05 jun. 2025

La democracia que fingimos

Natalio Botana, un intelectual público argentino, afirma en su libro La experiencia democrática, que hubo muchas peripecias y derivas en la democracia argentina, con los claroscuros que siempre existieron a partir de 1983. Pero, haciendo un poco de historia, la Argentina liberal de Sarmiento y Alberdi era un país que buscaba las libertades multidimensionales, aunque no las hayan logrado como las esperaban.

En una reciente entrevista televisiva, Botana dijo que la integración argentina como nación es una obra del ferrocarril y de los diarios. Es más, Sarmiento, Alberdi e incluso Mitre, padres del desarrollo argentino, eran esencialmente periodistas y comunicadores sociales. Las estaciones del tren, con los canillitas vendiendo periódicos, y la gente leyéndolos con fruición y en forma masiva, gracias a la elevada alfabetización en cantidad y calidad de la escuela pública de Sarmiento, es una imagen de cómo se hizo el país vecino. Admirable.

LA TORMENTA REACCIONARIA

El diario como informador era también un ilustrador de las realidades en el vecino país. Así se forjó la democracia de los argentinos, y las tres dimensiones de un Estado liberal, dicen ellos, fuerte y presente, que garantizaban las libertades políticas, las civiles y las sociales, que protegían a la ciudadanía con una serie de derechos; ejemplos son la educación y la salud de calidad. Botana dice que ahora, con Milei, las libertades están en retroceso, inclusive la última de las libertades está seriamente restringida. El Estado está siendo puesto en entredicho, y el presidente actual dice ser un topo que lo quiere destruir desde adentro, atacando a los periodistas en forma agresiva, a sus competidores políticos con palabras soeces e instando al odio, mientras que tranquilamente está creando y fortaleciendo su propio partido, a lo Perón, desde el mismo Estado, al cual dice despreciar. Ojo con la incoherencia casi fascista. Plop.

La Argentina está viviendo una ola de tormenta reaccionaria, dice Botana, con violencia verbal en forma permanente. Es la barbarie de la palabra, la define. El papa León XIV se ha venido expresando en los mismos términos, criticando la guerra de las palabras, haciendo alusión incluso al mismo Trump.

HIPERNORMALIZACIÓN

En este contexto podemos afirmar que la democracia genuina ya casi no existe. Escasean los demócratas. Más aún en el Paraguay. A la democracia se la finge en todo momento y en todo lugar, y algo peor, las miserias humanas en las cuales se convive se han naturalizado. Es parte del orden natural ver a niños hambrientos en los semáforos, ver a gente muriendo en los pasillos de los hospitales por falta de remedios, es natural convivir con pérdidas de agua potable y aguas cloacales en las ciudades, sufrir los cortes de energía en horarios normales de trabajo, basura sin recoger, asentamientos rodeando las ciudades, violaciones de las normas del tránsito, corrupción e impunidad de funcionarios públicos, etc. El Paraguay es un país destruido en lo moral, en la perspectiva urbana y rural, y en el abandono de la dimensión social.

Desde 1989, el Paraguay vive bajo una democracia que adopta las formas del sistema sin modificar sus fundamentos autoritarios, clientelares y oligárquicos. En una investigación que hemos realizado, el análisis de los hechos y de los datos revela por qué el país parece atrapado en una “normalidad” simulada.

LA RUTINA INCONMOVIBLE

Cada mañana, miles de paraguayos repiten los mismos gestos: encienden la radio, miran la tele, si pueden hojean las noticias, navegan en las redes sociales, procuran los chismes, buscan los memes y conversan por WhatsApp. Como de costumbre, no les alcanza la plata. Tienen la heladera vacía. Están frustrados. Entonces, murmuran sobre “los de siempre” en el poder. Luego, algunos arriesgan sus vidas en las motos, otros toman el colectivo, andan en autos destartalados, trabajan si tienen empleo formal e informal, apenas llegan a fin de mes. Luego, se preparan para otra elección donde sienten que todo ya está decidido.

Hay una palabra que recorre esas conversaciones silenciosas: aguantar. No porque crean que el sistema funciona, sino porque no ven ninguna salida, no tienen otra opción. Así, día tras día, el país sigue caminando en círculos dentro de una democracia que parece más decorado de escenario que realidad escénica. Desde el derrocamiento de Alfredo Stroessner en 1989, Paraguay ha sido catalogado como una democracia en transición. Pero, treinta y cinco años después, la pregunta ya no es si la transición ha sido exitosa, sino si realmente ocurrió. A pesar de las reformas institucionales, elecciones periódicas y una Constitución Nacional que promete la división de poderes, la política paraguaya sigue funcionando bajo patrones que recuerdan más a la dictadura que a una república moderna.

