Solo que en Paraguay se celebra también hoy el Día del Idioma Guaraní, uno de los grandes elementos de cohesión social tan singular de nuestra nación, la cual sí ha sabido conservar el sentido común que ya han perdido, para mal, otras naciones occidentales –y en gran medida nosotros eso se lo debemos a las grandiosas mujeres paraguayas–, por eso tenemos una inclinación positiva a confiar en la propia experiencia por encima de las ideas estrafalarias, a transmitir nuestra rica cultura con cosmovisión propia, a hablar y bromear en nuestro idioma autóctono que, con el castellano, nos hacen singularmente bilingües, y también a conservar lo esencial de nuestra fe y de nuestros valores.
A pesar de todo lo que nos bajen la caña desde afuera y nos detractemos nosotros mismos desde adentro, podemos decir que nuestro sentido común nos salva de las decadencias más profundas, cuyos discursos progres ya empiezan a seducir a ciertos desprevenidos. Deberíamos poner de moda el sentido común.
En tiempos en los que se propone una transformación cultural globalista, no debemos renunciar al sentido común, basado en toda la experiencia acumulada durante nuestra historia comunitaria y los principios que mueven nuestra cultura en aspectos tan fascinantes como la fe cristiana, los Diez Mandamientos de las Sagradas Escrituras de origen judío, la filosofía griega, el derecho romano, la apertura científica y el rechazo al cientificismo.
“Dios ha muerto” es un profundo grito del espíritu desencantado que caracteriza al posmoderno y, según Nietzsche, puede simbolizar tanto una liberación de las formas que el orden teocrático nos impone, como también un terror existencial ante la falta del referente absoluto de nuestro orden moral y, por tanto, del derecho natural. En sus obras es un loco el que sentencia: “Dios ha muerto… Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos?”. Y también: “Hemos dejado esta tierra sin su sol, sin su orden, sin quien pueda conducirla... ¿Hemos vaciado el mar? Vagamos como a través de una nada infinita”. Y para solucionar esta tremenda crisis moral que provoca el rechazo del orden divino, el atormentado Nietzsche conduce a sus seguidores nihilistas al superhombre, el hombre superior, que se impone al mundo gracias a su voluntad acérrima y sus nuevos valores seculares, pasando por encima de todo aquello que alimenta el sentido común de la cultura occidental. Su influencia académica y política lo ha llevado a ser considerado uno de los tres “maestros de la sospecha”, junto con Marx y Freud.
Es curioso que la hermana de Nietzsche viviera en Paraguay en el siglo XIX, donde fundaron con su marido antisemita una conocida colonia. Quizás como una ironía del destino resulta que en esta nación es donde menos calan sus ideas. Tal vez, porque entre las injusticias y desventuras que ha vivido en su historia el hombre común paraguayo, su sentido común está cargado también de experiencias nobles, de corroboraciones cotidianas del valor de su cultura.
Lastimosamente, parte de la patología por la que Nietzsche fue tratado siquiátricamente por demencia, incluía la megalomanía que lo hacía sentirse superior a todos en sus fantasías delirantes de poder.
El paraguayo no es así, acá las aventuras de Peru Rima, escritas en guaraní, muestran con magistral inteligencia el triunfo de la verdadera igualdad en dignidad, y del sentido común sobre toda esa soberbia del superhombre autosuficiente.
Bien ahí.