Esta columna tiene como propósito llegar a los extremos cotidianos de la vida; caminos que muchas veces recorremos, ya sea por necesidad, por curiosidad o por gusto. Creo que esto es lo que piensa, más o menos, alguien que acaba de ser despedido; busque las semejanzas si se encuentra algún día con ese tropiezo: “Así es, cuando a uno lo ponen de patitas en la calle se opera una especie de euforia: ¡por fin libre! Ahora podré ver a las chicas en su hora pico, paseando o comprando una y mil baratijas. Podré sentarme en un bar y beber una cerveza sin prisa como un experimentado filósofo que desdeña el reloj. ¿El tiempo? Que espere, ahora puedo leer ese libro que dejé por la mitad, llamar a ese amigo que, ingratamente, he olvidado y a esa mujer, la incondicional, como dice el bolero que canta Luis Miguel. ¡Soy libre! ¿Se dan cuenta lo que es eso y qué importancia tiene para un enjaulado como yo? Lo decía el prócer San Martín, que cuando hay libertad todo lo demás sobra. La euforia del libre albedrío sin embargo pasa su factura, y andar por allí sin ton ni son me hace pensar que estas merecidas vacaciones se están haciendo cargo de mi bolsillo. Pienso en el futuro que no muerde pero siempre te está ladrando.
Pero otra cosa está sucediendo en mi emancipada personalidad, a los pocos días de la euforia del principio empiezo a experimentar que algo me falta y no es otra cosa que esa soga que me ataba al yugo. Extraño al ácido de mi jefe con sus inoportunas órdenes, extraño las piernas de Laura, que les gusta mostrar, pero que son de uso exclusivo de su marido. Extraño al guardia que anota mis llegadas tarde con cara de perro, a la simpática esa que viene casi todos los días a vender su chipa. Extraño la vida de oficina y ni siquiera hace un mes que me despidieron.
Me dedico entonces a leer los diarios, pero no como antes, sino comenzando por los avisos clasificados en la sección empleos. Voy a donde me atienden cuando quieren y con pocas ganas. Eso sí, tengo más tiempo para caminar y cuando se busca trabajo uno practica mucho ese deporte, si no cree, súbase a mis zapatos...” Fue en ese momento que me desperté y salí corriendo hacia mi trabajo, que no está tan mal, después de todo.