Dios es el autor de la vida, es fiel a sus promesas y no deja de escuchar las súplicas de sus hijos. De ese modo ha ido preparando a su pueblo para acoger el cumplimiento definitivo de todas las profecías. Y así, otra hija suya, de nombre María, virgen, ya desposada con José, la predilecta del Señor, sin mancha de pecado desde su concepción, fue la escogida desde toda la eternidad para que en su seno el Unigénito del Padre, por obra del Espíritu Santo, se encarnase. Prodigio admirable de Dios.
La doncella de Nazaret acogió libremente la llamada a ser la Madre virginal del Mesías. Y se puso al servicio del Señor. La liturgia de la Iglesia nos ayuda a contemplar con asombro la grandeza de este misterio: “Porque la Virgen escuchó con fe, del mensajero celeste, que iba a nacer entre los hombres y en favor de los hombres, por la fuerza del Espíritu Santo que la cubrió con su sombra, aquel a quien llevó con amor en sus purísimas entrañas (...)”.
Al acercarse la Navidad, queremos también nosotros acoger este anuncio, por el que hemos sido hechos hijos de Dios. Y unirnos, con nuestra vida, al servicio incondicional de María a la obra de la redención “en favor de los hombres”. Un servicio alegre y abnegado que contribuirá a que muchos descubran también su llamada. San Josemaría contempló con gran fecundidad el “hágase” de María: “¡Oh Madre, Madre!: con esa palabra tuya –”fiat”– nos has hecho hermanos de Dios y herederos de su gloria. –¡Bendita seas!”
(Frases extractadas dehttps://opusdei.org/es)