Por Pedro García Garozzo
La galería de conquistas está rebosante de logros y confirma aquella frase que hace tiempo acuñamos, al visualizar las repetidas frustraciones sufridas en la escena internacional por el deporte rey (el fútbol) y las proezas que por contrario imperio multiplican las otras modalidades, a las que incluso se denomina erróneamente y hasta se apostrofa en forma injustificada y peyorativa. Por eso, viene al caso repetir una realidad que fue y sigue siendo vigente: los mal llamados deportes menores en el Paraguay, nos brindan las alegrías mayores .
Esto se aprecia ya a partir del primer galardón internacional oficial de una selección paraguaya, que alcanzó el combinado nacional femenino de básquetbol en el sudamericano de Asunción en 1952 en el histórico Estadio Comuneros, un año antes que llegue la primera hazaña continental de la selección de fútbol en la Copa América de Lima, Perú.
Después se multiplica en el laureado salonismo, cuyos merecimientos condujeron a esta disciplina a obtener un récord de títulos. Sin temor a equivocarnos, podemos aseverar que en verdad, ya nació campeona. Fue asimismo, pues en el primer certamen internacional oficial realizado en el mundo, en el que entonces era todavía un deporte en pañales, la albirroja ganó el primer campeonato sudamericano realizado en el estadio Comuneros de nuestra capital, en enero de 1965. Meses atrás se recordó el gran acontecimiento e incluso se ha erguido un monolito en el lugar donde estaba ubicado el mítico coliseo, tristemente desaparecido por obra y desgracia de autoridades nacionales que hasta hoy siguen sin resarcir a su dueña (la Confederación Paraguaya de Básquetbol) y al deporte paraguayo todo, por tamaño atropello e incalificable despojo, pese a dos resoluciones de la Corte Suprema de Justicia, que le obligan a hacerlo.
Días atrás, se celebró otro aniversario histórico: el número 35 de la conquista del primer torneo intercontinental, que se produjo en Belo Horizonte, en ocasión de la habilitación del entonces flamante estadio Mineirinho, con capacidad para más de 20.000 espectadores.
Paraguay venía de golear a Francia y México, lo mismo que Brasil, y se cruzaban en finalísima, en la que el empate por mejor saldo de goles premiaría al local.
Cerca del epílogo, el encuentro iba empatado 2 a 2, hasta que Roberto Nuzzarello anotó el desnivel a favor de la albirroja. Nuestro representativo quedó con un hombre menos (solo cuatro atletas) cuando faltaban poco más de dos minutos, defendiéndose con gran gallardía y estoicismo. Brasil atacaba pero pese a la ventaja numérica no podía quebrar la sólida resistencia guaraní que se encaminaba hacia un título inédito e inolvidable.
Entonces ocurrió un episodio anecdótico y singular. Pese a hallarse recién en su tercer día de uso, el flamante tablero electrónico del “Mineirinho” que consignaba entre otros datos el valioso tiempo de juego que transcurría, se “descompuso”. Dejó de funcionar. Y se pasó al control con cronómetro manual.
El tiempo no terminaba de cumplirse. No solo los segundos sino los minutos se sucedían y los responsables de mesa tapaban el reloj para que no viera el dirigente paraguayo Carlos Meza, que requería con todo fundamento que se había cumplido la hora. De nada sirvió que incluso golpeara la mesa para que se le dejara acompañar el avance del cronometraje.
Entonces, al arquero suplente, Gabriel González, se le ocurrió una idea genial: trepó como un mono por la red que estaba detrás del arco paraguayo, que era bombardeado por los desesperados atacantes brasileños. El vallado se desplomó y dejó en descubierto y sin protección el escenario donde después debían actuar Roberto Carlos y Wagner, en medio de una fiesta que los organizadores no se resignaban que en lo deportivo no fuera brasileña.
Fue así que los músicos, preocupados por el riesgo de deterioro de tan costosos y valiosos instrumentos, pedían a los gritos que se acabe el partido. Y así fue como “acabó a festa”. Ganó Paraguay 3 a 2 y no hubo celebración brasileña sino fiesta paraguaya.
Ocho años después, la albirroja en la lejana Australia iba a ganar el primero de tres títulos mundiales, cetros que tuvieron en la Copa Intercontinental de Belo Horizonte y en el primer sudamericano del Comuneros, sus históricos episodios victoriosos y pioneros.