08 nov. 2025

La reconfiguración de la política

En la modernidad, quizá como en ninguna otra época de la historia por doquier se demanda la capacidad. El trabajo se exigió siempre. Y perseverantemente dentro de los muros de la explotación humana. Hoy no ha cambiado mucho esta situación. Solo se le pide capacidad, no resistencia.

locales_1082072_12439117.jpg

Obra de Carlos Colombinoi

Foto: Archivo.

En comparación con los países tan distantes de nuestra realidad social, la capacidad se expresa en talento, creatividad, educación, superación e inventiva. Es decir, asimilando las cualidades que emergieron en el Renacimiento y repostuladas por la Ilustración. Luego, las revoluciones industriales transformaron la barbarie de la esclavitud en la alienación del trabajo asalariado. Aún así, y pese a la acumulación capitalista, la demanda de capacidad llegó al Estado e interpela a la sociedad. A excepción, claro está, de las naciones en decadencia cuyos gobiernos amenazan de incertidumbre a la humanidad.

Las relaciones de producción nos obligan a vivir midiéndonos los unos a los otros. La vida social es pura competencia. Y no obstante, a la prédica humanista que quiere mostrarnos menos obstinados por objetivos materiales, la sociedad de nuestro tiempo nos exige mayor capacidad.

La prioritaria eficiencia

Sin alternativa aún, hay que ser eficientes. Es la cualidad que se pretende de cada sujeto. En la eficiencia está la más alta valoración del individuo público y privado. Parece dura, muy dura, esta exigencia. Pero la realidad nos señala que es el predicado central de la ética contemporánea.

Sí, la idea de una persona ética es la de una persona eficiente. Pues en ella confluyen los principios de la autoafirmación y de la autosuficiencia. Existe la convicción de que con la eficiencia no podemos mentir. Se la demuestra cada día. Es la verdad que se evidencia en los actos y ante los demás. Postularla simplemente no basta. Hay que testimoniarla siempre. Forzosamente.

Antes, la pregunta de qué es el ser humano se contestaba con la definición sustantiva de “alma”, “espíritu”, “conciencia” y, finalmente, solo una existencia socialmente intersubjetiva. Cuando Hegel dijo que el hombre es pura conciencia de sí, se había progresado radicalmente hacia una determinación autónoma de la relación humana. Se arribó a la constatación de que somos parte de este mundo, existiendo unos con otros y dentro de esta historia, un ser que se hace en el transcurrir del tiempo y en el contexto de un espacio.

Todavía ahora, con el nuevo subjetivismo, ante la implacable cosificación de esta era de la técnica, del trabajo y del conocimiento, subsiste el postulado idealista de salvarnos del materialismo. Y se vuelve a insistir en que nos ocupemos de nuestro espíritu.

Pero lo cierto es que el presente nos impone a dejar las maletas metafísicas para asumir nuestra humilde condición de personas con responsabilidades públicas y privadas. Y, por lo mismo, a reconocer que tanto de nosotros como de la sociedad se exigen talento, creatividad y laboriosidad.

La ética de la eficiencia ha triunfado

Y entonces, aparece toda una nueva filosofía. En política, el político debe pasar del papel de representante al de actor presente. Su discurso, además de ser coherente con la lógica de la facticidad, le impele a convertirse en actor social que integra y acompaña una gestión transformadora del injusto sistema establecido. La inamovilidad y la conservación de un orden de inequidad social lo descalifican. Pues la política se reconfigura como ingeniería colectiva destinada a construir un Estado justo y una sociedad igualitaria.

La política se redefine, de esta manera, como la concreta demostración de la capacidad de transformar estructuradamente la realidad en un bienestar ético y estético de la sociedad en su conjunto. De no ser así se autoanula. Es una farsa, sumida al poder del dinero o al del autoritarismo neofascista.

locales_1082072_12439117.jpg

Obra de Carlos Colombinoi

Foto: Archivo

La cultura del saber-hacer

Según la sociología del conocimiento, la capacidad se define como el saber-hacer que distingue lo humano. La cultura es un aparecer social que se trae del pasado unas herencias y unos hábitos condicionantes, y se topa con un presente que le exige producir: Ser. Su inteligencia peculiar debe materializarse en obras. En pensamiento teórico, en monumentalidad física e instantaneidad microfísica. Su acción tiene que ser eficiente, traducirse en un hacer productivo. El ser no es un vacío o una pura promesa. Es y se hace.

Y esta concepción filosófica tiene una consecuencia práctica. Este ser humano al que por su propia condición se le reclama capacidad tiene consigo mismo la responsabilidad de autorreferenciarse. ¿Cómo? Mediante la idoneidad, produciendo su propio yo en el intercambio con los otros. No se duerme en los laureles de ninguna ilusión, sangre o privilegio. La realidad lo condena a liberarse, a ser libre por su esfuerzo, lucidez, habilidad y dedicación.

Y a la vez lo expone a desnudar sus flaquezas. El mentiroso dará cuenta de su inutilidad; el haragán, de su fracaso y estafa a la dignidad humana; y el corrupto, de su desvergüenza e inescrupulosidad.

Así la medida del ser humano es su capacidad. Sucede que siendo capaz es como afirma su personalidad y reafirma su autosuficiencia. Vale para sí mismo, y pudiendo satisfacer sus necesidades libera a los otros de su dependencia para entregarse a la fecunda tarea de ser útil a los suyos y a la sociedad (principio de solidaridad).

Pero especialmente es en el ámbito de lo público donde el ser capaz debe embragar la eficiencia con la autenticidad. Su capacidad tiene que testimoniarse en acción resolutiva de las expectativas ciudadanas. Y confirmar que la persona es digna de confianza, anudando la relación entre la lógica de la necesidad y la acción que la realiza.

Si este es el horizonte del mundo en que vivimos, ¿cómo podemos mejorar nosotros nuestra situación de extrema desigualdad social cuando tan poca importancia concedemos a la capacidad? ¿Cuándo damos preferencia a la mediocridad y al nepotismo? Sobre todo, en la esfera de las representaciones políticas.

Más contenido de esta sección
Socialista democrático y musulmán, el alcalde electo de la ciudad de Nueva York ha vencido con un programa basado en mejorar las condiciones de vida de los habitantes de la ciudad en materia de transporte público, cuidado infantil, y la apertura de mercados públicos para la compra de alimentos
El artista presenta en dos citas internacionales sendas muestras con un envío de obra cerámica reciente. En São Paulo, en la galería de arte Leme, con la muestra individual Vigilia, y en París, en la Feria Internacional de Cerámica Artística celebrada en la Maison de l’Amérique Latine.
En tiempos de transformaciones culturales y de convicciones débiles en los que la política se confunde con el espectáculo y el poder se disfraza de consenso, Ciudad del Este emerge como un escenario clave de resistencia ciudadana.