“Yo no sé si el tipo es bueno o malo. Solo sé que le tocó perder…En el cielo está Dios, soberano.Y en la tierra, la orden del cartel”.
La frase hay que leerla cantando, al ritmo de Rubén Blades, que buceó hasta el fondo de las conciencias de un personaje emergente en la sociedad actual: el sicario, el hombre que tiene como oficio matar para poder sobrevivir.
Las acciones de este secretario invisible del crimen organizado cobraron protagonismo como pocas veces este año, copando las principales horas en las radios y en la televisión; llenando las páginas de los diarios. Los casos de sicariato impusieron la marca del terror en distintos territorios del país, mostrando quién manda en la sociedad.
El investigador Jorge Rolón Luna, publica, que hasta el 31 de octubre de este año, se dieron 151 casos de asesinatos por encargo. Es decir, un asesinato cada 48 horas.
El mes de octubre fue el más violento, con 23 ataques, quedó un saldo de 29 víctimas… ¡de terror!
Esta cifra es alarmante y muestra el poderío de las organizaciones criminales, que están dejando de actuar en la trastienda y tomando un rol protagónico, ante la displicencia del Estado, que hasta el momento se aplazó en el intento de combatir este flagelo.
Si bien se trata de una tarea ominosa por donde se la mire, los grupos delictivos convirtieron el asesinato a sueldo en un negocio lucrativo e incluso atractivo, que hoy en día ya puede ser llamado una industria.
¿Por qué hay mano de obra asegurada? ¿Por qué cada vez hay más jóvenes reclutados para cometer crímenes?
Uno de los señuelos utilizados por los jefes de los clanes es el dinero fácil y abundante. Muchos jóvenes son reclutados, obnubilados por una promesa de buena paga.
Para un muchacho de Pedro Juan Caballero, 500 mil guaraníes, ya pueden significar motivo suficiente para acabar con la vida de un prójimo.
La suma crece de acuerdo a la complejidad del encargo ya que el dinero no es un problema para el crimen organizado.
En las acciones realizadas hacen ostentación del poderío económico, utilizando armas de variados calibres y ejecutando las acciones con inusitada sincronía.
Estos hechos se daban generalmente en ciudades fronterizas donde mandan los grupos criminales transnacionales pero con el paso de los años, comenzó a migrar a otras localidades, ramificándose en casi todo el país, como un mal incontenible.
¿Qué hace el Estado ante el empoderamiento de esta orden de la crueldad? Hasta el momento, sólo esfuerzos que no se traducen en acciones y menos en resultados.
El Ministerio Público, uno de sus brazos para combatir este mal, se declara insolvente y asegura que el combate es desigual.
“Venimos a pelear por tintas y bolígrafos mientras el Crimen organizado está dotado de recursos y tecnología”, dijo la fiscal general del Estado, cuando fue a pelear por el presupuesto dado al Ministerio Público.
No sabemos si es por la falta de tintas o bolígrafos o por alguna otra razón, pero la mayoría de los cientos de casos de sicariato, quedan impunes.
Y este es otro de los atractivos para abrazar esta emergente carrera. La impunidad y la falta de persecución. Ni siquiera hay una figura penal para perseguir este crimen.
En países vecinos como Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Uruguay y Venezuela, sí se aplican altas penas por la comisión de este delito.
En Paraguay, se debería debatir la necesidad de implementar la figura para tratar de frenar el auge de este negocio que está tiñendo de sangre las estadísticas y enlutando a cientos de familias año tras año.
Mientras no se piense en una solución de fondo, los sicarios seguirán matando, elevando el nivel de profesionalidad de su oficio.