El 22 de septiembre de 1866, el Paraguay alcanzó una de sus victorias más resonantes en la Guerra de la Triple Alianza con el triunfo en Curupayty, donde el ejército nacional detuvo a las fuerzas aliadas infligiéndoles enormes pérdidas. Décadas más tarde, el 29 de septiembre de 1932, el Paraguay celebraría otra fecha de gloria con la victoria en la batalla de Boquerón, decisiva en los inicios de la Guerra del Chaco.
Sin embargo, setiembre también trae consigo un recuerdo doloroso: la rendición de Uruguayana, el 18 de setiembre de 1865, cuando el coronel Juan Antonio de la Cruz “Lacu” Estigarribia, al frente de miles de soldados paraguayos, entregó sus fuerzas a los aliados. Ese hecho, considerado por muchos como una mancha en la memoria nacional, marcó para siempre la figura de este controvertido oficial.
¿Quién fue “Lacu” Estigarribia?
Juan Antonio de la Cruz Estigarribia, conocido como “Lacu”, aparece mencionado por Margarita Durán Estragó como originario de Areguá. Probablemente nace en 1813.
El historiador Thomas Whigham señala que este comandante estaba emparentado con el médico Estigarribia, lo cual lo vinculaba directamente con los círculos de poder. Esa relación le permitió gozar de privilegios como miembro de la élite y contar con la confianza del presidente.
Su carrera militar fue extensa. En 1847 ya ejercía como comandante de Villarrica; según datos aportados por Alberto del Pino Menck, en 1851 alcanzó el grado de capitán. Para mayo de 1853, Carlos Antonio López lo nombra Comandante Interino del Cuartel de Caballería. En 1859 se desempeñó como edecán de Francisco Solano López en la misión de mediación entre Buenos Aires y la Confederación Argentina, cargo que mantuvo hasta los inicios de la Guerra de la Triple Alianza. Para 1862 figuraba con el grado de sargento mayor y nuevamente como comandante en Concepción. Más adelante asumió el mando de la división en Pindapoy, sustituyendo a Pedro Duarte, quien quedó como segundo al mando.
Su larga trayectoria permite suponer que tuvo un desempeño aceptable en los cargos que ocupó, pues resulta difícil creer que López le hubiera confiado la invasión al Brasil sin considerar sus aptitudes. Aunque Juan Crisóstomo Centurión, en su obra Memorias o reminiscencias históricas sobre la Guerra del Paraguay (tomo I, págs. 252-253), fue categórico:
“La elección de Estigarribia para encabezar la columna expedicionaria del Uruguay fue la más desacertada de cuantas en su vida hizo el mariscal López. Primero, porque aquél era un hombre que no tenía ninguna cultura, y careciendo aún de aquellas dotes naturales que, a falta de conocimientos y experiencias adquiridas, suelen suplir y servir de guía para adoptar un camino más conforme con la razón y la circunstancia; y segundo, como militar, no tenía ningún antecedente recomendable a favor de su pericia o de su valor. En una palabra, era un hombre rústico, ignorante y ordinario en toda la extensión del término, incapaz de conocer y apreciar los sentimientos del honor y de la dignidad, sin los cuales no era de esperar el debido desempeño de sus difíciles y delicados deberes... Resultado: que Estigarribia era incapaz de operar por sus propias inspiraciones en casos dados y por lo tanto enteramente incompetente para dirigir aquella expedición, conforme lo ha demostrado prácticamente”.
Centurión concluye que López es responsable ante la historia por la suerte de la columna de Estigarribia, al haberla destacado a una distancia inmensa y sin apoyo, bajo el mando de un jefe inepto.
Al mediodía del 18 de septiembre de 1865, día fijado para el ataque a la sitiada Uruguayana, el general brasileño Antonio de Sousa Neto Porto Alegre envió a Estigarribia un último pedido de rendición. Estigarribia aceptó la rendición bajo tres condiciones:
1. Que sus hombres recibieran el trato correspondiente a prisioneros de guerra.
2. Que los oficiales paraguayos salieran con sus armas y equipajes, pudiendo residir donde quisieran (excepto en Paraguay), siendo mantenidos por los aliados.
3. Que los oficiales uruguayos al servicio del Paraguay quedaran como prisioneros del Imperio, gozando de los mismos derechos que los paraguayos.
Los aliados aceptaron todo, salvo la salida de los oficiales paraguayos con armas. Aun así, estos pudieron elegir residencia en territorio aliado y no fueron encarcelados.
En total, se rindieron 5.545 hombres. Los paraguayos salieron desarmados y desfilaron durante dos horas frente al emperador Pedro II y al ejército aliado. Todos iban descalzos, salvo los 59 oficiales de la columna.
