29 mar. 2024

Nueva era con expectativa moderada y alto riesgo de ingobernabilidad

Con un discurso general, sin estridencias y promesas discretas, Mario Abdo Benítez (46), un privilegiado hijo de la dictadura, asumió hace cuatro días la presidencia de la República, en medio de una inquietante crisis colorada que amenaza su gobernabilidad, una ciudadanía que lo mira con escepticismo y una oposición con escasas esperanzas de que su gestión cambie el rumbo económico y social.

Reservado, casi hermético que evita conocer sus jugadas de antemano, asume el cargo acompañado de un Gabinete con fuerte presencia política. Este carácter alejado de la tecnocracia cartista tiene su punto más alto en las binacionales, cuyos nombramientos aumentan las alertas sobre el manejo discrecional de los fondos para calmar las ansias ilimitadas de una clase política que ha convertido al país en lo que es: pobre y corrupto.

Ese sesgo altamente político de la mayoría de sus ministros es uno de los flancos de su gobierno. La ciudadanía y los sectores económicos tienen cada vez menos paciencia ante los abusos de poder y el despilfarro de los fondos públicos sin señales de austeridad estatal.

Su victoria está asentada en la construcción de consensos políticos que lo obligan a compartir del poder y eso puede significar el descontrol a la hora de la administración de la cosa pública. Quizá por ello se vio obligado a mencionar en su discurso la advertencia a sus colaboradores: “Hoy quiero decirles a ustedes lo que en privado les digo a ellos: ‘No seré juez de nadie, pero si en mi gobierno alguien tiene inconductas, seré el primero en colaborar con la Justicia. No seré un presidente complaciente con esas inconductas. No me pidan complicidad’”.

LA GOBERNABILIDAD. Mario Abdo centró su discurso en la recuperación institucional, que fue eje de su campaña electoral como contracara a Horacio Cartes, cuya herencia ha sido justamente la destrucción de los órganos del Estado.

Un desafío complejo porque requiere alto consenso político para llevarlo a cabo. Ello implica relacionamiento con el Congreso, donde no tiene mayoría a raíz de la adelantada crisis colorada.

Cartes dio mensajes sobre el perfil de su disidencia y como pequeña muestra fue la ausencia de sus legisladores en el acto de asunción de un presidente correligionario, un hecho inédito en la transición.

Pero también es innegable el poder de la lapicera. De hecho, referentes claves del cartismo han empezado su éxodo hacia el nuevo poder. Habría que esperar cuánto aguanta Cartes en la llanura, un desierto que pueden cruzar con éxito solamente aquellos líderes con fuertes convicciones. Ahora es cuando se conocerá si el tabacalero ex presidente tiene vocación política o si su éxito se basó en las mieles que generosamente da el poder. Con su no reelección, la derrota de su delfín, su no juramento como senador activo tras el humillante retiro de su renuncia tiene pruebas suficientes de que la billetera en política no es determinante.

Aparte de reconstruir lazos en la ANR o debilitar al cartismo al punto de reducirlo a una minoría insignificante, Mario Abdo también debe restaurar su relación con la oposición, quebrada por su apoyo elíptico al acuerdo sobre Yacyretá que firmaron Macri y Cartes. Lo cuestionable en este punto donde se debate nada menos que la soberanía energética (el activo más importante que tiene el Paraguay en las binacionales) es que no ha asumido una postura clara y pública, ya sea rechazando, ya sea aceptando. Una vez más, dio su acuerdo calladamente, como pretendiendo (infantilmente) hacer creer que no se percibirá su decisión solo porque no habla o tuitea.

Ahora, de la mano de su ministro más político, Juan Ernesto Villamayor, lanzó la convocatoria a una gran mesa de diálogo para debatir la Constituyente, el Código Electoral y el Sistema Judicial, temas de alta tensión política, cuyo manejo requiere sobriedad, transparencia.

