Cuando decidimos en 1992 crear el Ministerio Público para sepultar la Fiscalía General pensamos en Clotildo Giménez, el ex encargado de perseguir con la ley a todo aquel que le ordenara lo hiciera el tirano Stroessner. Era tan abyecto y vil que lo hacía con un placer inaudito. Disfrutaba con presentar cargos inventados contra cualquiera que le ordenaran lo hiciera. Era un personaje temido y absolutamente funcional a la tiranía. Queríamos a uno que lo hiciera olvidar en democracia y que desde esa función representara los intereses genuinos de la sociedad para perseguir a los delincuentes que la ponen en peligro. Lamentablemente debemos decir que la memoria de la persecución siguió intacta, la dependencia de los políticos se convirtió en funcional y la delincuencia se expandió notablemente. Cada fiscal que era nombrado resultaba peor que el anterior. Se intentó cambiar con una mujer porque ellas podían ser más justas y menos corruptas. Nos equivocamos. Sandra Quiñónez nos mostró que se podía ser peor.
Se fue esta semana en medio de un sonoro abucheo ciudadano. Deberá ser juzgada por sus actos. Por las trampas que dejó, como lo dijo su sucesor Rolón, por los casos que no investigó y los delincuentes que no persiguió. Debe ser juzgada por el crimen del joven Quintana, donde le proveyeron desde más arriba de todo el cruce de llamadas antes del asalto a un local partidario y que su dependiente dijo: “Era irrelevante e intrascendente”. Podemos aún saber quién ordenó matar al joven activista en un hecho derivado de la llamada “enmienda de sangre”. Sandra Quiñónez era orgullosamente funcional al poder político. Servía a Cartes con la misma lealtad que Clotildo a Stroessner. Era capaz de cualquier argumento irracional para justificar su no persecución a los criminales. Cuando mataron a uno de sus fiscales en Colombia lloró, se arrodilló, pero no hizo nada. El fiscal colombiano fue muy claro: “Nosotros resolvimos el 90% del crimen de Pecci, solo falta que los paraguayos resuelvan el 10% restante”. Fue una cachetada de salida a las más funcional y entregada fiscala general que hemos tenido en nuestra historia desde 1992.
La Fiscalía, bastante desprestigiada, surtió de varios de sus miembros a la política. Eran finalmente funcionales y socios. Muchos de ellos llegaron a ser ministros en los últimos gobiernos. Uno de apellido Lezcano pasó de ser fiscal a ministro del Interior, ¡y de ahí a fiscal de nuevo! Luego entraron 8 con Abdo. Ocuparon todas las carteras disponibles con la misma temeridad, arrojo y descaro con los que disimulaban hacer su tarea de los últimos años. En gobiernos donde la corrupción y la impunidad eran la norma, claramente mostraban orgullosos su pertenencia al sistema.
La Fiscalía no tuvo empacho en afirmar que no podía investigar a Cartes porque tenía un “perfil muy alto”, reflejando claramente la capitulación de la República a su concepto de igualdad. EEUU los ha tenido que acusar de “significativamente corruptos” y cortarles todos sus negocios a un ex presidente y a otro vicepresidente que empezó su oscura carrera en Ciudad del Este como fiscal de marcas y quien mantuvo a su esposa haciendo campaña con él, siendo fiscala adjunta solo detrás de Quiñónez. La caradurez era sin igual en los últimos años. Tanto que la que se fue sufrió cuatro intentos de juicio político salvados solo por los mismos cuyas carpetas delincuenciales estaban en las gavetas de la Fiscalía. Era un trueque delictivo perfecto.
También se fue de anciano “el ganchero de Cateura”, como se definió a sí mismo Antonio Fretes, pero quedó el vertedero en lo que convirtió con sus socios al Poder Judicial.
Viejos, atorrantes, caraduras, sinvergüenzas, turiferarios, incapaces y socios de los delincuentes se jubilan o culminan su periodo sin ser sacados de entre nosotros. Esperemos que el nuevo ministro de Corte y el recién asumido fiscal le levanten el perfil a la Justicia en su conjunto. Estamos cansados de los Clotildos, queremos algo mucho mejor para reconvertir la pestilencia de la Justicia-vertedero en algo diferente y que huela mejor.
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