Los prisioneros
Los prisioneros fueron repartidos entre los tres ejércitos aliados:
- Uruguay: Flores incorporó 700 en un batallón entero y envió otros 700 a Montevideo como mano de obra. La mayoría desertó en la marcha hacia Corrientes y retornó al Paraguay.
- Argentina: Mitre se opuso a la práctica de Flores y defendió aceptar solo voluntarios en un máximo del 15% de las tropas. Sin embargo, muchos se ofrecieron: de una cuota de 1.400, se incorporaron 1.030 al ejército argentino. Recibían un sueldo mensual de siete pesos, aunque con retrasos. Otros fueron enviados a la frontera patagónica. El mayor Duarte, por ejemplo, residió en Dolores durante 16 meses, trabajó en tareas domésticas, luego se asoció con el exiliado paraguayo Fernando Saguier en un negocio de ganado en Rojas, y regresó a Asunción en diciembre de 1869.
- Brasil: Al principio, los prisioneros trabajaron para particulares en Rio Grande do Sul. Luego el gobierno dispuso su traslado: oficiales a Santa Catarina y soldados a Río de Janeiro. Allí recibían sueldos equivalentes a sus rangos, junto con alimentación, vestuario y alojamiento. En abril de 1869 había 2.458 prisioneros paraguayos en Brasil, de los cuales 2.183 estaban en Río de Janeiro. Ese año se creó incluso un curso primario en la Escuela Militar de Praia Vermelha para 180 prisioneros.
George Masterman menciona en su libro, 7 años de Aventura en el Paraguay, que;
“En una escaramuza cerca del Estero Bellaco, la guardia avanzada que consistía en 700 paraguayos, parte de las tropas de Estigarribia, se pasó con todo su armamento á las filas opuestas, apenas vieron la bandera nacional. López recompensó su fidelidad haciendo fusilar á los gefes, por no haberse vuelto antes”.
Estigarribia fue enviado a Río de Janeiro, donde se aloja primeramente en hoteles y luego vive en alojamientos. Se lo veía pasear por la capital imperial y gozar de libertad de movimiento. Circularon retratos y litografías de Estigarribia, distribuidos incluso como objetos de adorno doméstico. Algunos avisos lo presentaban con gratitud:
“Atendiendo al caballerismo y humanidad con que se condujo con los brasileños de la provincia de Rio Grande do Sul, prohibiendo el robo, el asesinato, la violación de mujeres casadas y doncellas, la devastación y el incendio, invitamos a todos los brasileños a testimoniar su aprecio y a proveerse de retratos de Su Alteza, para que se torne inmortal la memoria de tan alta persona”.
Otros textos reflejaban el desprecio y la indignación hacia él:
“La última correspondencia de Buenos Aires vino a probar los hechos horribles de este bárbaro, mandando asesinar a un anciano jefe de familia y deshonrando a una de sus infelices hijas. A la vista de tan indigno proceder, ¿qué brasileño querrá mantener relación con semejante fiera? No se le haga mal alguno, pero entréguese al desprecio solemne, para mostrar que no somos vengativos, aunque sabemos repudiar a quien tan atrozmente nos hiere”.
Sin embargo, hubo voces que llamaron a la prudencia, recordando que Estigarribia era prisionero de guerra:
“Es justa y legítima la indignación que provocan los actos execrables de este jefe. Pero, brasileños, recordad que hoy la honra de la nación está comprometida en la seguridad de nuestro prisionero. Por mayor horror que inspire, su carácter de prisionero lo pone a cubierto de cualquier resentimiento. Nadie debe convivir con él ni darle amistad, pero tampoco debe tocarlo nadie. Y cuando un día vuelva al Paraguay, que pueda decir que los brasileños supieron, al mismo tiempo, detestar al hombre y respetar al prisionero”.
Tras permanecer casi cuatro años en Brasil, Estigarribia regresó a Asunción el 22 de noviembre de 1870, acompañado de 600 prisioneros paraguayos. Poseía una casa en la calle Estrella. Apenas unos días después, el 1 de diciembre de 1870, murió víctima de la fiebre amarilla. Deja descendencia con María del Tránsito Dolores Diaz Vera.
El apellido Estigarribia quedó marcado por la controversia. Para muchos paraguayos, “Lacu” fue sinónimo de traición y humillación, un estigma que ni siquiera la victoria del mariscal José Félix Estigarribia en la Guerra del Chaco logró borrar por completo.
Fuentes: Periódico El Pueblo / La Guerra de la Triple Alianza Vol. I - Thomas Whigham / FamilySearch / Archivo Nacional de Asunción / Periódico Jornal do Commercio / Y otros ya citados.