De la necesidad de una Constituyente hablaron los principales candidatos en las elecciones. Pero no estaba previsto que a una semana se lance ya la idea.

Ojalá no sea una estratagema para tapar la inacción o indecisión en temas más urgentes.

SUS HOMBRES. A un presidente se lo conoce por su Gabinete y la gente que lo rodea, el entorno y esa claque difusa que sin cargo alguno tiene entrada directa a Mburuvicha Róga y le sopla al oído en los momentos de distracción.

Mario Abdo eligió a su hermano Benigno como el principal soporte de su gestión. Será su principal asesor económico como ministro de Hacienda y además será presidente de facto del IPS, donde dejó a un hombre de confianza. La designación de Benigno no solo da tranquilidad a Marito, sino también a Cartes. El hermano del presidente formó parte de la mesa chica de la política económica del gobierno saliente, señal de que el rumbo seguirá el mismo norte.

El otro eje es Villamayor, quien más que un ministro de seguridad, recuperará la misión política de esta cartera del Estado. A este Gobierno le falta relato y necesidad de espantar percepciones negativas. El ministro del Interior tiene sobrada retórica para cumplir este rol. Los pasos iniciales sugieren gestos de amplitud política: recibió a Guillermina Kannonikoff, combatiente antistronista y defensora de los campesinos de Curuguaty, con la promesa de recuperar pruebas claves de aquella tragedia que le costó el cargo al presidente Fernando Lugo.

A sus dos compañeros políticos más respetados por la ciudadanía especialmente no colorada les confió los ministerios más complejos: Arnoldo Wiens fue al MOPC y Eduardo Petta a Educación. Ninguno tiene trayectoria en dichas áreas, pero su historial de honestidad y coraje les sirve de coraza para mitigar esas falencias. Ahora les queda el examen de la gestión. Por de pronto, el ministro de Obras tiene una granada en la mano con la crisis del Metrobús. Necesitará algo más que la invocación a Dios para salir de este entuerto.

A su amigo personal, Julio Mazzoleni, le confió Salud Pública. Allí el reumatólogo deberá remar con gremios altamente politizados y no lo logrará sin el apoyo explícito de su jefe. Quiere recuperar la atención primaria de la salud, el eficiente programa del gobierno luguista que el cartismo quiso diluir.

SIN LUNA DE MIEL. A diferencia de otros presidentes, Mario Abdo no gozará del tiempo de gracia de los primeros cien días. La larga transición entre la elección y la asunción al cargo ya lo colocaron en la mira en forma prematura con los casos Ibáñez y Yacyretá. La guerra declarada de Cartes aceleró los tiempos y lo obliga a tomar decisiones con más rapidez que sus antecesores.

Aún está en la etapa de los nombramientos, más lentos que otras administraciones con indecisiones preocupantes en determinadas áreas, que alimentan las razones de la baja expectativa de su gestión.

Quizá el único juramento claro fue que al final de su mandato será senador vitalicio, que será puesto a prueba en tres años más.

Pero si quiere salir por la puerta grande, para recibir “los aplausos de salida” como dijo en su discurso, debe empezar la tarea hoy mismo cumpliendo al menos aquellas promesas más fáciles de concretar.

Además, debe recuperar la palabra, sacar a la Presidencia de ese mutismo desesperante del cartismo que gobernó con verticalidad sin dar explicaciones.

En tiempos de una ciudadanía más demandante que ya no encuentra en los partidos políticos eco de sus demandas, una sociedad menos tolerante, Mario Abdo está obligado a ejercitar el diálogo, la comunicación, de construir mayorías políticas, pero sobre todo consensos sociales y políticos; es decir, restablecer la República.

Empezó la cuenta regresiva, tiempo en que debe demostrar que tiene credenciales democráticas a pesar de su vinculación directa con la dictadura y luchar contra la inequidad en todas sus formas, pese a no haber pasado un minuto de necesidad por ser hijo privilegiado de ese tiempo.

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