El presidente de la República estuvo por tercera vez haciendo su discurso ante la Asamblea General de la ONU. El mandatario aludió a países donde realmente existen graves ataques a la libertad de prensa y de expresión, con líderes que dicen representar al pueblo, pero que en realidad están destruyendo las instituciones, administrando el poder en beneficio propio y de los amigos.
Cuando la democracia no responde a las necesidades de la población, cuando quienes dicen haber sido electos por una mayoría, y por eso atacan a las minorías, el sistema no funciona.
“Las crisis de la democracia –como decía el filósofo italiano Norberto Bobbio– se resuelven de una sola manera: con más democracia”, recordó el jefe de Estado. Olvidó que en nuestro país expulsaron a una legisladora solamente porque opinaba distinto, sin importar los más de cien mil votos que la llevaron al Congreso. Para el mandatario es fácil decir que existe división de poderes, pero solamente cuando le conviene. Porque si aprueba el autoaumento de los salarios de los legisladores, o el Parlamento comete atrocidades inenarrables, es cuando el Ejecutivo debe ponerle freno, y hacer el tan necesario contrapeso republicano.
Hemos visto cada necedad desde quienes tutelan este Estado. No nos merecemos estos dirigentes, que no empatizan con el dolor ajeno, que negocian con el dinero público, que niegan una mayor inversión en la calidad de vida de los ciudadanos, obviando recursos –mejor administrados– para educación, salud y seguridad.
“No con fantoches autoritarios, ni con odio o intolerancia. Debemos responder con más democracia, más República, más tolerancia, más diálogo, más derechos, más libertad”, aseveró el economista devenido en político sin fuerza propia, apadrinado por el padrino de los padrinos, por el poder real al que pocos se atreven a enfrentar, justamente ese que poca muestra de tales cualidades ofrece. No, en el movimiento que acapara las instituciones no hay conversación; ahí se siguen órdenes.
Para empezar, deben garantizar el derecho a la manifestación, y no reprimir constantemente los intentos de reclamos de las personas. Bien lo respalda la Constitución Nacional, en su artículo 32, “De la libertad de reunión y de manifestación”: “Las personas tienen derecho a reunirse y a manifestarse pacíficamente, sin armas y con fines lícitos, sin necesidad de permiso, así como el derecho a no ser obligadas a participar de tales actos. La ley solo podrá reglamentar su ejercicio en lugares de tránsito público, en horarios determinados, preservando derechos de terceros y el orden público establecido en la ley” (escribo esto antes de la convocatoria de ayer, pero después de ver cómo decenas de guardias se agrupaban para blindar la casa de quien fuera senadora hace menos de un mes, con tal de evitar que la protesta pase por ahí).
Vale recordar también a propósito el primer párrafo del artículo 138, “De la validez del orden jurídico”: “Se autoriza a los ciudadanos a resistir a dichos usurpadores, por todos los medios a su alcance. En la hipótesis de que esa persona o grupo de personas, invocando cualquier principio o representación contraria a esta Constitución, detenten el poder público, sus actos se declaren nulos y sin ningún valor, no vinculantes y, por lo mismo, el pueblo en ejercicio de su derecho de resistencia a la opresión, queda dispensado de su cumplimiento”.
“Esta situación de crisis es el caldo de cultivo perfecto para el autoritarismo. Donde los valores democráticos se erosionan, el autoritarismo –o su perverso hermano gemelo, el populismo– toman su lugar”, también dijo el gobernante, y ese es el peligro real.
“Paraguay ve con enorme preocupación las restricciones al ejercicio de derechos fundamentales, como el acceso a la libre información y la libertad de expresión en algunos países hermanos, que ya son demostraciones palpables que la crisis es real y profunda”, agregó. ¿Y por casa cómo andamos, señor presidente?