07 jul. 2025

Karl Popper y la defensa de la sociedad abierta (Parte I)

Karl Raimund Popper se erige como una de las figuras más significativas y paradigmáticas del pensamiento filosófico del siglo XX, tanto por su innovadora reformulación de los fundamentos epistemológicos de la ciencia como por una intervención lúcida y contundente en el terreno de la teoría política.

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Karl Raimund Popper

María Gloria Báez
Escritora

Nacido en Viena, en 1902, en el seno de una familia culta y cosmopolita, Popper encarnó el ethos ilustrado del continente europeo en transición, elaborando una filosofía crítica profundamente comprometida con los ideales del liberalismo, la racionalidad y autolimitación del poder, en abierta oposición a toda forma de absolutismo epistemológico y autoritarismo político.

El proyecto intelectual popperiano se articula en torno a dos ejes inseparables y mutuamente implicados. Por un lado, una epistemología no justificacionalista, basada en el principio de falsabilidad como criterio de demarcación científica.

Por otro lado, una filosofía política que denuncia con claridad conceptual y valentía moral los peligros inherentes al historicismo, en tanto doctrina teleológica que clausura el porvenir en nombre de leyes históricas pretendidamente necesarias. En ambos dominios, se manifiesta su adhesión radical al racionalismo crítico, entendido como una praxis intelectual antes que como un sistema doctrinario cerrado. Una actitud orientada a someter de forma constante toda creencia, práctica o institución al escrutinio racional, al debate abierto y a la posibilidad permanente de revisión.

Siendo joven, como muchos de sus contemporáneos, experimentó una breve fascinación por el marxismo, que pronto abandonó tras vivir en carne propia la represión violenta de manifestaciones obreras por parte de fuerzas alineadas con supuestos fines emancipadores. Esta experiencia visceral, lo llevó a un profundo rechazo del historicismo marxista, al que acusó de convertir una teoría sociológica en una ideología pseudoprofética legitimadora del poder. A partir de entonces, Popper se alineó con un liberalismo reformista, guiado por la convicción de que la libertad se logra únicamente cuando existen instituciones abiertas a la crítica y al cambio incremental, en lugar de ser producto de rupturas mesiánicas.

En 1934, con la publicación de la obra Logik der Forschung (La lógica de la investigación científica), marcó un punto de inflexión en la filosofía contemporánea de la ciencia.

En esta obra seminal, Popper se aparta tanto del inductivismo clásico como del positivismo lógico imperante, para plantear una concepción hipotético-deductiva del método científico.

El principio de falsabilidad, según el cual una teoría es científica únicamente si puede ser refutada por la experiencia, ofrece una alternativa epistemológicamente más rigurosa que la estéril acumulación de verificaciones.

La ciencia, según Popper, progresa mediante la corrección de errores y no a través de la garantía de verdades incuestionables. Su motor es la crítica racional sistemática, no la mera confirmación de hipótesis. En lugar de pensar el conocimiento como una pirámide construida sobre certezas fundamentales, Popper lo concibe como un edificio siempre en revisión, sustentado por conjeturas tentativas que deben ser permanentemente expuestas a contrastación y, si es el caso, abandonadas sin dogmatismo. La falibilidad inherente al conocimiento humano no denota una carencia, sino que constituye precisamente la condición de posibilidad del saber. Este giro desde el paradigma fundacionalista hacia una lógica del error, conlleva implicancias profundas. Lo genuinamente racional, no reside en el asentimiento inamovible, sino en la apertura a la refutación. Así, la ciencia deja de ser una acumulación de verdades inmutables para convertirse en un proceso dinámico de autodepuración, cuyos mecanismos institucionales deben preservar la crítica como principio normativo.

El ascenso del nazismo y la amenaza del Anschluss -término alemán que alude a la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi en marzo de 1938- obligaron a Popper a exiliarse. En 1937 se trasladó a Nueva Zelanda, donde redactó la obra política de gran influencia, The Open Society and Its Enemies (La sociedad abierta y sus enemigos) en 1945, hace 80 años.

En ella, articula una crítica radical al pensamiento político autoritario, no solo como forma de organización estatal, también como estructura mental que clausura el futuro en nombre de una necesidad histórica revelada.