Este fenómeno ha sido abordado bajo el concepto de hipernormalización. Esta es una teoría de las ciencias sociales nacida en el ocaso de la Unión Soviética. Sirve para describir cómo una sociedad puede mantener una fachada de normalidad mientras todo a su alrededor está colapsando. En el Paraguay, esa “normalidad” es la democracia puramente electoral: se respeta el calendario electoral y se debaten leyes en el Congreso, donde si hay mayoría funciona la aplanadora. Los partidos se disputan el poder, pero los grupos económicos, sobre todo los informales, son los que toman las decisiones. La ciudadanía actúa como si todo funcionara, mientras los pilares autoritarios, clientelistas y oligárquicos permanecen intactos.

LA TRANSICIÓN QUE NO FUE

El proceso comenzó en 1989 con el golpe militar que sacó a Stroessner y colocó al general Andrés Rodríguez en el poder. Desde entonces, se sucedieron hitos significativos: la Constitución de 1992, la elección de un presidente civil en 1993, las reformas electorales y municipales, y, en el 2008, la llegada de Fernando Lugo como el primer mandatario no colorado desde 1947. Ninguno de estos momentos logró alterar profundamente el sistema.

La destitución de Lugo en el 2012 fue, para muchos, una confirmación de que las estructuras tradicionales del poder siguen rigiendo el tablero político. La democracia paraguaya adopta las formas externas del sistema, pero no su espíritu transformador.

DISFUNCIONES DISFRAZADAS DE DEMOCRACIA

Las prácticas autoritarias sobreviven adaptadas. El clientelismo, lejos de retroceder, se ha democratizado. Hoy opera como una red informal de asistencia ciudadana, especialmente en periodos electorales, donde el favor se convierte en moneda de intercambio político. Los partidos, con el coloradismo a la cabeza, actúan como agencias de distribución de prebendas antes que como plataformas de representación ideológica. El liberalismo no está lejos.

La corrupción, perfeccionada desde los tiempos del stronismo, encuentra terreno fértil en un sistema judicial politizado, corrupto e ineficaz. La impunidad, más que una falla, es una constante funcional al modelo.

Es por eso por lo que decimos que tenemos un país capturado. El poder económico –especialmente representado por el sistema financiero puramente rentista y no desarrollista, adyacente al primitivismo productivo agroexportador– se ha fusionado con el poder político y los mercados del crimen. Un ejemplo emblemático de esta convergencia es Horacio Cartes: empresario, político, ex presidente y actual articulador de un esquema donde existen denuncias de contrabando, narcotráfico, lavado y un grupo de comunicación con concentración mediática combinado con el control institucional, incluyendo a los tres poderes del Estado, controlando el alquiler de partidos políticos y actores multicolores.

Paraguay es hoy uno de los países con mayor concentración de tierras del mundo. Una minúscula parte de los propietarios controlan el 80% de la tierra cultivable. Este dato no solo revela una injusticia estructural, también explica la persistencia de una élite que bloquea cualquier intento de redistribución de la riqueza y de las rentas.

CIUDADANÍA RESIGNADA

Las encuestas y mediciones que hemos realizado muestran un nivel de satisfacción con la democracia consistentemente bajo. Apenas uno de cada tres paraguayos cree en el sistema electoral. La pasividad cívica, la desconfianza generalizada y el acostumbramiento al clientelismo, como forma legítima de relacionamiento político e intermediación social, son los síntomas visibles de una ciudadanía atrapada en la hipernormalización. Es el orden natural. Ya nada debe ser debatido.

La concentración de medios agrava este escenario. Un puñado de grupos económicos, estrechamente ligados al poder político, controlan la narrativa pública. Las voces disidentes son marginales y las alternativas son presentadas como amenazas.

ADAPTARSE O TRANSFORMAR

El principal hallazgo de nuestros estudios, que fundamentan este análisis, es que la democracia paraguaya no es transformadora, sino adaptativa. Se acomoda a las exigencias del momento para sobrevivir, sin cuestionar los fundamentos del sistema. Se legitima con elecciones, pero no con resultados. Simula apertura, pero reproduce exclusión.

Cambiar esta lógica requiere más que reformas técnicas. Exige desmantelar estructuras oligárquicas, erradicar economías ilícitas, empoderar a la sociedad civil, democratizar los medios y, sobre todo, transformar la cultura política. Implica que los ciudadanos dejen de actuar “como si” vivieran en una democracia plena, y empiecen a exigir una que sea de verdad.

CANSARSE DEL CANSANCIO

Quizás el verdadero cambio comience el día en el que el PP (el paraguayo promedio), el Pepe, se pregunte por qué vota sin esperar nada. El día en el que la mujer paraguaya se canse de pedir favores y reclame sus derechos. El día en el que el empresario promedio deje de temer al cambio y lo abrace como posibilidad.

Toda simulación se sostiene mientras aceptamos el guion sin cuestionarlo. Basta una chispa de conciencia para empezar a desmontar el escenario. Detrás de este, existen grandes oportunidades.

Paraguay no necesita más maquillaje democrático. Necesita valor, para reconocer que la democracia, tal como hoy se la vive, no alcanza. Y también, necesita valentía para decir, sin miedo ni cinismo, que ya es hora de dejar de actuar “como si” para iniciar la construcción de un futuro grandioso. El sueño paraguayo. Ya falta poco.

Saludos cordiales.

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