Nicanor Duarte Frutos se incorporó al movimiento Honor Colorado y en esta entrevista reflexiona sobre la actualidad política del país de cara a las próximas elecciones municipales.
–¿Qué le llevó a tomar la decisión de incorporarse al movimiento Honor Colorado?
–Yo siempre me he definido como un militante frontal, sin doble discurso, pero también con la capacidad de rectificar estrategias cuando la realidad demuestra que es necesario ajustar el rumbo. En política, no se trata de aferrarse a una táctica por orgullo personal, sino de escuchar a las bases partidarias, leer el momento histórico y actuar en consecuencia. A lo largo de mi trayectoria he aprendido a valorar profundamente la opinión de la dirigencia intermedia, de los miembros de las seccionales, de los jóvenes, de los dirigentes del interior, porque allí se siente el pulso verdadero del Partido Colorado.
Desde esa convicción es que asumo la decisión de incorporarme al movimiento Honor Colorado. Hoy es, sin lugar a dudas, el movimiento político más importante dentro del Partido Colorado (y también fuera de este), un espacio real de poder desde el cual se pueden impulsar las grandes transformaciones que el Paraguay necesita. Yo no creo en la política meramente declamativa ni en la comodidad de los gestos simbólicos que no cambian nada en la vida real de las personas. Creo en la disputa concreta por el poder, en la construcción de mayorías, en la capacidad de incidir en las decisiones del Estado. Por eso, entiendo que Honor Colorado es hoy un ámbito decisivo para incidir en el rumbo del partido y del país.
Cuando escucho ciertos lamentos o críticas por mi incorporación a Honor Colorado, inevitablemente recuerdo lo que viví en los años 1997 y 1998. En aquel momento, siendo una figura joven del partido, después de haber sido ministro de Educación y de fundar el movimiento Alianza Revolucionaria Colorada, junto con otros compañeros y correligionarios decidimos incorporarnos al Movimiento de Reconciliación Colorada, liderado por el Prof. Dr. Luis María Argaña. Muchos decían que con esa decisión terminaba mi carrera, que yo era un joven prometedor que se estaba aliando con un déspota, con un tirano. Se anunciaba, casi con dramatismo, el final político de Nicanor Duarte Frutos. Mi decisión de sumarme a Honor Colorado, al igual que cuando me sumé al histórico Movimiento de Reconciliación Colorada, no implica renunciar a mis convicciones, muy por el contrario, es una forma de reafirmarlas en los espacios reales de militancia, en el centro mismo de las grandes disputas por el poder y por la orientación del Estado paraguayo. Pero siempre escuchando a las bases y corrigiendo el rumbo cuando la realidad así lo exige.
–¿Hay posibilidades de que asuma como titular de Itaipú o de otra institución?
–Si algo quiero dejar absolutamente claro es que mi presencia en Honor Colorado no responde a la lógica del reparto de cargos ni a la ansiedad por ocupar posiciones en la administración del Estado, sea en Itaipú o en cualquier otra institución. Yo ya he tenido el honor de ejercer las más altas responsabilidades a la que un ciudadano puede aspirar dentro de nuestro sistema político y esa experiencia me ha dejado la firme convicción de que los cargos son circunstanciales, lo permanente debe ser el compromiso con el pueblo, con la Patria y con el Partido.
–¿Cuál es su evaluación del desempeño de Santiago Peña en estos dos años?
–Todo gobierno, sin excepciones, atraviesa problemas, tensiones y contradicciones. No existe gestión sin conflictos ni desaciertos. Puedo decirlo con propiedad, ya que estuve al mando del Gobierno de nuestro país, así como a la cabeza del Partido Colorado. Por eso, más que detenerme en una evaluación personalista sobre el presidente, me parece mucho más relevante atender a lo que escuchamos cuando salimos del Palacio de López, cuando dejamos de hablar entre dirigentes y vamos a las comunidades, a las organizaciones de base, a los barrios populares, al interior profundo del país. Ahí es donde se mide de verdad el pulso del gobierno, no en la opinión aislada de un solo dirigente, por más trayectoria que tenga, o en las adulaciones lisonjeras de los cortesanos de turno. Y lo que se percibe en ese contacto directo con muchos sectores es un malestar, una insatisfacción que no puede ser negada ni minimizada.
No se trata solo de diferencias ideológicas o de expectativas desmedidas, sino de una sensación de falta de mayor vínculo del Gobierno con la gente y, en particular, de falta de eficacia administrativa de algunos ministros a la hora de responder a las demandas cotidianas de la población. Eso que se escucha en los comités, en las reuniones de amigos, en las reuniones campesinas, en los sindicatos, en las organizaciones barriales, luego aparece también reflejado en las mediciones y en las encuestas de opinión. No podemos desconocer que hay una crítica persistente, tanto dentro del propio Partido Colorado como en la sociedad en general.
–Tras más de dos años de gestión del presidente Santiago Peña, ¿considera necesario realizar ajustes en el Gabinete?
–En el contexto que acabo de describir, creo que el modo en que el presidente gestiona su relación con su Gabinete es clave para la percepción pública de su gobierno. Si existiendo un reclamo importante desde el partido, una crítica constante de la opinión pública y datos objetivos que señalan desgaste, el presidente se aferra a determinados ministros cerrándose a cualquier chance de renovación y corrección, se abre la puerta a interpretaciones que no favorecen ni la imagen del gobierno ni la del propio presidente. Muchos ciudadanos pueden empezar a presumir que esos ministros no solo son colaboradores técnicos o políticos, sino amigos en determinadas actividades ajenas al interés público.