Popper identifica en pensadores como Platón, Hegel y Marx los fundamentos filosóficos del totalitarismo moderno, en la medida en que estos postulan visiones teleológicas del desarrollo histórico que subordinan al individuo a entidades colectivas metafísicas –el Estado, el Espíritu, la Historia–. Frente a estas concepciones esencialistas, Popper propone una defensa del individuo autónomo, capaz de ejercer la libertad en el marco de instituciones diseñadas para permitir la crítica, el cambio y la reversibilidad de las decisiones políticas. La sociedad abierta, no constituye un orden perfecto, debe entenderse como un sistema perfectible. La virtud de esta concepción reside en no erigirse como incuestionable, al posibilitar su propia transformación a través de mecanismos institucionales guiados por la crítica racional. Se configura así como un ideal normativo que articula escepticismo epistemológico y compromiso ético, en un horizonte de pluralismo político y tolerancia activa.

Popper formuló su célebre crítica al historicismo, la creencia de que existen leyes universales que rigen el curso de la historia y permiten predecir el desarrollo futuro, como una respuesta al núcleo doctrinal compartido por el fascismo, el comunismo soviético y otras formas de totalitarismo ideológico.

Según él, pretender conocer el futuro histórico equivale a usurpar una racionalidad divina, anulando así el papel del juicio crítico individual y justificando la supresión de la libertad en nombre de un supuesto fin colectivo superior. Frente a esta concepción profética de la política, Popper propone una ingeniería social gradualista: Un modelo de reforma basado en la experimentación controlada, la corrección de errores y el aprendizaje institucional. En vez de rediseñar la sociedad desde cero –como proponen las utopías revolucionarias–, aboga por una política del ensayo y error, estructuralmente análoga al método científico, más compatible con la complejidad y contingencia del mundo social. Uno de los conceptos más potentes y aún hoy vigentes del pensamiento popperiano es la paradoja de la tolerancia: La idea de que una tolerancia sin límites lleva, inevitablemente, a la destrucción de la propia tolerancia.

En un régimen democrático, la protección de la pluralidad requiere el poder de excluir a quienes, mediante discursos o acciones, buscan abolirla. Así, Popper introduce un límite racional al relativismo moral, afirmando que la defensa de una sociedad abierta puede y debe implicar resistir activamente a los intolerantes.

Complementariamente, nuestro filósofo desmonta la lógica simplificadora de las teorías conspirativas, que explican los procesos sociales como resultado de planes secretos de élites omnipotentes. Para Popper, estas narrativas, más propias del pensamiento mágico que del análisis crítico, ignoran la complejidad inherente a las dinámicas sociales y atribuyen agencia donde solo hay estructuras contingentes, errores acumulados y consecuencias no intencionadas.

La crítica de Popper conserva una notable vigencia como advertencia epistemológica y política, especialmente en una época marcada por la proliferación de discursos paranoicos.

Tras retirarse de la docencia en 1969, Karl Popper continuó escribiendo ensayos y participando activamente en debates filosóficos hasta el final de su vida. En 1985, tras el fallecimiento de su esposa Josefine, regresó brevemente a Austria, aunque finalmente se estableció en Inglaterra, donde murió en 1994. El archivo personal y la biblioteca reunida a lo largo de décadas fueron divididos entre la Hoover Institution, en Stanford, y la Universidad de Klagenfurt, que alberga el “Archivo Karl Popper”, centro de referencia para investigadores interesados en su pensamiento.

El legado intelectual de Popper trasciende el ámbito académico. La afirmación de la falibilidad del conocimiento, la importancia de la crítica racional y la defensa de instituciones abiertas al disenso constituyen un ars rationalis fundamental para las sociedades democráticas, enfrentadas hoy a nuevas formas de dogmatismo, polarización y autoritarismo posmoderno. Más que ofrecer certezas, propone un método, la razón crítica como brújula moral e intelectual frente a la incertidumbre, al dogmatismo y las múltiples clausuras ideológicos. Es el legado que perdura como antídoto teórico y praxis lúcida, una afirmación exigente de la libertad concebida como tarea siempre inacabada, perfectible y común.

En última instancia, el pensamiento popperiano no debe ser leído como un conjunto cerrado de doctrinas, sino como una invitación permanente a ejercitar el juicio, a desconfiar de las verdades absolutas y a sostener, incluso en contextos adversos, la primacía del diálogo racional sobre la imposición. Esta actitud filosófica, que exige tanto coraje intelectual como integridad ética, conserva una actualidad ineludible en un tiempo marcado por el ascenso de nuevas ortodoxias, ya no siempre ancladas en sistemas ideológicos explícitos, sino en formas difusas de control simbólico, polarización digital y renuncias colectivas a la complejidad. Frente a ello, la obra de Popper reitera que no hay libertad sin crítica, ni crítica sin disposición al error.

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