11 dic. 2024

Inclasificables

Necesité desgranar cinco décadas para concluir algo que debería ser tan obvio para todos: que los seres humanos somos sencillamente inclasificables. No se nos puede agrupar y colgarnos una etiqueta sin cometer terribles injusticias porque ninguna abarcaría toda la complejidad de ideas, sentimientos y naturales contradicciones que podemos alojar a lo largo de nuestra existencia. Ni siquiera somos las mismas personas que fuimos ni las que seremos.

Una persona puede hoy ser conservadora en cuestiones morales, radical en sus convicciones medioambientalistas, y absolutamente vanguardista en sus gustos musicales. Y revertir cada una de esas tendencias con el tumultuoso e inexorable paso del tiempo.

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Soy un claro ejemplo de esas mutaciones provocadas por la experiencia y la sucesión de calendarios. En los ochenta acompañé a mi padre dando charlas sobre la convivencia familiar bajo la fe católica; en los noventa fui un defensor acérrimo de las políticas económicas recomendadas por el Fondo Monetario y el Banco Mundial; y hoy no creo en dogmas políticos ni religiosos.

Con los años descubrimos que no existen fórmulas puras ni mágicas sobre nada. Que las únicas reglas fiables son las del razonamiento basado en los hechos, y que siempre es más acertado juzgar a las personas por sus acciones, y no por sus ideas ni sus creencias. Es triste ver cómo se cultiva el odio y el absurdo sobre el terreno fértil del desconocimiento y el miedo sobre lo que se ignora.

Con el tiempo concluimos que la adhesión a una idea solo es válida en tanto esta sea la más lógica a la luz de los hechos objetivos. Por decir, no hay nada en la historia de la humanidad que me diga que exista un modelo económico distinto del capitalismo que haya logrado sacar a una mayor cantidad de personas de la hambruna y la pobreza. Esa misma observación me dice, empero, que el modelo tiene dos flancos innegables; su tendencia natural a concentrar la riqueza y las consecuencias medioambientales de la voracidad consumista necesaria para mantenerlo en funcionamiento.

Supongo que con esas conclusiones debería ser calificado como capitalista (de derecha) y ambientalista (de izquierda) a la vez.

Basándome en la misma experiencia, creo que el estado debería dejar de meterse en toda aquella actividad que la iniciativa privada puede llevar delante de manera mucho más eficiente, y concentrase en la cobertura de servicios sociales esenciales como la salud, la educación y la seguridad. Neoliberalismo por un lado y estatismo por el otro.

Me parece absurdo satanizar la producción de alimentos como la soja o la carne. El esfuerzo debería estar en garantizar que esa producción -como cualquier otra actividad económica- sea ecológicamente sostenible. Creo que el problema principal del campo no es el campesino sin tierra sino el habitante rural sin renta. Los discursos sobre soberanía alimentaria y otras yerbas me suenan al verso que ha perdido cualquier rigor económico.

Creo que la creciente obsesión de algunos sectores con respecto al reclamo de derechos de las mujeres y de los diferentes grupos de tendencias sexuales distintas a la heterosexualidad son el pataleo normal ante los cambios culturales. Salvo en aquellas regiones del mundo donde la religión aún consigue imponer desde el estado sus convicciones particulares, el planeta ha registrado en los últimos dos siglos una evolución vertiginosa hacia una mayor equidad y respeto a la diversidad.

Nuestra hegemonía masculina, blanca y heterosexual se acabará en algún momento, es inexorable. Eso no supondrá el final de nada. Seguiremos viviendo en familias integradas principalmente por madres, padres e hijos y la mayor parte de la humanidad seguirá siendo heterosexual; copularemos felizmente y tendremos prole.

Mirar el pasado nos hace más reflexivos sobre el presente. Menos determinantes. Más tolerantes. Ahora necesitamos mirar también el futuro y ser generosos con nuestra propia especie. Los desafíos para adelante son titánicos. Pero algo me dice -y esto si es pura fe- que encontraremos la forma de sobrevivir. Aunque seguiremos siendo deliciosamente contradictorios e inclasificables.

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A continuación, una columna de opinión del hoy director de Última Hora, Arnaldo Alegre, publicada el lunes 2 de agosto de 2004, el día siguiente al incendio del Ycuá Bolaños en el que fallecieron 400 personas en el barrio Trinidad de Asunción.