28 jun. 2025

El pesebre móvil

Muchos análisis sociológicos e historicistas se han hecho del acontecimiento del pesebre en Belén: que los pastores eran hombres más toscos de lo que creemos, que no había gallos ni ranitas como representamos, que la brillante estrella pudo haber sido una conjunción de planetas, que los magos no eran reyes, etcétera.

A 800 años de aquel 1223 cuando en la ciudad de Greccio, San Francisco de Asís realizó el primer pesebre, como representación de la natividad de Cristo, creo que vale la pena rescatar esa mística que la gente común sí que valora de otra manera. Es que el racionalismo se pierde en sus elucubraciones de muchas aristas interesantísimas de la realidad.

San Francisco, que antes de su conversión fue también un joven acomodado a la mentalidad superflua de su clase social, tuvo luego una inteligencia más nítida de la realidad al despojarse de sus pretensiones de superioridad y aspirar más a la nobleza espiritual que a la material, acercándose a los pobres y marginados. Tres años antes de su muerte expresó a un amigo que deseaba “celebrar la memoria del niño que nació en Belén y contemplar de alguna manera con los ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno” (Tomás de Celano, hagiografía de San Francisco). Así nació el primer pesebre.

Viajando en colectivo, Uber, Bolt y otras empresas con aplicaciones para movilidad, uno se encuentra hoy con la actualización de esa misma inteligencia de la realidad que estimulaba la creatividad del santo de la Encarnación. A diferencia de los materialistas que hoy guían las opiniones de moda y unifican el pensamiento de la gente a través de sus poderosos medios tecnológicos, Dios se manifiesta mucho más creativo, sencillo y profundo en la mentalidad de los que se asocian para viajar juntos. Es común en ese espacio y tiempo compartidos, intercambiar experiencias, sentenciar a los poderosos, escrutar los acontecimientos y también reír de buena gana de los temas más diversos. En medio de las dificultades, los desafíos, las contrariedades, esos ciudadanos “comunes” producen una potente fotosíntesis cultural, convirtiendo la materia inorgánica de las aburridas teorías, rimbombantes planes y despistados clichés de moda en materia orgánica vital de la comunidad, gracias a la energía que aporta la luz solar de la experiencia y de la fe. sencilla.

De alguna manera, conectamos. Y esto es casi el primer milagro en este mundo de distanciamientos frívolos y de desconfianzas destructivas. Fuera del protocolismo asfixiante que nos va envolviendo cada día más desde el poder, entre los de abajo, sin embargo, se tienden puentes existenciales.

Es verdad que este pesebre viviente y móvil tiene más de los claroscursos de las pinturas de Caravaggio que las perfecciones de Miguel Ángel, sus personajes son imperfectos, limitados, cotidianos, no son siempre coherentes, no son de porcelana china, son como esos vasos de barro que llevan tesoros, de los cuales habla la Escritura. ¿Pero qué significa el pesebre después de todo?...

La incapacidad de contemplar la pureza en los detalles de la vida y de rescatar lo verdadero en esa cotidianeidad es la tragedia de este tiempo de quiebre cultural. Los nuevos gurús culturales que se empoderan arriba no se contentan con sufrir sus fragmentaciones y locuras, intentan obligarnos a entregarles el alma, la identidad comunitaria y la libertad personal, volvernos masa uniformada, borregos atontados y manipulables. Nuestro pesebre, aquí abajo, empero, sigue esperando contra toda esperanza recibir como regalo de la vida ese calor sublime del Acontecimiento que ilumina la noche oscura de las tristezas, de los reveses, de las desventuras, de tantas injusticias que sufren los hombres de carne y hueso. Es impresionante percatarse en el pesebre móvil de que ningún hombre que sufre está solo en el mundo y de que la vida tiene sentido. Feliz Navidad.

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