Mi evaluación, entonces, no es un veredicto personal sobre Santiago Peña, sino una advertencia política nacida de la experiencia. Cuando el gobierno no escucha a tiempo el malestar que viene desde abajo, cuando se subestima la erosión de la confianza y se protege a figuras muy cuestionadas en el Gabinete, se debilita el liderazgo presidencial y se hiere al Partido Colorado como instrumento histórico de representación popular. Si el presidente asume con responsabilidad estas señales, corrige rumbos, revisa equipos y fortalece el vínculo con la gente, todavía hay margen para recomponer la relación con la ciudadanía. Pero si se insiste en la negación o en el encierro, el riesgo es que ese malestar se consolide y se convierta en un juicio mucho más severo sobre su gestión y sobre el proyecto político que encarna.
–Usted fue presidente y conoce de cerca la dinámica del poder. ¿Cómo evalúa hoy el equilibrio de poder entre el gobierno y el partido liderado por Horacio Cartes?
–Cuando uno ha pasado por la Presidencia de la República, aprende que el poder solo se vuelve verdaderamente eficaz cuando existe un equilibrio inteligente entre el Gobierno y el Partido, cuando no compiten por protagonismo, sino que se articulan en función de un proyecto nacional. El divorcio entre el Palacio y el Partido siempre ha sido fuente de inestabilidad, de conspiraciones internas y de parálisis en la gestión. Por el contrario, la subordinación ciega de uno al otro también termina empobreciendo la vida democrática y el debate interno.
Hoy, mi lectura es que existe un gran equilibrio entre el Gobierno del presidente Peña y el Partido Colorado liderado por Horacio Cartes. Por primera vez en mucho tiempo se observa un entendimiento claro entre el Palacio y la conducción partidaria. Eso significa que no están tironeando en direcciones opuestas, sino que comparten un horizonte estratégico y una misma preocupación centra en sostener la gobernabilidad, fortalecer el partido y dar respuestas, con mayor o menor acierto, a las demandas de la sociedad.
Ese equilibrio no implica sumisión ni uniformidad absoluta. Implica, más bien, una coordinación política que permite que el Gobierno tenga respaldo real en el Congreso, en las bases partidarias y en las organizaciones sociales vinculadas al coloradismo.
Eso no garantiza el éxito automático de la gestión porque siguen existiendo problemas serios y desafíos enormes. Pero sí crea una base más sólida para procesar las tensiones, corregir errores y evitar que las diferencias internas se transformen en crisis crónicas.
–¿Cómo percibe el escenario electoral para el Partido Colorado de cara a las próximas municipales?
–Yo percibo que el Partido Colorado llega a las próximas elecciones municipales con una fortaleza indiscutible bajo la conducción de su presidente Horacio Cartes y con el liderazgo político del movimiento Honor Colorado. Tenemos un partido ordenado, con estructura, con presencia territorial, con capacidad de movilización y de organización que muy pocos actores políticos pueden exhibir hoy en Paraguay. Esa es una realidad que no se puede negar.
Pero justamente por eso, porque estamos fuertes, es cuando más cuidado debemos tener. Sería un grave error creer que la contundente victoria en las últimas elecciones nacionales y la mayoría lograda en el Congreso nos garantizan, casi por inercia, otro triunfo en las municipales. La política no funciona así. Si nos dormimos en los laureles, si creemos que el resultado está cantado de antemano solo por la fuerza de nuestra maquinaria electoral, podemos llevarnos sorpresas muy duras. En ese sentido, creo que la reciente derrota en Ciudad del Este fue una señal de alerta necesaria, un llamado de atención saludable para todo el Partido. Lo que ocurrió allí nos muestra que la mala conducción, la mala política, por más recursos que controle, ya no seduce a una ciudadanía hastiada, cansada de promesas vacías, de gestiones que no mejoran su vida cotidiana. Cuando el vínculo entre los dirigentes y la gente se rompe, cuando el partido se encierra en sus disputas internas y se olvida del vecino, del trabajador, del comerciante, del joven sin oportunidades, la gente termina buscando otras opciones.
–¿Considera que Pedro Alliana tiene potencial para ser el próximo candidato a presidente de la República?
–Sí, claro. Siempre he creído que la renovación del liderazgo no se decreta, se construye a partir de trayectoria, de coherencia, de capacidad de trabajo y de sintonía con el sentimiento profundo del Partido Colorado y de la ciudadanía. Alliana tiene potencial para ser el próximo candidato a presidente. Es una figura colorada que a pesar de su relativa juventud, ya ha pasado por responsabilidades muy relevantes, fue presidente del Partido Colorado, presidente de la Cámara de Diputados, diputado nacional, gobernador. No se trata de un dirigente improvisado, sino de alguien que conoce la dinámica del poder, que ha gestionado instituciones importantes y que ha estado en la primera línea de la vida partidaria y del Estado. Esa experiencia pesa mucho a la hora de pensar en una candidatura presidencial seria.
Mi presencia en HC no responde a la lógica del reparto de cargos ni a la ansiedad por ocupar posiciones en la administración.
La derrota en CDE fue una señal de alerta. Nos muestra que la mala política, por más recursos que controle, ya no seduce a una ciudadanía cansada de promesas vacías.