En el principio, la Virgen de Caacupé no vestía de azul, sino de rojo furioso, según asegura el escritor e historiador José Antonio Vázquez, en un polémico libro, La Virgen Colorada de Caacupé (Paraguay, Asunción, 1987).
Vázquez, también autor del libro El doctor Francia visto y oído por sus contemporáneos, sostiene que “la gran peregrinación anual de los paraguayos a Caacupé no es una tradición histórica. Fue una cosa tan desconocida como impensable en tiempos de la Colonia, de la Independencia o de los López”.
Nota relacionada: La Iglesia Católica y la Guerra de la Triple Alianza
Antes de la Guerra de la Triple Alianza no hay vestigios documentales de personas peregrinando a Caacupé. En la región de Cordillera había otras imágenes más veneradas, como la Virgen indígena de Tobatí o la imagen de Ñandejára Guasu en Piribebuy. “En los numerosos periódicos que inundaron las trincheras durante la Guerra, la Virgen de Caacupé ni siquiera aparece, no es mencionada para nada”, afirma.
Contra-historia
“La obra de Vázquez aporta detalles distintos de la versión oficial sobre la Virgen de Caacupé. Más que una historia, es una contra-historia” destaca el activista social e investigador caacupeño Víctor Duré.
La investigación señala que recién en el siglo XVIII se crea la parroquia de Piribebuy, que durante décadas fue la única de los cordilleranos.
En 1769 se erigió el primer oratorio en Caacupé y surgen los primeros datos de la veneración a una imagen tallada en madera. Según apuntes de Francisco de Aguirre, “nuestra Señora de Caacupé fue de un indio que murió, habrá poco, y de quien la hubieron (obtenido) los del valle. Vivía el indio cerca de la Cordillera de Escurra”.
El teniente cura de Piribebuy, Andrés Salinas, fue quien en 1769 pidió al obispo Manuel López una licencia para erigir una viceparroquia, en donde tendría “su asistencia en el oratorio de Nuestra Señora de los Milagros, situado en el valle de Caacupé”.
Toda roja
El sacerdote Antonio de la Peña pidió al cura Gaspar Medina que acuda a inspeccionar el oratorio en Caacupé, sobre el camino a Tobatí. Al abrir el local, el sacerdote pudo divisar “una pequeña talla de la Concepción, una virgencita deslumbrante, toda roja. Carmesí era su velo de tafetán, carmesí su pollera de brocato, carmesí su manto de Persia. Y en la pollera y en el manto, galones de oro. Todos se persignaron. Era nada menos que la primigenia imagen de Caacupé, la única”, narra Vázquez.
Tanto la imagen como los vestidos de color rojo y oro que poseía eran propiedad del sacerdote Roque Melgarejo, de Tobatí, quien aceptó donar la imagen a la población católica de Caacupé.
También puede leer: Devoción en Caacupé: De capillita adobada a Basílica Menor
De aquel primer dato nació el título del libro La Virgen Colorada de Caacupé. Nada tuvo que ver el Partido Colorado, que en esa época aún no había sido creado.
El 10 de octubre de 1769 se dispuso edificar una iglesia para la Virgen en un terreno cedido por los vecinos Juan José Aquino y Juana Curtido de Gracia. Durante mucho tiempo, el templo quedó en medio de la nada, sobre la serranía cordillerana, ya que los pobladores vivían en chacras distantes. Recién en la primera década de 1800 se construyó la plaza en torno a la iglesia y aparecieron las primeras casas alrededor.
Construcción
“No se sabe cuándo la Virgen de Caacupé se uniformó y se vistió de cielo (azul). Todo induce a pensar que fue también en la posguerra”, sostiene José Antonio Vázquez.
Tras la Guerra Guasu, la Iglesia Católica paraguaya empezó a recomponerse. En la década de 1880, las autoridades eclesiales advirtieron que era necesario crear “para la Virgen María en el Paraguay una imagen particular y un santuario que imantasen la devoción de los fieles de todo el país”.
Caacupé fue la ciudad elegida, por su ubicación geográfica estratégica y su encanto paisajístico.
Lea también: La misión de vestir a la Virgencita Azul
“Fue el padre Fidel Maíz quien abrió la campaña publicitaria en 1883, con su libro La Virgen de los Milagros de Caacupé, para atraer la mirada y despertar la simpatía hacia aquella modesta y hasta entonces poco conocida imagen”, destaca Vázquez.
Al final del siglo 19, el obispo Juan Sinforiano Bogarín encargó a Maíz y al entonces joven sacerdote Hermenegildo Roa (tío del escritor Augusto Roa Bastos) escribir una reseña histórica de la iglesia de Asunción. Ambos autores admiten que “como todos los países tenían su Virgen milagrosa, el Paraguay promovió la de Caacupé”.
Leyenda
El padre Maíz fue también quien creó la leyenda de que un manantial desbordado inundó el valle de Pirayú y el famoso fraile franciscano Luis de Bolaños aquietó las aguas con una invocación, creando el Lago Ypacaraí, de cuyas aguas un indio llamado José rescató un envoltorio con la primera imagen de la Virgen de Caacupé, tallada presuntamente por otro indio José, huyendo de un ataque de los tupíes.
La versión no resiste a ningún análisis histórico, según Vázquez, ya que el Lago Ypacaraí existía desde mucho tiempo atrás. “(Bolaños) nunca se atribuyó prodigio alguno, ni inventó la fábula. Es obvio además que en vida de Bolaños nadie se hubiera arriesgado a tramarle un ‘nacimiento’ a un lago tan conocido por todos”, apunta.
A pesar de los elementos fantásticos, la leyenda de la Virgen de Caacupé inventada por el padre Maíz, con posteriores variaciones, acabó siendo aceptada con entusiasmo.
Nota relacionada: Novenario a Virgen de Caacupé culmina en un desolado Santuario por el Covid-19
La campaña de las peregrinaciones al Santuario tuvo mucha resistencia al inicio. “El clero que inducía a peregrinar era tildado de oscurantista y acusado por sus detractores de incitar al pueblo a la idolatría y la adoración de imágenes. La Virgen de Caacupé fue un foco de encendidas polémicas en los dos últimos decenios del siglo pasado”, indica Vázquez.
Sin embargo, una creciente respuesta de los fieles, que empezaron a llegar cada vez en mayor número, cada 8 de diciembre, pronto instaló a la ciudad de Caacupé como la capital espiritual del Paraguay, hasta convertir al Tupãsy Ára en la mayor festividad religiosa y popular del Paraguay. La Virgen se vistió de azul y oro, y aquel color rojo original solo quedó en un débil recuerdo, poco conocido.