debilita la credibilidad de la prensa, alimenta el escepticismo de las generaciones más jóvenes y allana el camino para las teorías de la conspiración. La información, que debería ser un bien público, fiable y transparente, se ha convertido, en muchos casos, en una trinchera ideológica.
Las noticias que realmente importan, aquellas capaces de influir en el rumbo de una nación, no provienen de rumores difundidos irresponsablemente ni de medias verdades. Son fruto de un trabajo de investigación serio, realizado con rigor técnico y compromiso ético. El periodismo responsable es el antídoto contra la demagogia y la manipulación.
Pero el periodismo independiente exige libertad. No tenemos dueños. Nuestro compromiso es con la verdad y con el lector. Sin embargo, la libertad de prensa no es una licencia para el abuso. Presupone responsabilidad. Y esto se traduce en una escucha pluralista, la búsqueda de la verdad factual y el análisis honesto de los acontecimientos. La información no es propaganda. El periodismo no es panfleto.
La disrupción digital, la pérdida de control narrativo y la desintermediación informativa son fenómenos que, en gran medida, podrían haberse mitigado. Faltaba sensibilidad. La prensa se distanció de su audiencia, demostró dificultad para comprender las nuevas formas de consumo informativo y, a menudo, se dedicó a un activismo disfrazado de reportaje.
Con frecuencia, comenzó a hablarse a sí misma, a sus burbujas cognitivas, olvidando al ciudadano común: El lector silencioso pero atento. Este lector –hombre o mujer, joven o mayor– desea estar informado con seriedad, no ser catequizado por el activismo ideológico.
Y los lectores, con razón, expresan su cansancio ante el tono sombrío de gran parte de la cobertura periodística. Es posible denunciar males sin sucumbir al desánimo. Tomemos, por ejemplo, la lacra de la corrupción. Combatir la corrupción es un deber innegociable. Pero es igualmente necesario señalar soluciones. ¿Por qué no convertir esto en una bandera clara y positiva para la prensa?
La corrupción, la violencia, las mentiras y la incompetencia existen y deben ser expuestas. Pero también hay otra cara. Una cara de esperanza. Hay luces al final del túnel. Está en manos del periodismo revelarlas. Ha llegado el momento de cultivar un enfoque proactivo que vaya más allá de la denuncia y proponga soluciones. Un periodismo que reconozca el dolor de la sociedad, pero que no se sumerja en el resentimiento. Que diga la verdad con serenidad. Que sepa discrepar sin desfigurar al adversario.
Es posible, sí, construir agendas inspiradoras. Mostrar buenas prácticas en educación, salud, emprendimiento social, recuperación urbana y lucha contra el desperdicio. Hay personas silenciosas que hacen el bien, y sus historias pueden reavivar la esperanza. Esto también es periodismo.
La tecnología lo ha cambiado todo. Pero los valores permanecen. Credibilidad, independencia editorial y compromiso con el bien común: estos pilares siguen vigentes. Más que nunca, necesitamos un periodismo con alma.
Cambiar de rumbo no será fácil. Implica renunciar a las certezas ideológicas, revisar las narrativas y la voluntad de autocrítica. Pero es la única manera de reconstruir la confianza. Y la confianza es el capital simbólico más preciado de la prensa.
Nos enfrentamos a un punto de inflexión. Para evitar caer en la irrelevancia, el periodismo necesita volver a cautivar al lector. Necesita recuperar su vocación de puente entre los hechos y la comprensión del mundo.
Es hora de cambiar. Es hora de volver a lo esencial: La verdad de los hechos, la dignidad de las palabras, la responsabilidad social de la información. El periodismo no puede ser un instrumento de resentimiento. Debe ser, con valentía y humildad, un servicio a la verdad y la libertad.
El papel de la información en este turbulento momento nacional demuestra una cosa: el periodismo es más necesario que nunca. Precisamente por eso es necesario el cambio. Redefinir el periodismo es urgente.
Ha llegado la hora del cambio para el periodismo.